Por Bartolomé Leal

“Estamos entre los países de América Latina donde más y mejor se expresa el género negro”

 

El principal exponente de la narrativa policial y negra en Chile es Ramón. También es una de las figuras centrales del género en nuestra lengua castellana, y conocido cada vez más por las traducciones de sus libros. Un referente a nivel mundial sin duda y sobre todo gracias a su personaje más recurrido, el detective Heredia. Pero nuestro autor es harto más que Heredia, por lo mucho que ha dado a la literatura en la narrativa, el ensayo sobre el género y también en la poesía. Digamos que además es un amigo de sus amigos, un tipo derecho y discreto, siempre dispuesto a apoyar a los cultores/as del género, siempre dispuesto a colaborar en presentaciones y generoso con sus reseñas. Pues en esta conversación he querido sacarlo de los carriles tradicionales de las entrevistas al uso.

-Entiendo que empezaste haciendo poesía, sacaste una revista, “La gota pura”, donde dabas espacio a muchos líricos jóvenes. Cuenta de esa experiencia.

-Mis primeras publicaciones fueron un par de libros de poemas, a comienzos de los 80: El poeta derribado y Pasajero de la ausencia. Algunos de los poemas de esos libros continúan circulando en antologías y han sido traducidos a otros idiomas. Sigo escribiendo poesía, pero más que nada como un ejercicio dirigido a un solo lector que soy yo mismo. Y habitualmente leo poesía y de mis lecturas viene algo que le he prestado a mi personaje Heredia: su relación permanente con la poesía y su costumbre de citar fragmentos de poemas.

Siempre tuve cierta tentación por la publicación de revistas. En el año 1975, siendo estudiante de la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile, publiqué con algunos compañeros la revista “Luz verde para el arte”. Duró cuatro números y luego la censuraron. La revista nació en un taller literario en el que también participaba el poeta Guillermo Riedemann, uno de los mejores poetas de mi generación.

En 1980, con Leonora Vicuña y Aristóteles España iniciamos la publicación de la revista “La gota pura” que tuvo la resistencia suficiente para durar diez ediciones en su primera época, y en la cual publicamos a muchos poetas jóvenes de entonces, y también a voces ya consagradas como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Nicanor Parra, Díaz Casanueva, Enrique Lihn, entre muchos otros. La mayoría de los poetas nos entregaban textos inéditos. También publicamos a poetas que por esa época ya marcaban pautas, como Silva Acevedo, Juan Cameron, Claudio Bertoni y Gonzalo Millán. Millán nos enviaba desde Canadá textos inéditos, artefactos y traducciones que él hacía de poetas franceses. La primera portada fue creación del querido dibujante Germán Arestizábal. Jorge Teillier también nos pasaba traducciones, y recuerdo que publicamos (tal vez por primera vez en Chile) a Charles Bukowski, traducido por el poeta y editor David Valjalo.

Se creó un gran movimiento de poetas y poemas alrededor de la revista y me atrevo a decir que fue una revista emblemática en esa dura y agitada década de los años 80. Incluso hicimos un concurso de poesía, gracias a la ayuda del profesor y escritor Juan Armando Epple. En los 80, “La gota pura” tuvo diez ediciones, y luego, ya en los 90 salieron cinco más. Recuerdo que la revista tenía una casilla de correo y cada vez que pasaba a revisarla la encontraba llena de cartas con poemas inéditos o libros que enviaban poetas de todas partes del país. Nunca estuve tan al día con lo que pasaba en la joven poesía chilena como en esa época.

-Tu primera novela con el detective Heredia, La ciudad está triste, mostraba en su primera edición un Santiago en clave, nada se nombraba, pero se reconocía, se me ocurre que se veía reflejada allí la amenaza tenaz de la dictadura. ¿Cómo lo ves ahora?

-Sí, me lo han preguntado otras veces e incluso se ha escrito sobre el tema de la ciudad sin nombre. Pero no tengo el recuerdo de que haya sido algo consciente, premeditado. Quizás pensé que una ciudad sin nombre servía para recalcar su marginalidad y tristeza. Después, ya en la segunda o tercera novela de la serie Heredia, comencé a nombrar los espacios de Santiago. Y eso si lo hice conscientemente, porque pensé en la necesidad de crear cierta memoria, cierto registro, de una ciudad cuya historia urbana ha ido desapareciendo. Entonces, nombrar lugares ha sido mi manera de mantenerlos con vida, de establecer ciertas huellas y de generar complicidades con los lectores.

