juan yanes caracolaPor Juan Yanes

Caracola

Ahora cuando acerco la caracola al oído no se oye otra cosa que el llanto.

 

Milenarismo

 

Como me aburría con mi religión que posponía el fin de mundo ad calendas graecas, me hice miembro de una secta milenarista que todos los días anunciaba el fin del mundo para el día siguiente, lo que me mantenía en una especie de espiral de excitación permanente.

 

El garbanzo negro y la oveja negra

El garbanzo negro le dijo a la oveja negra: vámonos a Tombuctú, allí seremos gente normal. Los estereotipos culturales funcionan siempre en sentido inverso. Hazme caso, lo dijo Lévi-Strauss. La oveja negra le respondió: de acuerdo, vámonos, pero ya verás cómo el mundo va a seguir siendo ininteligible, aquí y en Tombuctú. Además, nosotros somos gente rara, siempre a la contra y el pensamiento divergente tiene un coste personal muy alto. Lo decía el Patito Feo, que de eso sabía un huevo, porque era ovíparo ¿me entiendes?

 

El fabricante de sueños

Para Claudia

 El niño vuela con los pájaros del mundo torciendo el eje de la esfera terrestre para que no rocen los astros y los cuerpos que giran y giran en el espacio. Pero también llora porque no quiere que termine el día y todo se confunda en la oscuridad. De todas las puertas que hay para salir, siempre elije la que está cerrada porque tiene la llave de oro que las abre. Se come las cuentas del collar, como si en lugar de perlas fueran frutas de un racimo, se come los higos blancos de leche con su pezón de cristal. Vigila los hormigueros del jardín, menos uno, que es su escondite. Los mapas cambian los bordes de las regiones y los sistemas montañosos y el curso de los ríos y los océanos como si estuviéramos al final de una glaciación. Pero siendo como es un extraordinario soñador, todavía no controla los esfínteres y se orina en la cama y todos en la casa se burlan de él, después de escuchar asombrados el relato de sus sueños.

 

El niño licántropo

Los papás del niño licántropo lo cuidan mucho, siempre lo llevan vestidito de punta en blanco cuando va a jugar al parque con nosotras. Está obsesionado con que yo haga de Caperucita Roja y él de Lobo Feroz. Yo le digo que no, que no, que dice mi madre que ese juego no, porque es libidinoso. ¿Y qué es libidinoso?, me pregunta, y yo le digo que, según mi madre, todo es libidinoso. El otro día una niña me dijo que le había visto una mata de pelo negro horrible en el pecho asomando entre los botones de la camisa. Nuestras mamás nos tienen terminantemente prohibido que juguemos a los médicos con él. Últimamente, cuando le vemos llegar con sus papás, nos ponemos a aullar todas juntas, como si fuéramos lobas. Sus papás se enfadan, pero a él le encanta y se pone excitadísimo.

 

Sillones de mimbre rojo

“Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella”. Pedro Páramo, Juan Rulfo.

 

Muchos años después, recuerda que les gustaba conversar sentados a la fresca, esperando la caída del sol, en los sillones de mimbre rojo que les había regalado su madre. Ella hacía tiempo que se había ido, pero él empezaba a vagar, recorriendo las esquinas cóncavas de la ciudad, esperando la llegada de la tarde para verla. No sabe por qué razón ella ha dejado de venir. Ahora, se sienta solo a esperarla, a aprender este nuevo oficio donde todo está quieto y lo que ocurre, ocurre en algún lugar perdido de la imaginación.

 

Penumbra

Parece sólido, pero tiene puntos de fractura. Sitios por los que se parte, superficies que se alteran y quiebran. Paredes consistentes recorridas por grietas invisibles. Juntas de dilatación que soportan mal el comportamiento de los materiales. Los diversos materiales de los que estás hecho. Me estoy refiriendo a ti, claro. Te conozco bien. Te observo desde hace tiempo. Sé por dónde vas a romperte. Conozco el recorrido y la progresión del desvanecimiento y la consunción. No sirve de nada hablar porque has llegado al límite. Ahora vendrá una prolongada sensación de vértigo y finalmente la pérdida de control. Cuando todo suceda, cuando llegue ese alargado fundido en negro, me acordaré de ti y te mandaré flores para que las pongas en un vaso con agua sobre la mesilla de tu habitación en penumbra.

 

Ese señor enlutado y con golilla

 

De continuo anda amarillo

¡En pleno Siglo de Oro y el Estado en bancarrota!, ¡eso sí es un oxímoron! mascullaba el refunfuñón, retorciéndose la punta del mostacho y subiéndose los quevedos con el dedo.

 

La Tuerta

Creo que debo dejar definitivamente la esgrima, acabo de pincharle el otro ojo a la Princesa de Éboli, a la que Su Magestad tiene en mucho aprecio. Quizá por eso la llame, La Hembra.

