Por Rolando Rojo

 

La noche que un cabrón anónimo y resentido se echó de este mundo al tanguerito,habíamos logrado ¡al fin! arrendarlo en el burdel del Morocco.

El maricón, con una banda de tunantes recién “beneficiados” de algún Banco y celebrando el botín en el salón prostibulario, selló el compromiso con un apretón de mano y un beso maraco en la mejilla: tres poncheras de pisco en piña, comida para la patota, es decir, para Porrita, el Negro Castro, Canela Reyes y este humilde servidor, y un polvo gratis por nuca, conforme mis príncipes. El Tito actuaría con intervalos de hora, hora y media por consideración a sus pulmones dañados y respeto a la alondra de miel que anidaba en su garganta. Sólo nosotros sabíamos que el Tito Brisso venía saliendo de “El Peral”, más pálido y ojeroso que nunca, porque en los tres meses de convalecencia, el equipo de enfermeras en pleno, se había empeñado más en sacarle sudor debajo de las sábanas que el bacilo de Koch  de los pulmones. El Tito en el tango y en la cama, nunca tuvo rivales. Las putas de Bulnes se rajaban con una ponchera con tal de retenerlo hasta la madrugada y llevárselo a los cuartos del fondo con una delicadeza de porcelana china.

La madre del tanguerito, viuda de militar y española de cepa y culo, estremecía el barrio conputeadas de veguino, cada vez que el Tito llegaba  a casa  con el sol alto y afirmándose en los mocos. “¡Coño, otra vez se llevaron al Titillo estos hijos de puta!”-vociferaba la matrona, ignorando que sus propias primas y sobrinas se turnaban para comerse al gitanillo de pestañas crespas en el propio baño o los hoteles del centro.

El conflicto se armó por una reverenda huevada: cuando el Tito terminaba  “Garufa”, un peruano seboso de la banda de malandrines, lo encabalgó  con vozarrón incaico en los últimos versos “Garufa, puchas que sos divertido, Garufa ya sos un caso perdido…” ¡Cállate conchas de tu madre! -gritaron al unísono las cortesanas del Morocco, y el cholo, en vez de achuncharse cantó con más bríos ¡¡”Tu vieja dice que sos un bandido, porque dice que te vieron en el parque  japonés!!” Acto seguido secó la copa y la estrelló contra la pared. “¿Quieres cantar a dúo, maricón? –amenazó groseramente, pero nadie le dio un cinco de pelota.

Por cierto, el Tito Brisso, como Gardel, pudo haberse ido de este mundo en plena juventud y sin intervención de terceros, pero se cruzó esa noche de mierda, ese maldito cabrón resentido y ese duelo de canciones  que suele ser más peligroso que las armas.

En el segundo tango el Tito miró a los “Vampiros”, el trío de acordeón y guitarras, para que iniciaran los compases de “Cuesta Abajo”, y el vozarrón del impertinente volvió  a tronar en el salón. El Tito se interrumpió bruscamente. Lo miró fijo. Soltó el micrófono y le escupió con rabia: “¡¡Canta vos entonces, pos conchas de tu madre!!”.

 Se produjo un silencio electrizante. Los maleantes apuraron tragos hoscos y nosotros, es decir, Porritas, el Canela Reyes, el Negro Castro y este humilde servidor, temimos que la mejor transacción comercial del año se nos fuera directamente  a la mismísima cresta. Porque no se trataba de una noche más en el burdel de la Regina, donde nunca se entraba por la misma puerta, y las ventanas se transformaban  en callejones oscuros, y los roperos escondían salones de baile clandestinos para eludir a la ¡¡”comisiooón niiiñas!!”. Y el repertorio de nuestro tenor, jamás transgredía los tangos de un Marianito Mores o un Alberto Castillo. Toda esa basura que les arrancaba un llanto moqueado a las asiladas, “decí por Dios que me has dao, que estoy tan cambiao…” Ni menos donde la Chica  Berta, puterío hediondo a grasa y meado de gato, repleto de oficinistas alcohólicos, lesbianas de administración pública y homosexuales reprimidos de familias burguesas que lloraban lentas lágrimas sucias, cada vez que el Tito les estremecía el corazón con el azucarado “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiante, flores de un día son”. No pues mis estimados. Esta vez se trataba de la mejor casa de putas, la más refinada, la más cara, la más elegante de la prostibularia calle Bulnes y el Tito exhibiría lo más granado del tanguerío universal, pasando inevitablemente por un Ernesto Baffa “Yo nací en un conventillo  de la calle Ochagavía  y me acunó la armonía de un concierto  de cuchillos…”;  por un Mario Battistella “Declaran la huelga, hay hambre en las casas, es mucho el trabajo y poco el jornal…” por un Luis César  Amadori “portero suba y dígale a esa ingrata, que aquí la espero, que no me voy, sin antes reprocharle cara a cara…”, por un Francisco Alfredo Marino…”como con bronca y junando de rabo de ojo a un costado, sus pasos ha encaminado, derecho pa´l arrabal, lo lleva el presentimiento de que en aquel potrerito no existe ya el bulincito…” Para hacerla cortita, se trataba de las más hermosas ninfas de la noche, del mejor trago, de la más refinada cocina, entonces intercedió  el maricón en persona. O se calmaban los pendencieros o se iban de su paraíso sexual, que la noche no estaba para andar sacando ciegos a mear y que se dieran la mano los huevones, porque si querían competir, ahí estaba el micrófono y los hermanos Parra para que le dieran color al asunto. El peruano seboso dio una mirada amalditada a sus secuaces, se secó el sudor de la frente, agarró el micrófono como si fuera una automática calibre 32, y pidió un re sostenido a los Vampiros, para su personal interpretación de “La última copa”, “eche amigo no más eche de lleno, hasta el borde la copa de champán…” El trago o la bronca habían calentado su garganta y  terminó con un gorgoriteo en falsete que entusiasmó a sus compinches y arrancó tímidos, pero aplausos al fin y al cabo.

