Breve entrevista a Javier Perucho

No destapes esa olla, compadre

Doctor en Letras por la UNAM, Javier Perucho es editor, ensayista e historiador literario de dos géneros menores, una causa perdida y los escritores extravagantes.

Sobre los géneros menores, escribió Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México (UNAM, 2009), Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano (Fósforo, 2008) y El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano (Ficticia, 2006). En “Escrituras privadas, lecturas públicas. El aforismo en México, historia y antología” dará noticia del aforismo, el otro género menor. De la causa perdida han aparecido Los hijos del desastre (Verdehalago, 2000), Hijos de la patria perdida. Pachucos, chicanos e inmigrantes en la narrativa mexicana del siglo XX (CNCA-INBA, 2001, Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas) y Estéticas de los confines (Verdehalago, 2003); el “Diccionario de escritores chicanos y mexicanos en Estados Unidos, siglos XIX y XX” es una investigación en ciernes. La apología de los escritores raros la inició con el libro inédito “Pedro F. Miret, un raro del otro siglo”, antecedente de su teoría de los raros. Como narrador, prepara el libro Anatomía de una ilusión.

En el Miretario da cuenta de novedades editoriales, cuelga reseñas, celebra efemérides y participa de las noticias culturales, además de ser el recipiente natural de su varia invención; en su columna El Brazo y la Espalda ausculta la historia cultural de los mexicanos de la diáspora, apostilla los acervos literarios de los chicanos y explora las visiones de los “indocumentados” que se desprenden del imaginario cinematográfico europeo, estadounidense y mexicano.

 

IM: Como ensayista te has dedicado al estudio del microrrelato y el aforismo. ¿De dónde salió tu interés por dichos géneros y qué relación encuentras entre ellos?

JP: Por la semblanza insertada arriba, ya se dieron cuenta tus lectores que no sólo exploro esas arquitecturas literarias. Sin embargo, apunto que ambos géneros siguen siendo los huérfanos de los estudios literarios, los niños perdidos de la crítica literaria, a pesar de ello son el benjamín de nuestros escritores. En principio ésa sería su relación socioliteraria negativa, su común denominador es la brevedad, la concisión con que se plantean sus propósitos de escritura. Un aforismo —he aquí sus diferencias con el cuento brevísimo— es el género por excelencia de la madurez tanto del hombre como del literato, la oración de los escritores veteres; se trata de una expresión de sabiduría que condensa la experiencia de una vida. Para su enunciado se vale de una oración simple o una frase, en ocasiones colma una parrafada. Siempre será un fulgor, una revelación. Un relámpago de saber. Es un género más allegado a la reflexión del pensamiento filosófico, a la argumentación, que a la invención literaria, a la ficción. Ciertos escritores lo usan como chicote, el látigo castigador de los congéneres. Junto con la máxima y el apotegma, el aforismo pertenece al mismo orden ideológico de las formas. En los tres, la mímesis mandata.
Por su parte, el microrrelato obedece a la pertinaz manía del ser humano de compulsar su estancia en esta tierra, domeñar su carácter, soliviantar la rutina doméstica, anhelar la carne próxima, ensoñar otras vidas, recrear el ocio, maldecir a su prójimo. Al contar, registra las cimas de sus afanes y el infierno de su tiempo. Ahí, en ese microcosmos, también se encuentra la memoria de su estancia en el mundo. Estrictamente, un microrrelato sigue las reglas de composición aristotélicas. Se apega servilmente a una trama cuyo héroe vivirá o planteará un conflicto, en un escenario unívoco en el que ambientará sus acciones durante un tiempo perentorio, donde acaso se tope con una doncella o su némesis, con quien ralentizará en su conclusión abierta o cerrada una epifanía. Aquí, el excipit constituye la prueba de fuego del microrrelato.

Espero que estos acosos sean de utilidad a tus lectores, si me excedí ya me lo demandarán, pero te recuerdo, compadre Martín, que tú destapaste la olla.

