alberto manguelPor Iván Quezada

A sus 64 años, Alberto Manguel sigue fiel a sus primeros años de vida: descubrió su origen más personal en los libros y desde entonces continúa respondiéndose de dónde viene y cuál es su vocación a través de la lectura. Pero, eso sí, ahora convertida en un fin y ya no en un medio. Quizás su pertenencia al mundo de la imaginación se debe a que casi surgió del aire.

Su padre era un diplomático argentino y si bien Alberto nació en Buenos Aires, pasó casi toda su infancia y adolescencia de un país a otro, empezando por Israel. De modo que no tiene una lengua materna, sino varias, como el alemán, el inglés y el español. Y ya adulto se nacionalizó canadiense.

El gran tema de sus libros es su experiencia como lector. Son ensayos sin pretensiones eruditas, sino más bien invita a la complicidad con otros lectores frente a obras clásicas como Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Pero incluso no habla de los argumentos, centrándose en las emociones que despiertan. Su escritura es para una cofradía de gente nostálgica de sus primeras lecturas. Hoy estará presente en el Puerto de la Ideas con la conferencia «La musa de lo imposible», en el atrio de la iglesia de La Matriz (a las 17:15 horas) y mañana sábado tendrá un diálogo con Mario Valdovinos, a las 18:30 horas en el Museo Marítimo Nacional —la entrada vale $1.500—, bajo el título de: «Libros a la hoguera: al fuego lo que es del fuego».

 

Cuando aceptó la invitación de Puerto de las Ideas, ¿se le pasó por la mente la leyenda literaria de Valparaíso?

No he estado nunca en Valparaíso, por eso mis asociaciones son literarias: por ejemplo, sé que Darío escribió Azul en Valparaíso. Pero aún sin haber estado allí, la conozco imaginativamente: Valparaíso es uno de esos lugares que han tomado raíz en nuestra imaginación —lugares como Timbuctú, Paris, Venecia, El Dorado. Ahora veré si la realidad coincide con mi imaginación.

¿Existen algunos libros de autores chilenos que ocupen un lugar especial en su biblioteca?

Por supuesto, desde Andrés Bello, cuyos ensayos sobre la lengua son para mí fundamentales, a Neruda, que inició mi educación erótica con los Veinte Poemas, hasta las novelas de Jorge Edwards, José Donoso, Arturo Fontaine… Y me olvido sin duda de muchos más.

En Chile, lamentablemente, la lectura es una actividad escasa. Sin embargo, existen personas que desean romper el cerco. ¿Cuáles serían las diez primeras lecturas que les recomendaría para empezar a consolidarse como lectores?

Imposible contestar a esa pregunta. Para cada lector serán diez lecturas distintas. Todo lo que podemos hacer es abrir las bibliotecas y prometer a quien se atreva a entrar que allí, en una de esas estanterías, hay un libro escrito para él o ella, por alguien que nunca lo conoció y que sin embargo supo poner en palabras sus pasiones más secretas y sus deseos más profundos.

¿Alguna vez ha soñado con un libro del que desconocía su existencia, pero luego lo encuentra y su lectura le fue reveladora de manera existencial?

Desgraciadamente, eso no me ha sucedido nunca.

Peter Handke, el escritor austriaco, denunció en cierta ocasión la tiranía de los lectores con el autor. ¿Cree que, en efecto, a medida que un escritor adquiere notoriedad se ve bajo un bombardeo de exigencias de su público?

Hay destinos peores que los de ser famoso. Handke exagera. La tiranía del lector es la de poder decidir qué libros serán clásicos y qué libros serán olvidados, sin que el autor pueda hacer algo para impedirlo.

Una vez entrevisté al narrador argentino César Aira y él se declaró, por sobre todas las cosas, un lector. Escribir sería su manera de conservarse como tal, ya que no le atrae la cátedra, la crítica ni la edición. ¿Cómo lo ha hecho usted para ser un lector empedernido y no morir en el intento?

No sé. Lo cierto es que yo también me declaro lector. Desde niño, los libros fueron para mí una suerte de lugar constante y seguro desde el cual podía lanzarme a conocer el mundo. Podría vivir sin escribir; no podría vivir sin leer.

¿Qué opinión tiene de los libros electrónicos? ¿Le acomoda leer en un iPad, por ejemplo?

No me tientan, pero eso no quiere decir que me oponga a ellos. Que lo use quien los necesite. Supongo que si me fuera por seis meses al Polo Norte (siempre y cuando haya allí la posibilidad de recargar las baterías) me llevaría uno conmigo. Pero por ahora mi maleta o mi bolsillo me bastan para llevar los libros que requiero.

Sabemos que usted se construyó una biblioteca. ¿Si se lo pidieran se pondría al frente de un proyecto para instalar bibliotecas en alguno de nuestros deficitarios países latinoamericanos?

Me gustaría mucho colaborar en un proyecto así. Pero, atención: no somos tan deficitarios. Las bibliotecas de Colombia, por ejemplo, son mucho más activas y mejor financiadas que las de Inglaterra, donde las bibliotecas públicas (exceptuando, por supuesto, las grandes instituciones como la British LIbrary) son ahora, gracias al gobierno de Cameron, una especie en vía de extinción.

¿Se puede ser un lector y hombre de acción a la vez?

Por supuesto. ¿Qué otra cosa es Don Quijote?

¿Concuerda con algunos lectores que dicen se ha perdido el humor en la escritura?

No. Esos lectores no han leído a Edgardo Cozarinsky, a A. L. Kennedy, a Dany Laferrière, a Moacyr Scliar…

¿Es cierto que ahora los editores de libros son principalmente comerciantes?

Sí. Hay, por supuesto, excepciones. Pero en general, el mundo editorial ha sido colonizado por vastos imperios multinacionales, cuyos accionarios sólo quieren ganar dinero, no hacer cultura. Hoy el editor que descubre valores literarios muy bien recibidos por la crítica pero de baja venta, pierde su empleo, y el editor que publica basura que se vende mucho, es un editor exitoso.

 

Entrevista publicada en El Mercurio de Valparaíso, viernes 9 de noviembre de 2012.