dialogo tigres2Por Diego Muñoz Valenzuela

Aquí atracamos al puerto que señala el inicio del territorio de la minificción, microcuento, minicuento, microficción, microrrelato; estas y muchas otras denominaciones que se mantienen en disputa por la supremacía, y todas ellas con buenas justificaciones.

Los autores de este impreciso género en construcción solemos escuchar las discusiones que enarbolan los estudiosos, a veces interesados genuinamente, a veces un poco cansados, otras nada más achatados por la modorra resultante de las trasnochadas que ornamentan los crecientemente frecuentes encuentros de minificción (iré cambiando la denominación a lo largo de estas páginas, así que no se alarmen por mi total falta de consistencia en la terminología, si bien debo confesar que yo tengo una adscripción reciente, pero que vale sólo para mí, ya la conocerán).

Pues bien, este género de reciente data, microcuento llamémoslo esta vez, se va tomando pasito a pasito –con zancadas pequeñas, ajustadas a la brevedad- el interés de los lectores, los editores e incluso la academia. La construcción de su estatuto genérico resulta en una larga saga de artículos, mesas redondas, anales y dimes y diretes.

Pasa que la definición del género se va construyendo con la exploración que hacemos los autores que incursionamos en este territorio. Por estos días que corren, nuestro principal trabajo creativo se enfoca en la construcción de piezas novedosas que echen por tierra las elaboradas construcciones de los teóricos.

 Por cierto lo anterior es una broma, que como toda broma contiene algo de verdad, no así de maldad intencionada.

Hay que decir primero –porque esto no es sabido públicamente- que existe una fraternidad hispanoamericana del microrrelato, donde participamos –por increíble que esto parezca- escritores, investigadores, editores, periodistas, profesores y una creciente masa de lectores. Dentro de esta fraternidad todos conversan, ríen, beben, degluten, pelean, aplauden, hacen las noches días, escriben, contra argumentan y organizan nuevos encuentros. Es decir, es una comunidad autopoiética, como acotaría Humberto Maturana.

Es muy extraña la situación que describo, porque lo normal es que los autores anden por su lado, los académicos con suerte por la vereda del frente, los editores corriendo por pistas lejanas, y  los periodistas en la farándula o en los cócteles, los profesores en sus mundos y los alumnos en otros, en fin. Una situación extraña pero veraz.

Además, los autores aquí no solo nos saludamos cortésmente, con los dientes apretados debajo de las sonrisas forzadas, sino que nos ayudamos, nos juntamos a conversar y beber cervezas –y de lo posible bebidas de más alta graduación alcohólica-, viajamos juntos de encuentro en encuentro, y créanlo o no, nos queremos. ¡Qué bella declaración cuando en este momento –como sabemos y sentimos- imperan el individualismo, el egoísmo, la monetarización y el sacrosanto lucro!

Muchos colegas narradores –varios de ellos buenos amigos- creen que esta clase de textos narrativos brevísimos vienen a ser un apenas un divertimento, una suerte de lacra resultante de la modernidad, una expresión de facilismo insoportable, un atentado estético contra la pureza del cuento o la novela clásicos.

Otros, no menos infortunados, piensan que la clave está en escribir una trama condensada similar al chiste o al titular periodístico.

Las dos clases que he citado se equivocan de manera garrafal. La microficción se trata de otra categoría de textos. Hablamos aquí de insurgencia narrativa, de ruptura de las reglas a las que nos hemos acostumbrado, y de construcción de otras reglas, nuevas, frescas, cuya savia proviene de la búsqueda.

Por aquí andan la ruptura, el margen, la novedad, y andan –óiganlo muy bien- sin quererlo, sin buscarlo, sin pretender asombrar a nadie, ni dar golpes de cátedra, ni patentar la transgresión. Por acá se escribe nada más, no se hacen cálculos de conveniencia. Lo digo por si acaso…

De otra parte, el género anda hace rato paseando por estos confines: léase Darío, Huidobro, Alcalde… Asomó su nariz entre las fisuras que dejaban los bandos militares de la dictadura, se infiltró en los diarios murales, en las revistas de poesía, en los recitales.

Disfrazado de poema en prosa, expandió sus dominios hasta invadir las fronteras de la poesía. Renunció a la brevedad extrema, no así a la concisión, para acercarse al cuento. Cargado de filosofía se acercó peligrosamente a los dominios del aforismo. Aprovisionado de humor y belleza se arrastró hacia los límites del chiste. Y con microcargas dramáticas y buenos diálogos las emprendió con la comarca del teatro. ¿Qué deberemos ver y tolerar todavía, divino canon que señalas los nítidos confines de la literatura?