 

IM: En el VI Congreso Internacional de Minificción, tu ponencia “Felipe Garrido, sirenólogo” impresionó al público. Cuéntales a los que no tuvieron la oportunidad de asistir el porqué de tu interés por la sirenología.

JP: Esa ciencia literaria tiene dos precedentes: el primero se inaugura con los estudios eruditos de José Durán, peruano educado en México y luego emérito profesor en Estados Unidos, cuyo libro Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes persigue la presencia de esos animales fantásticos de la literatura y la naturaleza entre los libros del conquistador. El segundo tiene su apertura en la arqueología cultural de Las sirenas, historia universal de un símbolo, de la ensayista argentina Meri Lao, quien excavó en los patrimonios artísticos de la humanidad rastreando a ese animal anfibio, a veces gallinazo, dragón, bruja, mujer, pescado, en función del imaginario de las colectividades en que anduvo escrutando el mito de ese dichoso ser de los cuerpos de agua.
Por su parte, el microrrelato latinoamericano o la literatura europea no escaparon a ese embrujo. En México los cuentistas han usado a ese personaje homérico colateral desde Julio Torri y Alfonso Reyes, de ahí nace la tradición del cuento sirénido, cuyos apologistas contemporáneos son Felipe Garrido (aún sin compilar sus cuentos del pez mujer), Agustín Monsreal (Sirenidades, 2010) y René Avilés Fabila (De sirenas a sirenas, 2010).

Luego de exponer mi “género ponencia” en el congreso de Bogotá, me dieron la encomienda de buscar los microrrelatos hispanoamericanos que prolongan esa tradición y complejizan el microrrelato en Argentina, Colombia, Venezuela, Chile, Perú, España, Ecuador, Uruguay, Centroamérica y, en menor proporción, México, pues ya tiene su acervo en Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano (México, 2008).

 

IM: Como antólogo, ¿qué elementos consideras que debe tener un microrrelato para ser eficaz?

JP: En mi experiencia como simple lector, editor, antologador, jurado o dictaminador, busco una historia con trama, personaje, conflicto, resolución. La originalidad del tema, la novedad del planteamiento, el excipit son elementos que pondero y valoro, las vueltas de tuerca también. La conciencia de las palabras, además, así como su ritmo o su silencio. El valor de la evocación tiene su puntaje, al igual que la intensidad. La intensidad es un elemento que se concentra particularmente en este género. La extensión es un valor complementario pero siempre anda ceñido a su continente. Los cuentos que se pierden entre las nebulosidades del chiste y la gracejada los evito. Una estampa, una descripción o una anécdota no constituyen por sí mismas un cuento brevísimo, aunque en el mejor de los casos puede brotar de ellas su germen.

 

IM: Desde la perspectiva teórica, ¿cómo ves al microrrelato frente a otros géneros en términos estilísticos y comerciales? ¿Crees que haya un futuro editorial para el microrrelato?

JP: Nada se puede hacer frente a la industria cultural de la novela, ese emporio del género. Sin embargo, el “futuro editorial para el microrrelato” se asienta en un presente bastante sólido, pues ya se incluyó en la currícula universitaria, disponemos de colecciones regionales, editoriales “especializadas” en el género, su presencia en internet es avasalladora, hay concursos literarios que fomentan su cultivo con la promesa cierta de la publicación del libro ganador y un premio en metálico. Nada más repasen, apreciados lectores, la convocatoria de Caza de Letras, concurso literario auspiciado por la UNAM y Alfaguara. No podemos olvidar que en Barcelona, Berlín, Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México y Caracas ya se encuentran teorías, historias, antologías y didácticas que explican la morfología del microrrelato. Los encuentros estatales, las jornadas regionales y los congresos internacionales habitualmente suben a la palestra al género y a sus autores, donde su creación se reconoce y la traición se reconfirma. El lamento americano predica que sus creadores no vivirán del arte, pero tendremos tiempo, voluntad y energía para confeccionarlo.

