Clarice Lispector, necesaria lectura

Por Javier Edwards (*)

Una de las gracias de un buen texto es que, si es bueno, no necesita ser la última novedad editorial para justificar su referencia. Por el contrario, la calidad obliga a no olvidarlo. Este es el caso de Un Soplo de Vida, de Clarice Lispector (1917-1978), la reconocida escritora brasileña de origen ucraniano.

Último texto conocido de esta narradora clave de la literatura contemporánea latinoamericana, es un perfecto ejemplo de la literatura de introspección, aquella donde pensamiento, lenguaje, recursos narrativos y una metafísica del acto creativo se constituyen en puntos esenciales del relato, la fórmula con que la escritora aborda implacable sus más profundas obsesiones.

Escritora de lo esencial, cada uno de sus libros –La ciudad sitiada (1949), La pasión según GH (1964),  Agua Viva (1973), por mencionar algunos– va dibujando un perfil inteligente y sensible: el de una autora atormentada por la lucidez frente a las posibilidades y limitaciones del acto narrativo propiamente tal, de las dificultades del lenguaje al momento de expresar el objeto del relato. Clarice Lispector ha sido un inmejorable ejemplo de esa tensión dialéctica que recoge el monólogo que da inicio a Un Soplo de Vida: «Para escribir tengo que instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo». Y, leyendo a Clarice Lispector, qué duda cabe sobre su esfuerzo por exprimir cada palabra. Escritura para escritores, ineludible; pero, al mismo tiempo, sugerencia necesaria para todo lector que quiera perder la inocencia y descubrir la trama oculta de todo relato, la tensión interior que identifica a la literatura auténtica.

Un Soplo de Vida es un libro inclasificable, presentado bajo la forma del diálogo entre un Autor y Angela (su personaje), indagando en los temas fundamentales de la creación literaria y las formas posibles de la existencia: «Tuve un sueño nítido inexplicable: soñé que jugaba con mi reflejo. Pero mi reflejo no estaba en un espejo, sino que reflejaba a otra persona que no era yo». Ser y escribir como términos de una contradicción infinita en la que lo que se refleja es y no es el objeto reflejado, en el que el autor se desdobla y se ve a través de otro, su personaje, que es imagen y negación de sí mismo. Un punto de partida que puede parecer retórico pero que, sin embargo, ofrece una infinidad de significados sobre el hecho de ser, de escribir-se.

Este texto muestra cómo autor y personaje exploran las posibilidades y limitaciones de existir: el miedo inicial a todo, al principio que rompe el silencio; la responsabilidad por la creación; la sensación de descontrol frente al objeto imaginado que termina por inventarse a sí mismo; el descubrimiento de la autonomía, de la propia identidad, de la existencia; y el proceso de toma de conciencia que se genera en todo acto literario. Temas que, Clarice Lispector, ha abordado con maestría de modo que la lectura convierte al lector en un viajero por zonas narrativas profundas y seductoras.

Un Soplo de Vida no transa haciendo concesiones al público fácil, recompensa al lector que se arriesga, entregándole una certera mirada sobre la dificultad implícita en todo escribir y, sin duda, refleja con extraordinaria precisión los fantasmas que rondan el día a día de un narrador: «Angela: Me da tanta vergüenza escribir. Menos mal que no publico. Cuando uno habla con Dios no debe usar palabras (…). Autor: Me cosifican cuando me llaman escritor. Nunca lo he sido ni lo seré. Me niego a tener el papel de escriba en el mundo». Ciento por ciento Clarice Lispector, este relato tiene la talla de un texto raro y excelente, de un legado que se abre como puerta a los misterios de esa escritura que busca, a veces infructuosamente, «decir».

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«Un soplo de vida. (pulsaciones)»

 Clarice Lispector, Siruela, Madrid, 1999, 154 págs.

 

Javier Edwards

*Abogado y crítico literario, desde los años 80’ ha colaborado en los diarios La Época y El Mercurio (Chile), El Observador (Barcelona) y las Revistas Reseña (Chile) y Quimera (España).  Actualmente también dirige la página web Ojo Literario.

 

En Revista ED – 191, Abril 2011