Con el tiempo evolucionó y se convirtió en libro. Y comenzó a ganar adeptos, autores y lectores. También detractores… Hay quienes han llegado a descalificar por secretaría los libros de microcuentos que concursaban en el género cuento. Por suerte nuestra Lilian Elphick rompió este silencio son sabor a ninguneo cuando ganó el año pasado el Premio Mejores Obras Literarias con esa estupenda obra de joyería llamada Bellas de Sangre Contraria.

Ahora hablemos del libro, que por eso me pagan, y no por esparcirme en estos prolegómenos.

Exquisitas minificciones las incluidas en Diálogo de Tigres, feroces y a veces crueles como sugieren sus rayados personajes, transidas de un dolor metafísico de amplias proporciones. De un lado podríamos decir que este libro nos habla del dolor esencial de la existencia, de sus grandes ámbitos de incertidumbre: el sufrimiento, la muerte, el amor y el desamor. De otra parte también puede leerse como una gran fábula sobre el autor y sus creaciones, vástagos desprendidos definitiva y brutalmente de su matriz uterina.

El epígrafe de Alejandra Pizarnik nos revela uno de los sentidos principales del libro: “Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones”. Aquí está claramente signado el asunto del dolor propio de la existencia humana, y quién mejor que Pizarnik para exponerlo.

Los tigres son la metáfora de la ferocidad. Siempre son dos, aunque estén solos: ahí reside la metáfora de la soledad original y de la posible/imposible búsqueda del complemento. La pareja se constituye en el terreno donde batallan intuición y desconfianza, presentimiento y anhelo, deseo y destrucción, amor y odio intercambiándose.

Dice Lilian en Diálogo de Tigres III, que los tigres llegan al río del silencio, donde se bañan “y olvidan que están hechos de tiempo y de sangre”, que para mí ejemplifica la idea de la existencia en sus dimensiones fundamentales de dolor y finitud. Unas pocas líneas más adelante, señala “Saben que morirán si no encuentran una mano que morder, aquella que los escribe en la mitad de la noche”. Aquí aparece la dialéctica entre los personajes y su autora invisible.

A lo largo de las numerosas  microficciones de Diálogo de Tigres vamos encontrando los mismos materiales, pero expresados en formas diferentes, como un gran caleidoscopio a través del cual nos asomamos a los sentidos más profundos de la vida, sin concesiones, tal cual lo anuncia Alejandra Pizarnik. Los tigres amenazan destruirse uno al otro, se lamen las heridas, se acicalan, vuelven a amarse y vuelven a enseñarse garras y colmillos feroces, despiadados.

La concisión –característica a mi juicio más importante que la brevedad para nuestro género- encuentra en los textos de Lilian Elphick un sustrato extraordinario para manifestar su potencia estética. Bajo la superficie de cada texto subyace un significado trascendente, cuya suma va configurando un universo donde se manifiestan las fuerzas más resonantes de la vida: la soledad, el deseo, el erotismo, la lucha de contrarios y la destrucción mutua, la dialéctica de la posibilidad/imposibilidad del amor. Todo esto ocurre –más que en el escenario de las fábulas- en el tablado de la literatura, donde resuena la estética y la filosofía de la palabra.

Replico lo que ustedes encontrarán en la contratapa de este libro:

Diálogo de tigres de Lilian Elphick es un libro único en la amplia constelación de las letras nacionales. La autora ha logrado –a través de un especial, sostenido y acucioso trabajo- una ubicación destacada en el ámbito de la minificción chilena e hispanoamericana. Se trata de un nuevo género que se abre paso rompiendo convenciones, superando grandes dificultades, tomando con rebeldía terrenos editoriales, académicos, concursales y periodísticos, y hasta los espacios públicos. En este nuevo libro de minificciones, el tercero de su autoría, Lilian Elphick empuja el género hacia las fronteras de la poesía y la  filosofía, utilizando los materiales de la imaginación, la fábula, el lenguaje y el erotismo, para alcanzar un resultado de enorme belleza e impacto estético.

“Lo que pasa es que la escritora los tiene así”, le explica Lagarto Juancho  a Tristón, aludiendo a los diálogos absurdos de Tigre y Fábola. Y me pregunto si nosotros –ínfimos y pretenciosos seres humanos-, sumergidos en nuestro universo trivial no seamos un reflejo de esta metáfora. Alguien nos tiene así: ¿un orden misterioso, tal vez maligno? ¿Un determinismo maquinal que nos arrastra al vacío? ¿La imposible búsqueda de la felicidad donde ésta no se halla? Gracias por tus preguntas, Lilian Elphick.

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Presentación del libro Diálogo de tigres, de Lilian Elphick, por Diego Muñoz Valenzuela. 28 de septiembre de 2011.