Por Cristóbal Hasbun L.
Max Richter, el minimalista británico, compuso una diminuta obra que me llevó a escribir esta apreciación. Se trata de una pieza para piano de un minuto y dieciocho segundos de extensión, inserta en un álbum que este año reeditó la Deutsche Grammophon. Es un piano que se detiene un minuto y medita, escudriña el entorno, da un paso atrás para ver con calma todo lo que acontece a lo largo de los más de cuarenta minutos que dura la obra completa.
El hecho de no haber notado antes la relevancia de Vladimir’s Blues ―que no es otra cosa que una melodía que se repite con ligeras variantes, donde la mano derecha forma una cadencia nostálgica mientras la izquierda marca el bajo― me hizo pensar, por un momento, que quizás toda la composición descansa en esa piedra angular de un minuto y dieciocho segundos, y que por más que uno revise ciertas cosas durante muchos años ―en este caso, la música en un álbum― la verdad aparece siempre después, al ritmo de los momentos, tardía pero apacible. Esta pieza se encontraba enmarañada entre otros once movimientos, todos complejos y a veces sobrecargados de información, virtuosos y expresivos. Su camuflaje era probable.
¿Será ese el estado en que actualmente se encuentra nuestro arte? En un momento de hiperinformación y mentira, de sobreproducción evidente y ensimismamiento, ¿no habremos vuelto a valorar el llano? ¿Por qué la reiteración de acordes de Richter o Zimmer cautiva tanto, por qué el cuadro de Hopper donde una mujer está sentada sobre la cama nos conmueve de esa forma?
Hay algo de soledad en esto, quizás. Las notas que se reiteran con instrumentos de cámara, carentes de grandes orquestas y públicos multitudinarios o los cuadros donde solo se exhiben personas sin compañía ―o que no requieren, en ese instante, de compañía― naturalmente resaltan elementos de soledad en el velo de nuestras existencias. Aunque hay también otro elemento que vale la pena mencionar.
Existe una determinada forma de percibir las cosas, una aproximación a los fenómenos más insignificantes pero a la vez más íntimos, la que logran alcanzar artistas o en general personas con inusitada capacidad de ser sencillos. No son creadores de cosas grandes, por decirlo de alguna forma, sino dadores de sentido a cosas que antes descansaban en la insignificancia. Como el poeta que escribe un poema sobre un pastor de rebaños, y el pastorear animales se ofrece, al menos en el instante de su lectura, como un oficio donde quien lo desempeña puede terminar siendo un héroe. O el filósofo que, cuando emperadores y príncipes le ofrecían riquezas, él les decía amablemente que le bastaba con que se corrieran un poco para que no le tapasen la luz del sol. Hay creadores que trasmiten precisamente aquello: no había nada intrincado, dicen, era cuestión de verlo. Pero cuando se alejan, detrás de su obra, se comportan como si esa labor la hubiera podido hacer cualquiera. Y les tocó a ellos.
Ese era Nicanor Parra, por ejemplo, que destinaba algunos minutos a hablar con cada uno de los vecinos que lo consultasen. Compartió con todos poesía y palabras; era de carácter cálido y sencillo, como quien conoce la grandeza de su destino.
Minimalismo y simpleza de arte son una forma de resistirse a la grandilocuencia y el exceso, a todo lo que pueda ser hiper y termina siendo vano. Parecen una reacción a la producción en cadena, a lo que se ofrece como atosigado y grandioso. Porque en algún momento el ocaso llega y ante el crepúsculo se derrama el llano donde pocas cosas pueden ser ocultas, donde lo que es verdad resalta como una sola estrella. Y luego otro día.
Los gráciles golpes sobre las teclas del piano llevan al movimiento de las cuerdas que posibilitan la comunicación de las dos manos del intérprete, la melodía y el bajo. Las notas presionadas a palma abierta sobre los blancos dientes del teclado, una a una, tintinean a través de la noche de tonos graves. Son un minuto y dieciocho segundos indubitadamente elementales. Podría tomar una vida componer así. Como el caminante que va un paso atrás de todas las cosas, observando.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…