Por Miguel de Loyola
Ernesto Sábato publicó en 1963 sus reflexiones en torno al fenómeno de la creación literaria. ¿Por qué, cómo y para qué se escriben ficciones?, son las preguntas que, a juicio del novelista argentino, rondan por la mente de todo escritor, buscando una respuesta capaz de aplacar las dudas al respecto. Se trata de una obra de lectura imprescindible para todos los que padecen esa angustiosa necesidad de escribir. Y también para aquel lector curioso que anda en busca del misterio que oculta la personalidad de su escritor favorito.
No se trata de una obra teórica, elaborada por un crítico literario empecinado en imponer una teoría puramente racionalista al respecto, sino de la meditación profunda de un escritor que vive el proceso creativo por dentro. Experiencia que puede ayudar a apaciguar las dudas y a encontrar en sus palabras la identificación suficiente para reforzar la propia personalidad, en un mundo donde el quehacer artístico no alcanza a tener el valor suficiente para que el artista se sienta seguro.
Sábato va paso a paso resolviendo cada una de las interrogantes planteadas, partiendo por la vocación artística, señalando que el «fanatismo» debe insuflar el alma del artista para que nada pueda anteponerse a su instinto creador. Es decir, debe estar dispuesto a sacrificar cualquier cosa por su obra.
Cuando más adelante se pregunta qué es un creador, afirma: «Es un hombre que en algo «perfectamente» conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, pero sobre todo, es un exagerado.» Reflexiones con las que, naturalmente, se puede o no se puede estar de acuerdo, pero ayudan a encontrar el camino propio.
En cuanto a la función del arte, Sábato señala muy claramente: «despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo.», otorgándole así una dimensión ontológica fundamental, con un dejo claramente existencialista.
Más adelante, hablando de la deshumanización del arte y de la sociedad, fenómeno que surge a partir del siglo XX, valoriza la personalidad del artista, subrayando que «que gracias a su incapacidad de adaptación, a su rebeldía, a su locura, ha conservado paradojalmente los atributos más preciosos del ser humano.» Atribuyéndole así una importancia capital en el desarrollo de una sociedad que va perdiendo todo lo humano. «La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar.»
A propósito del tema de la literatura actual, fundamenta que «no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo externo, sino a la aventura que explora los abismos y cuevas de su propia alma.» Y más adelante recalca «si la ciencia puede prescindir del yo, el arte no puede hacerlo…»
«La novela del siglo XX no sólo da cuenta de una realidad más compleja y verdadera que la del siglo pasado, sino que ha adquirido una dimensión metafísica que no tenía.»
«La novela de hoy, por ser la novela del hombre en crisis, es la novela de esos grandes temas pascalianos ( la soledad, el absurdo, la muerte, la esperanza y la desesperación)
En lo referente al estilo, vieja cuestión que ha preocupado a escritores y críticos, confiriéndole a veces atributos místicos que posiblemente no tiene, Sábato puntualiza: «el estilo es el hombre, el individuo, el único: su manera de ver y sentir el universo, su manera de «pensar» la realidad sea esa manera de mezclar sus pensamientos a sus emociones y sentimientos, a su tipo de sensibilidad, a sus prejuicios y manías, a sus tics.»
El libro recoge también las opiniones de algunos escritores en las que Sábato ha encontrado fundamento para sus propias proposiciones. De Faulkner, hablando del trabajo del artista, cita una opinión memorable: «El artista sigue trabajando sin descanso y volviendo a recomenzar; y cada vez cree que logrará su fin que integrará su obra. No lo logrará, como es natural; y de ahí la razón de que ese estado de ánimo sea fecundo. Si alguna vez lo consiguiera, si su obra llegara a poder equipararse con la imagen que se hizo de ella, con su sueño, sólo le restaría precipitarse desde el pináculo de esa perfección definitiva, y suicidarse.»
Del existencialista Jean Paul Sartre, hablando también del fenómeno de la creación, recoge: «es la más eficaz de todas las escuelas de paciencia y lucidez. Es también el testimonio trastornador de la única dignidad del hombre: la rebelión tenaz contra su condición, la perseverancia es un esfuerzo considerado estéril. Exige un esfuerzo cotidiano, el dominio de sí mismo, la apreciación exacta de los límites de lo verdadero, la mesura y la fuerza. Constituye una ascesis. Todo es para nada, para repetir y patalear. Pero quizá la gran obra de arte tiene menos importancia en sí misma que en la prueba que exige a un hombre y la ocasión que le proporciona de vencer a sus fantasmas y de acercarse un poco más a su realidad desnuda.»
Apoyando la misma idea, Sábato más adelante agrega: «El escritor consciente (de los inconscientes no me ocupo en este libro) es un ser integral que actúa con la plenitud de sus facultades emotivas e intelectuales para dar testimonio de la realidad humana, que también es inseparablemente emotiva e intelectual; pues si la ciencia debe prescindir del sujeto para dar la simple descripción del objeto, el arte no puede prescindir de ninguno de los dos términos.»
Y acerca de de la profundidad de la novela, señala: «Una novela profunda no puede no ser metafísica, pues debajo de los problemas familiares, económicos, sociales y políticos en que los hombres se debaten están, siempre, los problemas últimos de la existencia: la angustia, el deseo de poder, la perplejidad y el temor a la muerte, el anhelo de absoluto y de eternidad, la rebeldía ante lo absurdo de la existencia.»
Frente a la pregunta por qué se escriben novelas, Sábato sostiene que después del fin de la época medieval, donde el centro del mundo dejó de ser Dios y pasó a serlo el hombre, la novela nació como respuesta al «escrutinio de la condición humana en un mundo donde Dios está ausente, o no existe, o está cuestionado.»
En fin, El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sábato, publicado por Seix Barral en 1963, constituye indudablemente todavía hoy un aporte importante para la discusión, un encuentro o desencuentro con reflexiones que abren el diálogo interior.
El viernes va a estar en la Biblioteca de Paillaco, junto a su esposa.