 

Brevedad

Supongo que Baltasar Gracián estará muy enojado conmigo, he tardado tres años en leer el Oráculo manual y arte de prudencia.

 

La enfermedad de la gota

¡Qué raro!, en las calles de Quacos de Yuste se oyen lamentos de uno que murió de gota hace cinco siglos. Debe ser extranjero por que grita y maldice en flamenco.

 

Miradas

El que miraba Las Meninas, miraba las miradas de los que lo miraban y después de mucho mirar, vio al que estaba mirándolos a todos. Pero hay uno que mira sin ser visto. Eres tú.

 

Teresa de Ávila

¡Ay, hubieras sido la amante perfecta!, “que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado”, pero te equivocaste de amante.

 

Hambre

Me contaron que habían visto cómo los escuálidos personajes del Greco, se escurrían por las rendijas alargadas de los cuadros y se iban a beber y a comer a las ventas y posadas de los alrededores, para poder sobrevivir a tanta austeridad pictórica.

 

Colesterol y filosofía

Entonces, ¿Francis Bacon, no es una marca de tocino?

 

Ironías de la historia

Se preguntaba cómo era posible que pudiesen florecer los ingenios en tiempos tan atroces.

 

El Manco

—Mucho festejo y mucho centenario, pero yo estoy aquí en la cárcel por decomisar cebada a un canónigo.

—Metafísico estáis.

—Es que no como.

 

Teoría de Dulcinea

¡Asco de viejos que no la dejan a una hozar tranquila! Menudo tiberio que ha formado el bribón ese que está de atar, que dice cosas sin sentido que suenan como ensalmos de un tal Garfias, pidiendo libertad para los presos, justicia para los pobres, respeto para los locos, ínsulas para los gobernadores honrados, y palabras de miel para la dulce, dulce Dulcinea, que por lo visto soy yo, cuando hasta el día de la fecha me han llamado siempre, Aldonza. ¡Voto a Dios que como caiga en mis manos voy a dar buena cuenta de sus huesos!

Moda

La próxima temporada se llevará nuevamente el morrión. Inexplicablemente había caído en desuso en los últimos siglos, siendo, como es, un tocado tan vistoso.

 

Botamen

Excelentísimo Sr. Director General del Patrimonio Nacional: ¿Sería usted tan amable de dejarme en depósito los vasos de vidrio y los tarros de porcelana de la Botica Real? Me gustaría que me enviara también los albarelos, las orzas y los cántaros. Le aseguro que los trataré con exquisito cuidado, y correré con todos los gastos de traslado. He de confesarle, que necesito urgentemente el botamen de esa Casa, por motivos inconfesables que tienen que ver con la enfermedad del amor, los venenos y los filtros.

 

Una utopía en la distopía imperial

Vean al señor oidor Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, vocación tardía, amigo de su Majestad, antiguo juez de Murcia y estudiante de leyes en Salamanca. Quiso ver toda América convertida en una arcadia utópica, como la de Tomás Moro y abolir los repartimientos y las encomiendas que esclavizaban a los indios. Se lamentaba de “la miserable y dura cautividad en que nosotros los españoles los ponemos» para que «vivan muriendo y mueran viviendo como desesperados». Vean cómo no pudo cambiar nada. Sólo fundar dos pequeñas poblaciones quiméricas pagadas con su peculio hasta arruinarse. Véanlo ahora por las calles de la ciudad vendiendo su propia ropa, para saber lo caras que salen las utopías.

 

Ese señor enlutado y con golilla

El 1 de diciembre de 1572, el rey Felipe II estaba moderadamente contento cuando se retiró a sus habitaciones a la hora habitual, las once de la noche. Ese día, el de Alba, había tomado la ciudad flamenca de Naarden, levantada en armas contra la corona española, ejecutando a todos sus habitantes, niños, mujeres y ancianos y destruyendo las murallas medievales que la custodiaban. El rey Felipe, dio gracias al Todo Poderoso por esta pequeña victoria. Ligeramente conmovido, oró también por su esposa Isabel de Valios, por su hijo Carlos y por su secretario Juan de Escobedo, a los que había, secretamente, mandado matar y se metió en la cama. Entonces soñó el sueño habitual: que él era el autor de la Leyenda Negra y que todas las noches escribía un nuevo capítulo que se sumaba y superaba los horrores narrados con anterioridad. Pero de su pluma no salía tinta sino un líquido viscoso de color rojo que iba inundando todos los rincones de la habitación. Él chapoteaba sobre aquel líquido hasta quedar exhausto.

 

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Juan Yanes. Narrador y fotógrafo español. Vive en Santa Cruz de Tenerife (Canarias). Mantiene el fabuloso blog Máquina de coser palabras y El oscuro borde de la luz III, donde superpone fotografías y relatos.