Por Vólker Gutiérrez
Las ciudades necesitan (exigen) planificación, qué duda cabe. En el caso de Santiago y su área metropolitana, hacia 1960 se generó el primer plan regulatorio global. Tres décadas después, en 1994, se aprobó el vigente Plan Regional Metropolitano de Santiago, que en 1997 se extendió hasta la comuna de Til Til. En ese instrumento, que ha sufrido algunas modificaciones posteriores, se estableció que la zona norte de la región, específicamente la comuna de marras, acogería la disposición final de residuos sólidos de Santiago (ergo: rellenos sanitarios). La norma es brutalmente clara.
Un niño de unos diez años, al que su madre mandó a comprar algo, camina a pata pelada por calles terrosas. Es verano, tres o cuatro de la tarde, y el sofocante calor impregna con sudor la polera y seca las fosas nasales. En los patios de las casas vecinas asoman algunos nopales con tunas a punto de madurar, mientras las ramas de unos olivos dejan ver sus verdes aceitunas que al llegar el otoño serán arrancadas de los árboles para, una vez sajadas, ser preparadas con agua, cenizas y sal.
En el horizonte paisajístico no hay bosques ni prados. Solo cerros, con muchos matorrales de espinos, envuelven al pueblo de manera que los rayos solares se sienten como si se estuviera bajo una lupa. A la distancia, un silbido metálico anuncia el paso del tren que rompe estruendosamente la monotonía y que, varias veces al día, cruza el poblado hacia la capital o hacia el puerto, llevando pasajeros somnolientos o una carga quién sabe de qué.
Una vez, contó la madre al niño, a ella y a sus compañeros del colegio los pusieron con banderitas tricolores en los andenes de la estación ferrocarrilera pues, con destino a recibir honores en Santiago, en el tren iba Gabriela Mistral, portando un Premio Nobel. Esa madre es mi madre. Y, obvio, ese niño soy yo.
Así es. En todas partes he tratado de destacar que, aunque muchos me ubican por mi trabajo con la ciudad de Santiago, mi procedencia es de un poco más al norte, de un pueblo reconocido por las tunas, aceitunas y el lugar en que asesinaron al prócer Manuel Rodríguez. Dicho eso, establezco que ahora les hablo (escribo, en realidad) desde mis orígenes.
Cualquier usuario de la ruta 5 Norte, cuando pasa por la comuna de Til Til, a la altura de la localidad de Montenegro recibe un mal olor que lo cachetea y lo obliga a cerrar las ventanas del vehículo en que viaja. Imaginen la situación de quienes viven y duermen todos los días ahí.
Chancherías, plantas de tratamiento de aguas servidas y vertederos metropolitanos son parte del paisaje visual y olfativo de los habitantes de Til Til. ¿Por qué?
Las ciudades necesitan (exigen) planificación, qué duda cabe. En el caso de Santiago y su área metropolitana, hacia 1960 se generó el primer plan regulatorio global. Tres décadas después, en 1994, se aprobó el vigente Plan Regional Metropolitano de Santiago, que en 1997 se extendió hasta la comuna de Til Til. En ese instrumento, que ha sufrido algunas modificaciones posteriores, se estableció que la zona norte de la región, específicamente la comuna de marras, acogería la disposición final de residuos sólidos de Santiago (ergo: rellenos sanitarios). La norma es brutalmente clara.
Los vecinos de Til Til, con justa razón e indignación, han reclamado por su situación. Desde el Gobierno central, incluso, se tomó nota del disgusto ciudadano y se estableció un llamado “Plan Til Til”, que pretende paliar el signo de patio trasero de esta comuna. Pero, del dicho al hecho…
Más allá de la ley, de los reales problemas ambientales y de la declaración de buenas intenciones, lo cierto es que a los tiltilenses los abruma un sentimiento de indefensión frente a las autoridades que toman las decisiones.
Nadie desconoce que hacer ciudad conlleva negatividades. Ni siquiera los vecinos de Til Til. La pregunta es por qué esos elementos negativos se tienen que concentrar en un solo lugar. Y ni siquiera estamos aquí sumando la cárcel de Punta Peuco ni los problemas de falta de agua por la sequía de varios años ya.
Estimo que, a toda persona razonable, a todos quienes tienen alguna relación de afecto con Til Til y, más todavía, a todos quienes viven en la comuna, les asalta la duda de si acaso no existe de verdad otro lugar que pueda acoger, escuche bien, el 33 por ciento de los desechos totales del país y que se depositan en la Región Metropolitana.
Perfecto. Las autoridades explican que, efectivamente, por condiciones geográficas en lo principal, no hay otro lugar para ubicar estos rellenos sanitarios. Lo podemos entender. Entonces, la segunda pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a pagar el resto de los habitantes de la región, las empresas responsables de estos vertederos y el gobierno central para que los tiltilenses prosigan como el basurero metropolitano?
Acá es donde no veo, por ninguna parte, una respuesta coherente y que exprese una mínima sensibilidad por Til Til. Frente a los reclamos de los tiltilenses por la reciente aprobación que el Comité de Ministros otorgó al nuevo vertedero en la comuna, desde el Gobierno han dicho que “acá ha habido una decisión amparada en nuestra institucionalidad». Y es cierto. Como también es verdad que la institucionalidad actual del país permite y ampara muchas otras acciones incuestionables desde el punto de vista legal, pero no desde la perspectiva de la justicia o la equidad (o, acaso, ¿no fue eso de la «mayor equidad» una de las promesas de las actuales autoridades nacionales?).
Regreso a la segunda pregunta, respecto a lo que estamos dispuestos a pagar quienes no queremos vertederos en nuestras comunas. Y agrego más. ¿Es muy ridículo proponer que, por cada metro cúbico de basura, a los niños de Til Til se les asegure gratuidad y calidad absoluta, ya, para todos sus estudios? ¿O que se reponga el tren de pasajeros a Til Til? ¿O que se construya el puente para cruzar el estero de Polpaico? ¿O que se levante un cine y un teatro de primer nivel en el pueblo? ¿O que se asegure una pensión digna para todos los jubilados de Til Til? ¿O que se libere el peaje de Lampa para todos quienes van y vienen a Til Til?
Sacarse de encima la mierda tiene un costo. Y eso no lo pueden pagar solo los habitantes de una comuna. Mi madre, que vive a los pies del cerro Calvario de Til Til y que cada otoño-invierno me regala aceitunas de sus olivos, de seguro tendrá buenas respuestas a las preguntas que lanzo por acá.
En www.elmostrador.cl
El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Letras de Chile.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…