 

IM: Como lector, ¿cuáles dirías tú que son los libros o autores infaltables en la biblioteca de un escritor que se quiere dedicar a la microliteratura?

JP: Por los indicios, pruebas documentales y pistas perseguidas, sostengo que Gaspar de la noche, La cruzada de los niños y Vidas imaginarias fueron los libros de fundación del microrrelato en América Latina. Esa herencia, por el magisterio de Borges después se transmitió, de ahí la endosó Juan José Arreola a la legión de sus seguidores. Julio Torri es el padre natural del género en México, como para Colombia lo fue Luis Vidales, y para Venezuela, José Antonio Ramos Sucre, planetas que orbitan fuera de la cosmogonía borgeana. Por el impacto del microrrelato en los estudios literarios, se han descubierto voces regionales, nacionales y continentales que es preciso escuchar para entender la aparición de la nanoliteratura.

A quien pretenda cualquier género de escritura, le sugiero que escuche el habla de los pasajeros que se transportan en el autobús; o al apagar la luz de la casa, ponga atención a las gritos de los vecinos que riñen por el costo de la vida; o atienda cuando la madre regaña a la hija adolescente por querer salir a horas de madrugada, pues esos sonidos íntimos pueden convertirse en alicientes de la escritura.

 

IM: ¿Cuáles son tus futuros proyectos en relación a la microficción?

JP: Ahora compilo para Cuadernos Negros, una editorial bogotana con el patrocinio del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento Lauro Zavala, los microrrelatos de Hispanoamérica cuyo personaje, héroe, símbolo o emblema es asumido por una sirena. Lleva por título provisional Esplendor de sirenas, en homenaje abierto al maestro Durán, fundador de la sirenología. En el momento que redacto estas líneas, por la espiga realizada acumulo unas cuarenta historias breves. Sigo esperando a ciertos invitados con su respectivo inédito. Durante enero me dedicaré a husmear en el corpus del microrrelato español e invitaré a algunos escritores para enriquecer la colección. Discretamente te confieso que Fernando Valls me prometió compartir su colección de sirenas ibéricas.

En otro asunto, para El Cuento en Red. Revista Electrónica de Teoría de la Ficción Breve, la afamada publicación fundada y dirigida por Lauro Zavala, me empeño como su coordinador editorial y como tal comparto con tus lectores esta primicia. Luego de diez años en la red y de veintidós números virtuales, El Cuento en Red salta a la arena del papel, pues tendrá una edición impresa; a partir en su siguiente número veraniego la revista podrá leerse con el visualizador ISSUU, aparte de otras novedades, será ilustrada por la mano diestra de escritores mexicanos afamados que en sus ratos libres abandonan la pluma fuente o la tecla para blandir el pincel y el fino lápiz. Raúl Renán, narrador y poeta, nos presta sus dibujos a mano alzada para amenidad de los folios y regocijo de nuestros lectores. Con ello pretendemos explorar la tradición del escritor vuelto artista visual, que en México tiene una legión de seguidores: Agustín Monsreal, José de la Colina, Fernando del Paso, Salvador Elizondo, Arturo Souto Alabarce…

 

IM: Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?

JP: Del cine soy desenfrenado fan, si contáramos a partir de mi adolescencia las películas que he visto, te diré con escaso error que un manojo de miles, acaso diez mil. Manejar un auto a 150 kilómetros por hora mientras escucho en alto decibel la música de Matrix. Comer, mientras estoy a la mesa me desdoblo en Macario.

 

Un libro de microrrelatos: El más reciente, devorado apenas llegó a mi casa, enviado desde su país por la autora, Lilian Elphick , Bellas de sangre contraria (Santiago, Mosquito Editores, 2009). Un descubrimiento: Ángel Olgoso, propiciado por frecuentar Fix100. Revista Hispanoamericana de Ficción Breve. Si visitan el sitio, encontrarán un muestrario de su obra.

