Por Diego Muñoz V.
Debo haber tenido doce años cuando leí mi primer libro de Ray Bradbury: Las doradas manzanas del sol, un volumen de cuentos inolvidable que me impresionó vivamente.
Todavía recuerdo algunas de sus historias, por ejemplo aquella en que unos astronautas pierden su nave espacial y salen eyectados al espacio, donde los espera la muerte, y adivinan que al penetrar la atmósfera del planeta que los atrae irremisiblemente, alguien los verá y los confundirá con estrellas fugaces. La visión poética y existencial de un hecho terrible.
Otra historia –“La Pradera”- narra cómo unos chicos se fanatizan con un equipo de televisión tridimensional –anticipo de la realidad virtual- que los transporta a la sabana africana, donde se dedican a contemplar leones. Ante la preocupación de sus padres por esta afición enfermiza y creciente, el relato nos conduce a un destino sorprendente, donde realidad, horror y fantasía se entrecruzan.
Y no puedo dejar de mencionar aquella historia que me dejó una impronta imborrable: “El ruido de un trueno” , acaso el más genial relato de ciencia ficción que he leído hasta el momento presente. Un viaje muy atrás en el tiempo para que alguien con el dinero suficiente se conceda el gusto de cazar un Tiranosaurio Rex. ¿Una crítica al consumismo irracional? ¿Al ilimitado poder del dinero en nuestra sociedad? ¿Una aguda reflexión sobre la pretendida linealidad secuencial del tiempo? ¿O sobre la posibilidad de que existan infinitos mundos paralelos que expresan variadas opciones de pasados/futuros alternativos? Habría que responder: TODAS LAS ANTERIORES. El final del relato sugiere la aterradora posibilidad de que el destino de la humanidad sea cambiado por un mínimo hecho –una mariposa aplastada por la bota del cazador- que la precipita hacia una dictadura fascista.
Luego –inevitablemente seducido por la potente pluma del narrador- vinieron muchas otras lecturas. Por ejemplo la magia de El Hombre Ilustrado, una imagen que me persigue desde siempre. ¿Cómo desprenderse de la descripción de un hombre tatuado completamente con figuras que durante la noche adquieren vida para contar historias maravillosas, como digno émulo de las Mil y Una Noches?
Crónicas Marcianas, mixtura de novela y relatos, un libro que atesoro y vuelvo a comprar cada cierto tiempo, porque es prestado y no retorna (entiendo el afán por apoderarse de esa maravilla, aunque sea yo quien pague las consecuencias). A muy poco andar en la lectura me di cuenta que era un libro que hablaba sobre nuestra sociedad y no sobre el auge y caída de una civilización en el lejano planeta rojo. Este fue el libro que trajo el primer éxito de ventas y lo consagró como autor.
Fahrenheit 451 es una espléndida novela anti-utópica que debiera ponerse al lado de obras maestras como 1984, de Orwell y Un Mundo Feliz, de Huxley. En ella describe un mundo donde los libros se encuentran prohibidos y los bomberos son los encargados de encontrarlos y destruirlos quemándolos. El papel arde a la temperatura de 451 grados Fahrenheit, de ahí el título de la novela. Una historia inquietante que cobra más sentido en un mundo donde la lectura literaria declina continuamente y muestra una inquietante tendencia a la deshumanización progresiva.
Más allá de su posición como maestro de la ciencia ficción –desde cuya comunidad de lectores fanatizados fue criticado por “impuro”- Bradbury es, para mí sin duda, un gran heredero de Edgar Allan Poe –un referente frecuente en sus historias- y en definitiva, un auténtico clásico, aunque pasará tiempo antes que esto se reconozca así. . No cultivó solo la ciencia ficción, sino que más bien el entorno mayor de la narrativa fantástica, así como también incursionó en el género negro, el gótico y otras áreas menos “vistosas” de su amplia producción, que integran una treintena de novelas y cerca de un millar de relatos.
No deja de llamar la atención su postura retrógrada, no solo en el ámbito político (contradicha, como suele ocurrir, por sus propias obras), sino que también en el terreno tecnológico. Detestaba a los computadores y no cambiaba para nada su máquina de escribir. Abominaba de toda clase de máquinas y propugnaba la liberación de ellas, amaba a los libros, las bibliotecas y desconfiaba de la televisión, jamás aprendió a conducir un automóvil, execraba Internet.
Ray Bradbury demoró en ser aceptado por el canon literario, aunque nunca lo fue de manera unánime. Declaraba su expresa intención de entretener, lo que le valía la crítica acerba de sus intelectualizados detractores. También era criticado por los fanáticos de la ciencia ficción, que no perdonaban sus devaneos “literarios” por sobre los científicos, sus incursiones en otros géneros, su noviazgo permanente con la poesía.
Aún así, por la calidad y riqueza de su obra, Ray Bradbury ingresó a la eternidad de la literatura, una quimera a la cual prefiero adherir, ingenuamente quizás, pero con la convicción de que siempre habrá alguien que lea una de sus historias para convertirlo en inmortal.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…