Amapolas en Argenteuil Claude Monet 1873 Por Georges Aguayo

¿Qué pasó con el castillo del Marais?

Avenue du Château es el nombre de mi paradero de bus. Cuando llegué por estos lares el uso de la palabrita château  me intrigó. En el barrio, hay tres o cuatro edificios de departamentos. El  resto son  casas de un piso.  Nada de castillos, en consecuencia.

Frente a mi  edificio hay un estadio y, a un costado de éste, un arco de piedra de diseño antiguo. Este debe ser un vestigio de ese famoso castillo, pensé un día. En Francia las piedras antiguas se cuidan como hueso santo. El porqué de su desaparición constituía para mí una incógnita importante. Por internet me enteré que durante el Medioevo fueron unos monjes benedictinos los primeros en habitar este lugarcito. 

Doy un salto en el tiempo de varios siglos.En 1789 el castillo existía todavía y lo habitaba Jacques de Flesselles, preboste de los comerciantes de Paris. Este señor murió asesinado durante los desordenes concomitantes a la toma de la Bastilla. El siguiente inquilino fue Honorato Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau. Este noble, enemigo del absolutismo, alcanzó a vivir sólo dos años en él. En 1791 fue su turno de morir, envenenado, afirman algunos historiadores.

El castillo del Marais habría subsistido hasta inicios del siglo XX. Hasta ahora nadie ha podido  explicarme ni las causas, ni las condiciones de su desaparición. Ante este enigma, yo me hago a mí mismo una pregunta, la mar de pertinente en todo caso ¿Dónde miechica fueron a parar las  piedras?

La respuesta que me doy es simple: se las robaron los habitantes del barrio. En esos años existían muchas chabolas por aquí. Las fachadas, harto sospechosas de algunas casas, le daría una cierta consistencia a esta hipótesis mía. 

 

Una historia de amor contrariado

¡Qué felices fueron esos tiempos! Me refiero a mis paseos por el parque Héloïse, en compañía de Alexandrine  y cuando ambos todavía nos amábamos…

Héloïse es la traducción al francés de Eloísa. Un parque y un bulevar de Argenteuil llevan  este nombre porque en el siglo XII vivió aquí una Eloísa. Esta mujer dejó para la posteridad una importante huella literaria: la historia de su amor con Abelardo.

Cuando se conocieron, Abelardo tenía más de treinta años y era ya un filósofo eminente. Eloísa tenía sólo dieciséis y era muy bella, además de inteligente y culta. Vivía con un tío; Fulberto se llamaba este hombre y era canónigo en la catedral de París. 

Fulberto le encomendó a Abelardo que tomara a su cargo la educación de su sobrina. A fin de que los estudios fueran más fluidos, éste último se instaló en su casa. El zorro en el gallinero.  Al final pasó lo que tenía que pasar: Abelardo y Eloísa se enamoraron perdidamente. Y de este amor nació un  fruto al que llamaron Astrolabio. 

Una leyenda afirma que Fulberto le pidió a Abelardo que se casara con su sobrina, y que éste se habría negado rotundamente. Hay otras dos que la contradicen un poco. Una que sostiene que los enamorados se casaron en secreto. Y otra que afirma que Eloísa se habría negado simplemente a  hacerlo.

Obviamente, las relaciones de Eloísa con su tío se echaron a perder mucho. Las disputas con él deben hacer sido bastante violentas porque ella se vino a refugiar a un convento de Argenteuil.

Hasta aquí nada de bien extraordinario. Lo verdaderamente terrible en esta historia es que Fulberto fue el causante de la castración de Abelardo. La ablación habría sido ejecutada por hombres de mano enviados por él. O, ayudado por un cirujano, fue él quien la perpetró. Las leyendas difieren mucho también en lo que respecta a este punto.  

