Francisca Noguerol es profesora Titular de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca. Ha sido profesora visitante en diferentes universidades americanas (Estados Unidos, Colombia, México, Brasil) y europeas (Francia, Italia y Alemania).
Doctorada con una tesis sobre Augusto Monterroso, fruto de la cual fue su libro La trampa en la sonrisa (1995), es autora asimismo de Los espejos las sombras, Mario Benedetti (1999); Augusto Monterroso (2004); Escritos disconformes: nuevos modelos de lectura (2004), Contraelegía. La poesía de José Emilio Pacheco (2009) y de la coordinación del monográfico Contra el canto de la goma de borrar: asedios a Enrique Lihn (2005). Así mismo, es autora de más de 130 trabajos de investigación publicados en revistas especializadas nacionales e internacionales, en los que se manifiesta su especial interés por los imaginarios culturales, la crítica genológica, las relaciones entre imagen y literatura y, especialmente, la minificción, sobre la que ha publicado los siguientes trabajos: «El micro-relato latinoamericano: cuando la brevedad noquea» (1992), «La amada enemiga: Misoginia en la narrativa de Juan José Arreola» (1993), “Introducción a Martha Manarini: El Vientre del Pez” (1994), «Microrrelato y Posmodernidad: textos nuevos para un final de milenio» (1996), «Textos como esquirlas: los híbridos genéricos de Augusto Monterroso» (1998), «Para leer con los brazos en alto: Ana Mª Shúa y sus versiones de los cuentos de hadas» (2001), «Textos de chile, de dulce y de manteca en Guillermo Samperio», (2002), “Evolución del microrrelato hispanoamericano (1960-2002) (2002), “Fronteras umbrías” (2004), “Literatura en estado de gracia: Juan José Arreola” (2006), «El cuento bonsai. Diálogo con Francisca Noguerol» (2006), “Luisa Valenzuela: relatos integrados en el infierno de la escritura” (2006), “Aguijones de luz: imagen y ritmo en los textos breves de María Rosa Lojo” (2007), “Luisa Valenzuela. Baile de máscaras” (2008), “Los conjuros de la brhada: cuentículos de magia con nuevas yerbas” (2008), “Líneas de fuga: el triunfo de los dietarios en la última literatura en español” (2009), “Microrrelato y terror: Ajuar funerario, de Fernando Iwasaki” (2010), “Microrrelato y sonido: juegos fónicos con el lenguaje” (2010).
IM: Teniendo estudios tan profundos en la literatura hispanoamericana y en géneros tan tradicionales como la novela, el cuento y la poesía, ¿de dónde salió tu interés por el microrrelato?
FN: En el año 1990 yo comencé una tesis sobre Tito Monterroso, que en ese momento resultaba un autor excéntrico y prácticamente ignorado por la mayoría de la crítica debido a cómo privilegiaba en su literatura la brevedad, los discursos excéntricos, la ironía y el humor. Amar a Tito y desembocar en el microrrelato y sus delicias fue todo uno, pues él me llevó de la mano a los textos, entre otros autores, de Arreola, Denevi y al gran Borges de las antologías… Desde entonces, no perdí mi pasión por la poética de la brevedad, que encuentro del mismo modo en poesía y minificción.
IM: En el VI Congreso Internacional de Minificción, tu ponencia “Espectografías: minificción y silencio” impresionó al público. Cuéntales a los que no tuvieron la oportunidad de asistir cuál es tu opinión con respecto a la importancia del silencio en la minificción…
FN: Creo que el silencio es ingrediente indispensable de la minificción. Los grandes textos breves se hacen restando.»con el canto de la goma de borrar», como señaló acertadamente Enrique Lihn-, y no sumando, pues sus autores son plenamente conscientes de que sólo atendiendo a los huecos se puede apreciar en toda su fuerza el mensaje del texto. De ahí la importancia en los mismos de la sintaxis -no pueden ser dichos sino como han sido escritos- y de las propias palabras.
IM: Desde la perspectiva teórica, ¿cómo ves al microrrelato frente a otros géneros en términos estilísticos y comerciales? ¿Crees que haya un futuro editorial para el microrrelato?
FN: Creo que la minificción, como lo demuestra su actual «boom» editorial y cibernético, se encuentra en una posición privilegiada frente a otros géneros en estos tiempos «de gorja y rapidez», donde no sólo aceptamos gustosamente la pluralidad y la fractalidad en nuestra visión del mundo, sino que nos gusta ser seducidos por momentos de especial intensidad como los que proporcinan los mejores micros.
IM: ¿Cuáles dirías tú que son los libros o autores infaltables en una biblioteca de un escritor que se quiere dedicar a la microliteratura?
FN: Si debiera decidirme por unos cuantos nombres, señalaría a Juan José Arreola, Pía Barros, Jorge Luis Borges y Bioy Casares en sus aventuras solitarias y conjuntas, Raúl Brasca, Luis Britto, Rafael Courtoisie, Luis Mateo Díez, Ana María Matute, José María Merino, Augusto Monterroso, Guillermo Samperio, Julio Torri, Ana María Shua y Luisa Valenzuela. Quedan tantos buenos maestros en el cajón que la lista sólo revela unos cuantos autores especialmente tocados por la varita de la genialidad, pero sin duda cometo injusticia al no citar otros.
IM: Muchos de tus artículos abordan la literatura desde una perspectiva extraliteraria, como el cine, la música o el humor. ¿Cómo entra el microrrelato en esa dinámica?
FN: Creo que la minificción, como categoría abierta, se beneficia de modos oblicuos de expresión como la ironía y el humor, así como resulta capital en ella la imagen -sea cinematográfica o fotográfica- y se aprecia asimismo su expresión en muchos textos musicales. Pero de todo ello ha dado mejor cuenta que yo el maestro indiscutible Lauro Zavala, que como teórico nos ayuda a disfrutar de las brevedades literarias desde otros puntos de vista.
IM: Seguro, aparte de la literatura, otras cosas te apasionan. ¿Nos dirías cuáles son?
FN: Pues, precisamente, el cine, la música, los viajes, las buenas conversaciones… en fin, la vida.
Un cuento: «El infierno tan temido», de Juan Carlos Onetti.
Una película: Inception, de Christopher Nolan.
Una canción: «Derroche», cantado por Ana Belén.
Un lugar: Cartagena de Indias.
Una comida: La cochinita pibil. La comida tailandesa.
Un insulto: «¡Monstruo!» (porque en andaluz no es un insulto, sino un halago).
Un amor platónico: Hugh Jackman en cualquier película en que aparezca despeinado y con barba (aunque no sé si él permite lo de platónico…).
Un odio: A la envidia y la soberbia por partes iguales.
Una frivolidad: Pasarme una noche bailando (a estas alturas del partido).
Un deseo: Mantener siempre el entusiasmo y las ganas de disfrutar el momento.
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El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…