-Has sido muy activo en publicar cuentos, tanto tuyos como de otros/as en tanto antologador. ¿Qué esperas de un buen cuento? Te lo pregunto porque hay muchos escritores noveles (viejos y jóvenes) que creen que es lo más fácil para empezar.

-Lo que espero de un cuento ya lo dijo Cortázar: que gane por nocaut. Es decir que me interese desde la primera línea, que su desarrollo me aporte una historia significativa, y que su final me deje un recuerdo imborrable, o al menos persistente durante algún tiempo. Por su relativa brevedad algunos piensan que un cuento es más fácil de escribir, pero eso es engañoso. En el cuento, como en la poesía, cada palabra importa y uno no puede irse por las ramas. El cuento tiene una intensidad a la que hay que ser fiel desde el inicio y hasta el final.

Me gusta leer cuentos y a partir de eso, pienso que las seis o siete antologías o compilaciones que he preparado, más que para establecer hitos generacionales o de géneros, han sido una manera de compartir cuentos que he leído y me han gustado.

-Encuentro admirable tu expansión en el mercado internacional con reediciones y traducciones. ¿Qué puedes contar de esta dinámica?

-La primera novela que publiqué fuera de Chile fue Solo en la oscuridad. En ese momento no era fácil publicar una novela policial en Chile y me llegó el ofrecimiento de una editorial argentina que estaba iniciando una colección de novelas policíacas. Después, en España, se han publicado otras cuatro novelas. Una en la editorial Seix Barral, y las otras por la Editorial Txalaparta. Y luego vinieron las traducciones al francés, italiano, alemán, croata, danés, portugués y griego. En Francia se han publicado seis de mis novelas. El año pasado se publicó la primera traducción en inglés (La oscura memoria de las armas), y en octubre saldrá la segunda novela: Ángeles y solitarios. También está en proceso la publicación de La oscura memoria de las armas en China. Sumados todos los países, son 20 o más las novelas traducidas, incluida la novela infantil R y M investigadores que fue traducida al italiano.

-Has publicado varias antologías de relatos policiacos/negros, nacionales y latinoamericanos, apoyando con esto a los autores. ¿Cuáles han sido tus criterios de selección?

-El primer criterio ya lo dije en otra respuesta: que fueran cuentos que me gustaran. Y luego, dependiendo de la compilación he tenido en cuenta otros criterios. Por ejemplo, en “Crímenes criollos. Antología del cuento policial chileno” (Mosquito Editores, 1994) intenté recuperar al máximo de autores que habían escritos relatos policiales dentro de la dispersa historia del género hasta los años 80’ del siglo pasado. Busqué textos en antologías y revistas muy antiguas y también en los libros publicados por autores como Alberto Edwards y Luis Enrique Délano. Libros, algunos, que no eran fácil de ubicar porque, por ejemplo, las novelas policíacas de Délano nunca se han publicado en Chile y sus cuentos se encuentran dispersos en diarios y revistas. Digamos que tuve cierto afán arqueológico respecto a las expresiones del género.

Más tarde, en “Letras rojas. Cuentos negros y policíacos”, publicada el año 2009 por LOM Editores, procuré registrar lo que se había publicado desde 1980 hasta el 2005. Estas dos antologías son hasta donde sé las primeras que se hicieron en Chile desde la perspectiva del género policial. Finalmente, publiqué una tercera compilación de textos policíacos “El crimen tiene quien le escriba. Cuentos negros y policíacos latinoamericanos” (LOM, 2016) en la que pretendí mostrar una serie de autores latinoamericanos actuales y dar a conocer las distintas formas que asume el relato policial en la actualidad.

-En la misma línea, tus estudios y ensayos sobre el género en Chile marcan una pauta, cosa que muchos criticastrejos turbios (como decía Pablo de Rokha) deberían estudiar antes de opinar. ¿Estás de acuerdo?

-Cuando publiqué mis primeras novelas me di cuenta de que en el medio no había mucho conocimiento sobre narrativa criminal y en especial sobre lo que hoy conocemos como novela negra y neopolicial latinoamericano. Lo típico era que los críticos y comentaristas que se interesaban en el tema se refirieran a Conan Doyle o Agatha Christie, Chandler, y hasta ahí llegaban. De ahí nació la necesidad de escribir algunos textos que dieran pistas a los lectores sobre lo que pasaba más allá de los autores clásicos. Junto a eso, desde entonces y en la medida de que dispongo de algún espacio en la prensa, me he preocupado de escribir comentarios sobre los libros policíacos de autores chilenos y extranjeros. Tengo muchos textos en esta línea que podría publicar en forma de libro, junto a comentarios de autores latinoamericanos y europeos.

