Si Salvador Allende hubiera imaginado el continuo transportar de sus huesos, su cráneo horadado, la dentadura que lo identificará cada vez que lo desentierren, lo re-entierren con honores, lo vuelvan a desenterrar en medio de acciones indignas y que no se condicen con su brillante trayectoria de hombre político, ministro de Estado, senador de la República y Presidente de todos los chilenos y finalmente luego de la última autopsia, devolverlo silenciosamente a la que ya no se sabe si será la residencia definitiva de lo que queda de su cuerpo.
Entierros más, desentierros menos bajo la mirada desatenta de sus antiguos compañeros en la revolución – muchos de los cuales se transformaron en fervorosos activistas del consenso a ultranza – consensuantes/consensuadores – residentes vitalicios de la Historia Oficial, NO escrita precisamente por el Pueblo sino en trazos o trozos u oralmente por éste.
¡Y qué tanta alharaca de escritora a cuarto de día!
Si Salvador Allende hubiera imaginado – a lo mejor lo supo desde siempre – su cadáver se habría transformado en calavera invisible, loica misteriosa posándose sobre una bandera que flamea en la antesala del Palacio de la Moneda, con su voz impulsándonos a resistir del modo que a cada cual nos parezca: con vino tinto y empanadas, con metralletas imaginarias o no tanto, disparando lo más soez del léxico local o palabras de amor tranquilas y tiernas,líquidos color verde, cárdeno, amaranto o azul, a cuero pelado, como se suele protestar por estos años, trotando mil ochocientas horas seguidas alrededor de Palacio, con máscaras venecianas o de super héroes que portan los indignadosde Chile, con niños que ofrecen como en ritos ancestrales su sangre y su vida por la defensa del derecho consagrado e incumplido a una educación pública digna y gratuita; con esa voz pausada, ardiente y magnética que retumbaría en los oídos de los que lo respetamos y añoramos, saeteadores de flores rojas sobre su figura pétrea y hierática de la Plaza de la Constitución o de la recién inaugurada en la Comuna de San Joaquín, los 11 de septiembre o el 26 de junio cada doce meses, cuando haya cumplido tantos y tan pocos años en el imaginario colectivo de los chilenos.
Su voz que nos habla desde lo que fue su boca y desde nuestras propias bocas, transmitiéndonos su palabra de hombre iluminado, incomprendido entonces y ahora por las más aparentes ilustrados y odiado por el mundo vicioso del dinero que nos deja sin infancia, sin inocencia, sin agua, sin sol, sin playas frente al océano Pacífico, sin icebergs ni islas australes y por qué no imaginarlo- en un futuro cercano sin aire – para que los poderosos caballeros del dinero, decidan quienes de nosotros deberán morir y cuales sobrevivir.
Su voz de radiólogo furtivo de una nueva sociedad chilena – la mayoría de cuyos integrantes aspira consciente o inconscientemente a mejor y a mayor justicia, paz e igualdad – nos conmueve e impulsa a no confiar en las voces que nos mienten y drogan, exigiéndonos él –osamenta patrimonial – que constatemos que en éste su país del Confín de la Tierra donde ha muerto por defender una democracia que al pueblo no le fue regalada ni la obtuvo milagrosamente, ella es un vil engendro de calculada perversión que quiso y quiere acallar el verbo, deconstruirlo, congelar los cuerpos, prohibir el pensamiento y la crítica para que devengamos en propagadores y prolongadores en el tiempo del eufemismo, la autocensura, la complacencia, la aceptación de lo inaceptable en muchos países del planeta, el oportunismo, la resignada conformidad cristiana que vino muchas veces con la leche materna.
Democracia, la de ahora – siempre cuestionada y cuestionándose – planificada por la última dictadura chilena: Pinochet y sus ad lateres civiles yuniformados, instalando y entronizando por lo pronto “a perpetuidad” la deshumanización, la fiera libremercadista y antisocial que devora cuerpos y almas de la población – insaciable predador que jamás de los nunca – chorreará bienestar y bonanza a los millones de ciudadanos robotizados que viven muy felices, con el color irritándose peligrosamente por la ansiedad de no poseer dinero para consumir comer y defecar consumir comer y defecar consumir comer y defecar.
Sonia Cienfuegos
ni santa ni puta
ni mala ni buena
ni necia ni genia
ni cucaracha ni mariposa
ni ángela ni demonia
ni víctima ni victimaria
ah, eso sí: chicha y limoná
( ni chicha ni limoná, canción de Víctor Jara)
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…