Por Josan Hatero

 

La literatura de ciencia ficción crea a la mujer a su imagen y semejanza, una y otra vez. Teresa López-Pellisa lo tiene claro. Esta profesora de Filología Española de la Universidad de las Islas Baleares, experta en literatura de ciencia ficción y jefa de redacción de la revista Brumal, acaba de publicar Las otras. Antología de mujeres artificiales (Eolas). Una excusa estupenda para hablar con ella de lo divino, lo humano y lo mecánico.

¿Qué te llevó a organizar esta antología?

Una de mis líneas de investigación son los Estudios de Género y la Cibercultura. En el libro Patologías de la realidad virtual. Cibercultura y ciencia ficción (Fondo de Cultura Económica, 2015) le dedico un capítulo (El Síndrome de Pandora) al estudio de las mujeres artificiales, muñecas tamaño natural, ginoides (androides femeninas), maniquiféminas, mujeres virtuales, etc. A partir de Faustine, la mujer virtual que protagoniza La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares, comencé a estudiar e indagar en este tema, que ya había sido estudiado previamente, entre otras teóricas, por Pilar Pedraza en sus Máquinas de amar o por el especialista en pornocultura Naief Yehya. Me fascinó la cantidad de textos literarios, cinematográficos, artísticos y artefactos tecnológicos que se habían producido a lo largo de la historia en los que se repetía la misma historia: un varón creaba una mujer artificial que habitualmente le traía la muerte y la desgracia (de ahí que diagnosticara con el Síndrome de Pandora a esta estructura narrativa). Al recabar una gran cantidad de cuentos, novelas, obras de teatro, etc, pensé en hacer una antología temática a modo de recopilatorio, y Javier Molea, de una editorial independiente de Nueva York (DiazGrey Editores), se interesó en publicarla en Estados Unidos. Decidimos que fuera una antología de autores contemporáneos españoles y latinoamericanos en la que aparecieran cuentos ya publicados y algunos inéditos. Gracias a la editorial Eolas, acabamos de sacar en España una edición ampliada y revisada.

Para los que no somos lectores habituales del género, da la impresión de que no hay muchos escritores de ciencia ficción españoles. ¿Falta visibilidad de la ciencia ficción en España?

Mira, me alegro mucho de que me hagas esta pregunta, porque precisamente acabamos de publicar la Historia de la ciencia ficción en la cultura española (Iberoamericana, 2018) donde colaboramos varios investigadores del Grupo de Estudios sobre lo Fantástico de la Universidad Autónoma de Barcelona. En esta publicación hay capítulos dedicados a la historia de la ciencia ficción desde sus orígenes en España hasta 2015 en narrativa, teatro, cine, televisión, cómic y poesía. Autores como Unamuno, Clarín, Emilia Pardo Bazán, Ramón y Cajal o Pedro Salinas escribieron ciencia ficción. El teatro de ciencia ficción con autores como Jacinto Grau, Buero Vallejo, Carlo Fabretti, Sanchis Sinisterra, Francisco Nieva, Angélica Liddell o la Fura dels Baus, series de televisión como Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, Refugiados, El internado o El barco, o directores de cine como Álex de la Iglesia, Amenábar, Nacho Vigalondo o Pedro Almodóvar demuestran que la ciencia ficción española ha sido popular en nuestro país desde siempre y de forma ininterrumpida. Existen muchos escritores y lectores de ciencia ficción en España, y de hecho, el mundo del fandom español es el colectivo que más ha trabajado en el desarrollo del género desde los 90. La consolidación de la ciencia ficción en España se produce durante los años de la transición y la democracia, y en el siglo XXI hemos asistido a la naturalización del género gracias a las series de televisión y el cine comercial, y esto ha favorecido su consumo sin prejuicios.

En el prólogo mencionas que cuando los hombres escriben sobre mujeres artificiales, suelen otorgarles el rol de prostituta o compañera sentimental; ¿y cuando lo hacen las mujeres?