Una canción: Arráncame la vida, del habitualmente bien ponderado Agustín Lara. Gustosamente se las cantaba, en el ínterin la filmaba y más tarde colgaba el video en la red, pero creo que Youtube sufriría un serio desperfecto al escuchar mis arpegios de tenor. El reggae es mi ritmo vital, que escucho rumbosamente mientras no escribo ni leo, pues estoy imposibilitado para conjugar ambas acciones. El Ipod que cuelga de mi hombro cada fin de semana mientras camino por los Viveros de Coyoacán, atestigua la cantidad de gigas que he invertido en esa música de la negritud. Los rastafaris, los serpenteantes dreklooks viperinos y la devoción por las plantitas circundaron mi adolescencia. ¿Sabían que su Majestad Haile Selassie vino un par de veces a México? La Glorieta de Etiopía honra esas reales visitas. Una estación del Metro de la Ciudad de México (Etiopía) lleva en su logotipo la imagen del león, que simbolizaba al Negus.

Una comida: De la alta cocina mexicana: crema de queso, o de nuez, o de chile poblano. Del fogón popular, prefiero el pozole, aunque de niño enloquecía con un plato de mole verde. El mejor día en casa es cuando me sirven unas tajadas de salmón, circundadas por un himalayita de arroz y zanahorias en rodajas, salpimentadas con unos copos de alcaparras. Agua de jamaica, al final, previo a los postres —una rebanada de pastel, o arroz con leche, o flan napolitano, o todos ésos uno tras otro los viernes de tertulia—. Te consta, Martín, que no bebo ni chocolates envinados.

Una ciudad: Aunque la maldigo cada vez que la transito, mi ciudad natal la llevo tatuada en la epidermis. Saber andar entre los vericuetos de la Ciudad de México garantiza a sus peatones que recorriendo Nueva Delhi, San Francisco o Tombuctú no se perderán mientras caminan por sus avenidas. Aparte de que mientras recorres sus laberintos urbanos, atestiguas insólitos latrocinios ecológicos, benevolencias sin nombre, violencias inusitadas que te curan de cualquier espanto. Aunque suene a pesadilla diurna o valentonada, escribo una verdad.

Una frase: Del centenar de aforistas que almaceno en mi demografía, gustosamente ofrecería un ejemplo a tus lectores, pero ya están expuestos ahora mismo en otra parte (Nexos, diciembre, 2010). Sin embargo, el refranero popular mexicano florece con las suyas: ¡MALDITA SEA! ¡CHINGADA MADRE! ¡SANTO CIELO! (En versalitas para indicar el grito de furor con que se salmodian.) Pondría otras, pero obligaría a tus lectores a consultar un diccionario de mexicanismos, sobresaltarse o renunciar a la amenidad que les obsequiaba hasta aquí esta lectura. Aclaro que las tales y dichas altisonancias también saltan a trompicones de este párvulo hociquito, catapultadas por las circunstancias.

Un equipo de fútbol:  El equipo de mi infancia: Cruz Azul; el de mi Alma Mater amadísima: Pumas de la UNAM. ¡Cómo no lo voy a querer! Aquí te apunto que a “futbol” en México no le adosamos ninguna tilde. Y ya entrado en gastos, te confieso que verlo en la televisión me aburre, quiero decir me reseca, pues al instante me marchita. Mejor organiza un partido, tenme en tu equipo y tócame la pelota, que yo me encargaré de que ganemos.

Un deseo: Terminar para exponer Anatomía de una ilusión, pues mi sueño, anhelo, deseo, necesidad, ilusión de vida ha sido ser un narrador, aprender el oficio para contar una historia. Ahora puedo confesarte que ya tengo un ramillete, un trío colgado en la red para el escrutinio o regocijo de tus seguidores. Como bonus track podría ofrecerte uno para concluir esta entrevista, pero quien quiera buscarlos para su gozo y regocijo, será fácil su busca y lectura.

En: Internacional Microcuentista.