Móviles de violencia en Gabriela Aguilera

Por Gabriel Jiménez Emán

A veces, cuando realizamos la lectura crítica de una obra, no nos resistimos a insertarla en tal o cual tendencia, a endosarla a cualquiera de los movimientos de los que ha creado la tradición literaria para estudiarla mejor, para definir sus rasgos generales o abrir un compás de interpretación.

Las obras se escriben y, quiérase o no, están condicionadas o se identifican con tal o cual tendencia epocal, como ocurre en este libro de cuentos de Gabriela Aguilera, En la Garganta, (Ediciones Asterión, Chile, 2008), que rápidamente nos conduce a insertarlo en el llamado género policial urbano o género negro de la narrativa de violencia, lo cual nos sirve sólo para rotular superficialmente la mayoría de las historias que aquí se desarrollan. La narradora, en efecto, ha operado aquí con una escritura parca, despojada, que toma mucho del lenguaje periodístico y de la crónica para lograr efecto de un verismo que se adapta muy bien a la magritud de una escritura que vindica la acción sobre el objeto, a la descripción sobre el movimiento de la psique, al dato sobre la imagen y luego nos ubica en unos textos que privilegian los móviles de la violencia, el asesinato, la venganza o el crimen.

Aguilera va al grano, no pierde tiempo, nos relaciona rápido los hechos para configurar una crónica negra, (por lo oscura, por lo sórdida), de acontecimientos terribles. No es común que una muejr practique una escritura así, acostumbrados como estamos a esperar de ellas evocaciones de mundos íntimos, amorosos, poéticos o familiares. Desde el primer relato del volumen, nos encontramos con un personaje enajenado, con una mujer que ha sido ultrajada y se ha convertido en una asesina traumada, que lleva a cabo su venganza con el filoso tacón de un zapato clavado en el ojo de un hombre. En el segundo relato es más radical: se trata de una mujer que practica una disección en el cuerpo inerte de un hombre. A través de descripciones explícitas y mórbidas, va extrayendo los órganos de ese cuerpo para después ser devorados por su apetito depredador. En el tercer relato, “ Por causas naturales”, la venganza se cumple en la persona de un jefe de oficina, en una alusión directa al hostigamiento laboral.

En adelante, las muertes por venganza van a ser frecuentes, los móviles y justificaciones criminales se suceden sin cesar: una caída provocada desde lo alto de un edificio; o bien un cuchillo o un abrelatas, pueden ser armas ejecutoras. Aunque también en un bus puede comenzar a llevarse a cabo un plan para el ajuste final de cuentas con un arma de fuego, en plena vía pública. Digamos que estos primeros relatos son los más obvios y previsibles del libro si los comparamos con los que siguen, sobre todo porque estos últimos poseen justificaciones psicológicas más profundas o se ajustan a una estructura narrativa más compleja e interesante. Tal es el caso de “Lápiz Faber Nº 2”, donde, desde el formato periodístico de una entrevista a un caníbal contemporáneo, se estructura el relato; mientras que en “Eso otro que araña por dentro” se cumple una venganza sexual por celos de una mujer hacia otra, -de Paula contra Celia-, arrollándola con un auto.

A partir de aquí, me parece que se encuentran los relatos mejor logrados del conjunto, comenzando con “El filo de las preguntas”, donde el personaje central es un torturador. Se investigan las causas psíquicas del personaje y luego se le humaniza. En “Puñados de sal”, se practica la venganza de una mujer, Pilar, hacia su marido Alfredo, con quien convive en una situación de acoso e invasión de privacidad, de obsesivo control sobre su cónyuge. Se produce dentro de la mejor tradición del relato negro, pues aquí el móvil no es el odio ni el deseo de venganza, sino el hastío o el aburrimiento. Pilar descubre por azar algo que puede justificar la desaparición del Alfredo: un seguro de setenta mil dólares que le permite planear su muerte a través de un método más sofisticado: el del envenenamiento paulatino en las comidas, aprovechando la conocida gula del marido. De este modo, el asesinato es más sutil, (ocurre “fuera” del relato), y nos deja en medio de una sensación de ambigüedad bastante lograda.

En cuanto a “Calle 5”, nos encontramos aquí con el empleo de la oralidad, de la jerga cotidiana de barrio, para urdir un relato cuyo tema es la manipulación mediática de la violencia, consumada a través de la técnica del reportaje, en el logro de un texto convincente, de desenvolvimiento narrativo más apegado a su exigencia temática. En los relatos que siguen, encontramos el tema del asesino serial en “Clavadas en la pared”, protagonizado por un fetichista que colecciona fotografías de mujeres y con éstas, sus cuerpos previamente diseccionados. Se trata de un motivo ampliamente trabajado en el cine y quizás por ello mismo, en este cuento se torne previsible el proceder del personaje. Más interesante resulta “La palabra”, donde la demagogia encarnada en la oratoria pública toma el lugar de una vieja rivalidad  personal en el terreno de la política. Se trata de un relato conseguido, de mucha sugerencia y atmósfera y bastante alejado de los finales previsibles.

En “Ecuación Lógica”, los términos se invierten: dos mujeres sirven de carnada sexual en un bar a un grupo de bebedores y jugadores. El tiempo verbal del cuento,- condicional-, remite a la ecuación que permite concluir que los hombres, al fin de la noche, correrán tras ellas por la calle para golpearlas y permite, una vez más, denunciar la violencia machista que se practica contra la mujer en sitios públicos. En “Vine a cobrar lo que me debes”, el que ejercita el relato es la voz masculina de un actor que le ha dado “todo” a su mujer, quien lo humilla a diario con actitudes de superioridad, reflejadas en un monólogo que se desarrolla en tiempo presente, dotando al relato de una eficacia particular, pues esta vez el hombre consuma su venganza después de haber humillado suficientemente a la esposa. La autora no se queda sin cerrar su libro con una siniestra historia de violencia infantil, en este caso una perversa niña de cabello trenzado que castiga a un niño inocente, donde la narradora usa también el recurso de la oralidad para reforzar la eficacia de la historia, su efecto de verosimilitud.

Gabriela Aguilera ha investigado en este libro una serie de variables sobre la violencia en la ciudad tecnológica actual, un espacio urbano que Paul Virilio ha llamado la “Ciudad Pánico”. Lo ha hecho con un profesionalismo encomiable y la clara voluntad de presentar un buen abanico de posibilidades donde participan las técnicas del periodismo, el cine, la crónica, el documental y el reportaje, sin atender mucho a los afeites, la metáfora o la elegancia de las frases, sino enfatizando más en su contundencia sensorial. Se ha armado de un buen arsenal, lo ha desplegado como un dispositivo narrativo, ha creado prototipos urbanos de una ciudad chilena, (que puede existir en cualquiera de nuestras metrópolis), y los ha puesto en escena asumiendo sus retos. No podemos aplicarle el rigor de los moralismos y tampoco examinar su trabajo con una lupa literaria demasiado pretenciosa, bajo la cual tendrían que estar de seguro un mayor trabajo de sugerencia semántica y una menor vertiginosidad anecdótica. Pertenece acaso, sin saberlo Gabriela, al Club de los Asesinatos Particulares que ha creado Sael Ibáñez en uno de sus cuentos. Y yo continué sin proponérmelo, en mi libro de cuentos crueles La Gran Jaqueca, que, frente a este libro de Gabriela Aguilera puede parecer poco menos que un inocente juego de niños.

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(Presentación leída en la Feria Internacional del Libro de Venezuela, FILVEN, Caracas, 2010)