El imaginario de Pigmalión y Galatea, así como el de Pandora, impregna la tradición cultural de Occidente. El relato “El hombre de arena” de E. T. A. Hoffman es el cuento fundacional en la narrativa no mimética de esta temática, donde la autómata femenina Olimpia termina enloqueciendo al varón protagonista. Lo cierto es que existe esa tradición y forma parte de una visión patriarcal de las relaciones heteronormativas. El amor o atracción que siente el ser humano por estatuas o muñecas se conoce bajo el nombre de Venus estatutaria, agalmatofilia o eidolismo, a lo que se une el incesto, ya que en la mayoría de los relatos la mujer artificial ha sido creada por su padre y amante. Pigmalión creó a Galatea, y Vulcano a Pandora, pero las escritoras también utilizan esta estructura narrativa al insertarse en la tradición de la modernidad o bien para reproducirla o parodiarla. En esta línea tenemos el cuento de Patricia Esteban Erlés y los micros de Ana María Shua. Y entre los autores que utilizan el motivo tradicional a partir del imaginario de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, La máquinas de follar de Bukowski o La moglie di Gogol de Landolfi se encontrarían los cuentos de Pablo Martín Sánchez, José María Merino, David Roas, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Raúl Aguiar, Iván Molina Jiménez y Guillermo Samperio. Pero a veces el cuerpo inmaterial de la mujer virtual sirve como compañía para el viudo y se pierde la relación erótica con el artefacto, tal y como sucede en el cuento de Alicia Fenieux, o como refleja el inquietante cuento de Ricard Ruiz Garzón, en el que un hombre también quiere recuperar a su familia más allá de la muerte.

Pero es importante recordar, que cuando las autoras crean seres artificiales, no suelen tener una función de pareja sexual. De hecho, el mito de Frankenstein de Mary Shelley inaugura toda una saga de seres artificiales masculinos en esta línea.

También comentas que algunos de los relatos tienen una lectura feminista. ¿Crees que la literatura puede (y debe) ayudarnos a repensar nuestra sociedad?

¿Cómo? Sí. Harold Bloom me llamaría resentida y con orgullo me reconozco perteneciente a la “Escuela del Resentimiento” (bautizada así por Bloom). Y además soy culturalista porque considero que la militancia y la crítica literaria van de la mano. Vargas Llosa se escandaliza ante la existencia de la crítica literaria feminista porque examinamos la ideología que se desprende de los textos ficcionales. Obviamente, toda la ficción utiliza patrones de representación que se basan en convenciones sociales y forman parte de un contexto histórico que muestra relaciones de poder y de clase que no pasan desapercibidas para los lectores ni para la crítica. La estética, la ideología y la política no son sinónimos, pero tampoco antagónicos, por lo que lo interesante es establecer equilibrios de reflexión crítica que nos permitan analizar los productos culturales, ver qué función tienen y cuál es su recepción. 

Desde su nacimiento en el siglo XIX en el contexto de la revolución industrial con el Frankenstein de Mary Shelley, la ciencia ficción se ha mostrado crítica con la sociedad y la política. En Las otras el lector se encontrará relatos que muestran una clara postura feminista, como los de Angélica Gorodisher y Elia Barceló, así como otros cuentos que reflexionan temática del colectivo LGBT, con propuestas que subvierten la función del cuerpo femenino como fetiche heteropatriarcal, como es el caso de los cuentos de Lola Robles, Naief Yehya y Alberto Chimal, además de las propuestas de relaciones sexuales con seres absolutamente queer que juegan a tener apariencia femenina, tal y como proponen Joss y Diego Muñoz Valenzuela. Pero también se presentan maternidades monstruosas (como en los relatos de Claudia Salazar y Gerard Guix) u otros textos en los que la erotización del cuerpo femenino no es el eje central del relato, tal y como sucede con los cuentos de Lina Meruane, Edmundo Paz Soldán, Mar Gómez Glez, Sofía Rhei, Jorge Baradit o Sergio Gaut vel Hartman.

Me ha fascinado cuando aseguras que todos somos de alguna manera cíborgs porque tecnologías como las vacunas o las gafas han cambiado nuestra manera de relacionarnos con el mundo. ¿Significa eso que lo artificial es una forma de evolución, un camino de perfección?