 Lo que no se presta a polémica, sin embargo, fue que tras este terrible suceso, Abelardo y Eloísa se enclaustraron. Y que no perdieron el contacto entre ellos porque durante veinte años estuvieron escribiéndose. Muchas de estas epístolas han llegado hasta nosotros. Éstas ilustrarían bien lo que se denominó en su tiempo “el amor cortés”.

 

El último viaje del Moro

 

En Argenteuil existe el bulevar Karl Marx. La municipalidad de esta ciudad fue comunista durante décadas, pero ésa no es la razón que explica este  hecho. Después que la derecha ganó las elecciones municipales, el bulevar Karl  Marx siguió existiendo. La perennidad de esta denominación se explicaría, tal vez,  porque el Moro pernoctó en una casa de esta arteria. Lo recuerda una placa de bronce.  

Hace pocos días leí: Lettres d’Argel et de la Côte  d’Azur. Este librito reúne las cartas que Marx escribió, en las postrimerías de su vida,  durante  el viaje  que efectuó  por  los lugares  que evoca este título.  En esta obra  se evoca, también, su estadía  en Argenteuil.

Confieso que me molestó un poquito que afirmara que aquí el ruido de la calle no lo dejó dormir. Una actitud  bastante de pequeño burgués, diría yo. Pienso que exagera  un poco. En esa época esta localidad era todavía muy rural. Un  ejemplo de esto es que el vino blanco que se producía aquí era muy  reputado. Incluso Guy de Maupassant lo cita  en un cuento suyo.

Herr Marx estuvo aquí sólo de pasada. Sufría de diferentes enfermedades del sistema respiratorio. Sus  médicos pensaban que el clima seco del norte de África hubiera podido serle de gran ayuda. 

Cuento una anécdota del libro. El  17 de febrero de 1882 hubo una reunión entre el  Moro, Jules Guesde, y un revolucionario español de apellido Mesa. Como la cita tuvo lugar en París para ir tuvo que tomar el tren (un trayecto  que miles de  personas hacen hoy día para ir a trabajar).  Los tres hombres se juntaron en un hotel del bulevar Beaumarchais.

 Lettres d’Argel  et de la Cote d’Azur no evoca el contenido de la discusión política que tuvieron.  Pero sí que se tomaron  una  botella entera de vino de Beaune.

Para viajar al norte de África, el Moro tomó el barco en Marsella. Durante toda la travesía tampoco pudo  dormir,  al parecer. Cuando  llegó a  Argel un amigo de su familia  lo condujo al  Grand  Hotel d’Orient.  La mejor  dirección para alojarse, que había  en esa ciudad,  en esa época. Por razones de orden pecuniario no pudo quedarse mucho allí.  A los  pocos días de haber llegado tuvo que irse a vivir  a  una pensión de familia. Un lugar  más al alcance de su  bolsillo. 

Marx viajo a Argel escapando del clima húmedo de Inglaterra.  Esta iniciativa suya  fue un fracaso  absoluto porque sopló el sirocco  y llovió durante todos los días que estuvo. Las pocas veces que pudo pasear, un poco, por la ciudad  tuvo que hacerlo en tranvía. Cabe destacar una visita que realizo al Jardin d’Essai (un jardín botánico). También hay otra, bastante sorprendente: la que hizo a la escuadra  francesa  anclada en la bahía. 

En   Lettres  d’Argel et de la Côte d’Azur  hay  una foto con fecha del  18 de abril de 1882.  Una de las raras que se le conoce donde no tiene ese aspecto de profeta bíblico que detestan tanto los enemigos políticos que todavía tiene. El Moro se la sacó a la  salida  de una peluquería. Al parecer, el calor norafricano le habría obligado a recortarse el pelo y la barba. 

Hay un malhablado que ha dicho por ahí que fue a causa de una muchacha.

 

***

 

Georges Aguayo, escritor chileno residente en Francia. Ha publicado Cuentos Parisinos, Ril Editores, Santiago, 2011.

 

Estos textos forman parte de la obra inédita Misceláneas y se reproducen en Letras de Chile con permiso de su autor.