En cuanto a la crítica, en Chile no tenemos una crítica especializadas en el género, como ocurre en países como Francia o Alemania. Pero, con la intención de ver el vaso medio lleno, destacaría que hoy en día el género policial tiene mucho más espacio en la crítica y en los estudios universitarios que el que existía cuando publiqué la primera novela de la serie Heredia y había que andar dando explicaciones sobre lo que era una novela negra.

Destacaría como algo muy importante la incorporación del género policial en el ámbito universitario. Son muchas las tesis y ensayos que han realizado estudiantes y académicos. Hay varios, en Chile y fuera del país, que han dedicado buena parte de su trabajo al análisis de la literatura policial chilena: José Promis, Fernando Moreno, Guillermo García Corales, Patricia Espinoza, Clemens Franken, Marcelo E. González, Magda Sepúlveda, entre otros. Incluso hay universidades, como la Universidad Católica, que ha tenido y tiene una cátedra de narrativa policial. Todo eso no existía hace 30 o 40 años.

-¿En qué nivel situarías la producción nacional comparando en el resto de Hispanoamérica, España, el ámbito anglosajón o francés?

-Desde luego no podemos compararnos con el ámbito anglosajón y el francés, donde el género cuenta con una larga tradición y autores que son clásicos del género desde hace mucho tiempo. Ámbitos en los que el género tiene un gran soporte editorial; librerías especializadas y sobre todos lectores que son grandes conocedores y seguidores del género policial. Con España la brecha también es ancha. En Francia y España, por ejemplo, se organizan una gran cantidad de encuentros y festivales de novela policial; y son eventos que cuentan con públicos amplios e interesados. Aquí, como sabes, participé en la organización de dos versiones del Festival Santiago Negro que estuvieron muy bien si las comparo con actividades similares que se realizan en otros países. Y bueno, si nos limitamos al ámbito de América Latina, me parece que estamos entre los tres o cuatro países donde más y mejor se expresa el género.

-El policial/noir chileno, ¿se ha renovado? ¿Reconoces nombres emergentes? ¿Autoras mujeres?

-Hace años, en algún intento de ensayo, señalé que en la década de los años 80 se había producido lo que llamé la reinstalación del género policial en la literatura chilena, gracias a la aparición de un puñado de autores que, sin tener reparos en la marginalidad editorial y crítica del género, pensaron que escribir desde lo policial o criminal era una opción tan válida como otras para hacer narrativa de calidad y dar una visión de la sociedad en la que vivimos. Y con el paso de los años, la reinstalación se ha confirmado porque hoy en día tenemos autores de distintas generaciones escribiendo desde los códigos o los márgenes del género policial o la novela negra.

De los autores que se han dado a conocer en los últimos cinco o seis años, por poner una fecha, mencionaría a Juan Ignacio Colil, Gonzalo Hernández, Miguel del Campo, Ignacio Borel, Juan José Podestá, Julián Avaria. Otros autores que no son tan jóvenes, pero han publicado en los últimos años, son Juan Pablo Sáez, Mario Valdivia, Daniel Plaza y Boris Quercia, autor este último de dos buenas novelas que fueron muy bien recibidas en Francia. En cuanto a las mujeres, a la hora de los recuentos siguen siendo pocas, pero están apareciendo nuevos nombres. De lo que se ha publicado en los últimos dos años recuerdo las novelas de Paula Ilabaca y Julia Guzmán. Y están las novelas policíacas de Elizabeth Subercaseaux y Marcela Serrano. También he estado de jurados en concursos donde han destacado varias escritoras que espero publiquen prontos sus primeros libros.

Y hay otros autores, la mayoría de los cuales están en las antologías ya mencionadas, que se han expresado a través del género policial: Luis Sepúlveda, Antonio Rojas Gómez, Poli Délano, Roberto Bolaño, Helios Murialdo, Bartolomé Leal, Mauro Yberra, Roberto Ampuero, Toño Freire, Eduardo Contreras, Sergio Gómez, Hernán Rivera Letelier, José Román, José Gai, Ignacio Fritz, Diego Muñoz, Carlos Tromben, Gregory Cohen, Eduardo Soto Díaz, Pablo Azócar… La lista puede ser más larga y seguramente estoy olvidando muchos nombres, pero tampoco la idea es hacer un listín telefónico. Lo importante es que fácilmente podría mencionar a cincuenta autores, lo que habla muy bien de la vitalidad que tiene actualmente el género policial dentro de la narrativa chilena.

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