Más que afirmar que lo artificial es una forma de evolución, se trata de tomar consciencia de que somos artificiales: construcciones culturales. Si algo positivo nos aporta la posmodernidad es la conciencia de que no hay nada natural en la vida social del ser humano. El Manifiesto para cíborgs (acrónimo de organismo cibernético) de Dona Haraway desarrolla muy bien esta propuesta. El ser humano comenzó a modificar ese entorno natural para convertirlo en un mundo humano: al crear la sociedad, la cultura, ampliando sus capacidades con gafas (tecnología que perfecciona nuestra visión), vacunas (tecnología que perfecciona nuestro sistema inmunológico), el hacha (amplifica la fuerza del brazo), etc. Los seres humanos nos convertimos en cíborgs desde el día en el que utilizamos una herramienta (entendida como una tecnología que nos permite modificar nuestro entorno). Tener consciencia de que nuestro mundo es una construcción cultural fruto del trabajo del ser humano es fundamental para tener una clara consciencia de nuestra identidad y de su capacidad de transformación: no hay nada inamovible en el mundo tal y como lo conocemos. Esto nos permite deconstruir categorías para crear un nuevo imaginario que la ciencia ficción refleja como ningún otro género, y ahí radica su capacidad de subvertir.

Entonces, ¿debemos repensar la identidad, la sexualidad y el género como construcciones culturales?

Simone de Beauvoir ya dijo que “la mujer no nace, se hace”. Aprendemos a ser mujeres y hombres, igual que aprendemos todas las convenciones sociales que forman parte de nuestra identidad cultural y nacional según el lugar en el que nacemos. La sexualidad y la identidad de género viene impuesta por esa tradición cultural a la que pertenecemos y lo importante es crear figuraciones políticas imaginativas (y ahí la ciencia ficción es uno de los géneros más sugerentes). Donna Haraway, Rossi Braidoti o Remedios Zafra insisten en esa posibilidad revolucionaria que nos permiten las poéticas de la imaginación: los cuentos de Chimal, Naief Yehya o Lola Robles van en esa línea, por poner algunos ejemplos. Pero todos los relatos de esta antología reflexionan sobre la identidad, qué significa ser humano, dónde está el límite, se interrogan sobre si el cuerpo determina o condiciona la sexualidad, cómo se construye la sexualidad, qué determina las relaciones íntimas entre las personas, y cómo se crea la subjetividad y la consciencia. Estos cuentos muestran, de una manera muy inteligente y con gran sensibilidad todos sus autores, que la feminidad se construye, es artificial y no hay nada natural en las mujeres que las convierta en objetos para el deleite del patriarcado.

Series de televisión como Wesworld o Humans abordan el tema de la vida artificial hecha a nuestra imagen. Y no salimos bien parados. En ambos casos se podría decir que los androides son un espejo que refleja y cuestiona aquello que nos hace humanos. ¿Crees que televisión y literatura comparten esa visión negativa?

Jugar a ser demiurgos y crear tal y como nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, es la herencia judeocristiana de nuestra tradición. Los humanos clavamos en la cruz a nuestro pater, y creemos que los seres artificiales que creemos harán lo mismo con nosotros, tal y como sucede en los relatos grecolatinos y medievales, así como con el monstruo del Dr. Frankenstein o los replicantes de Blade Runner: la criatura siempre se revela contra su creador en las narrativas occidentales. Nos aterra la perfección que puedan alcanzar y que nos superen, y de ahí que, ante el miedo al Otro, al diferente, se establezca una relación bélica de autodestrucción. Asimov creó las tres leyes de la robótica para apaciguar a las mentes conservadoras que pudieran inquietarse ante la idea de compartir piso con un androide con inteligencia artificial: si el software está controlado y no puede atacar al humano, esclavizamos y sometemos a estos nuevos seres. ¿Pero qué sucede si se trata de poshumanos con conciencia? ¿No deberíamos respetar sus derechos? Este es el debate que se inició en la obra de teatro R.U.R. (1921) en la que Karel Čapek acuñó el término robot, y sobre lo que se reflexiona en las series que mencionas. Nos muestra androides con inteligencia artificial que han llegado a la fase poshumana, con consciencia y sentimientos. Nick Bostrom, presidente de la Asociación Mundial Transhumanista y profesor de Filosofía en la Universidad de Oxford, considera que estos seres deberían gozar de sus derechos y no ser esclavizados, y en la Universidad de la Singularidad situada en Silicon Valley ya trabajan con la posibilidad de que un día existan seres como los que protagonizan estas series de televisión. Y no hay olvidar que existen las Real Doll y son muy populares. De hecho, el año pasado abrieron un prostíbulo de muñecas tamaño natural en Barcelona, y actualmente las han dotado de una inteligencia artificial básica para que puedan emular cierta capacidad de interacción lingüística con el usuario…

En Revista “Qué leer”, N° 243, 2018.