Entonces le tocó el turno al Tito. Existía una larga comunión entre bandoneón y garganta, entre cuerdas y cantante, entre emoción y tangos…”acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar, cómo ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar…” ¡Bravo, bravo, cosita rica! –gritó la “Potodioro” y le lanzó los calzones al escenario. El Tito continuó implacable, maltratando la vanidad del inca…”el día que me quieras, la rosa que engalana, se vestirá de fiesta con su mejor color…” Las putas desnudaron la blancura de sus senos  y le ofrecieron los enhiestos capullitos de los pezones. En el extremo opuesto del salón, el Morocco suspiraba, abanicando pestañas postizas y el cholo escupía la bronca en la copa de pisco y limón. Cuando el Tito arrastró por las lámparas de lágrimas, por el raso de los sillones y por los rojos vestidos de tafetán apegados al cuerpo como segunda piel el , “y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá que eres mi consuelo…” el entusiasmo puteril desbordó el salón. Saltaron sostenes y calzones, se esforzaron gargantas en reiterados “¡¡hurras!! La “Potodiero”, fuera de sí, se lanzó en pelotas al pecho del Tito. “¡Rómpeme entera, huacho rico!”- le gritó sin recato. El tanguero la rechazó amigablemente, secó la copa de un sorbo y agradeció los aplausos y a los músicos.

Después del intermedio quedó la escoba. El peruano se largó con un “cuartito azul dulce morada de mi vida, fiel testigo de mi tierna juventud…”, que no calentó a nadie y arrancó, en cambio, una charretera de ventosidades bucales y reiterados ¡”cállate saco de huevas!”, que el maricón Morocco trataba de impedir a toda costa. En los últimos acordes, el griterío era tan ensordecedor, que el cholo arrojó el micrófono al suelo y dejó establecida su condición  de roto de mierda, al gritar. ¡Váyanse al carajo con el maricón, putas calientes!”.

El Tito se tragó la ofensa gratuita, intercambió guiños con los músicos y nunca la noche de Bulnes fue tan romántica desde las alcantarillas  a los tejados sueltos del barrio:”Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar, he venido por última vez, he venido a contarte mi mal”. Suspiros y besos en el burdel más elegante  de la prostibularia calle Bulnes. El cholo seboso expresó su estado de ánimo con grosera ventosidad que despertó el rechazo del lenocinio completo. Ninguna cortesana quiso  comparetir un momento de intimidad con el limeño sucio. ¡”Aquí hay plata, putas del carajo!” –vociferaba  desparramando billetes del fondo de los bolsillos. No hubo caso. Nadie le regaló una miserable sonrisa y se convirtió en un punto amoratado en la alegría de la noche.

Nunca supimos en qué momento nos descuidamos, es decir, Canela Reyes, el Negro Castro, Porritas y este humilde servidor. Volvíamos de los cuartos del fondo, cuando escuchamos un ruido de motor y la ráfaga que hacía mierda los ventanales del burdel. Después un grito desde la calle que nos congeló la sangre en las venas.

-¡Pídanle un tanguito al tísico.!

Acezantes, temblorosos, con el dolor clavado en el pecho corrimos hacia el baño, pero ya era tarde. La “Potodioro” sostenía en la falda, la cabeza partida del Tito y la mojaba con gruesas lágrimas de puta sufrida.

 

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