manuel puig archivo clarinPor Patricia Kolesnicov

El gigantesco escritor argentino, autor de Boquitas Pintadas, mezcló como nadie antes lo culto y lo popular. Hoy cumpliría 80 años.

Difícil no pensar que Toto –ese personajito que mira películas y cuenta el espectáculo de las vidas de sus vecinos de Coronel Vallejos– es el mismo Manuel Puig, visitante diario del Cine Español de General Villegas. Difícil no creer que ese Toto, tan pegado a su mamá, tan la otra cara de su primo “macho”, no es Coco, es decir Puig. Difícil no pensar que Vallejos no es Villegas, su pueblo, que lo odió cuando vio sus alcobas al aire libre en los libros de Puig, que lo despreció por homosexual, que lo reivindicó después, cuando los jóvenes lo hicieron signo de libertad, y la biblioteca se llenó de sus libros y, a la vuelta del siglo XXI la bibliotecaria, Patricia Bargero, motorizó talleres, charlas, murgas alrededor del coterráneo famoso.

Hoy Manuel Puig cumpliría 80 años. Cumpliría, si no se hubiera muerto en 1990 en México, si no hubiera vuelto a Buenos Aires en un cáliz de metal que –esto lo contó Tomás Eloy Martínez– su madre conservaba en un departamento de la calle Charcas y que hoy reposa junto a ella en La Plata.

Como con el cariño del pueblo, Puig no la tuvo fácil con la crítica. Había cruzado alta y baja cultura; había hecho novela, Literatura, con charla de vecinas, vidas de estrellas de cine, recortes de los diarios, actas policiales. “Hizo ver que el interés narrativo no es contradictorio con las técnicas experimentales”, escribió Ricardo Piglia.

Puig fue vanguardista y masivo y en 1984 Delfín Leocadio Garasa, titular de Introducción a la Literatura en la UBA, decía a sus alumnos: “Puig no es literatura”. Quizás pensaba en Boquitas pintadas, folletín también ambientado en Villegas que fue inmensamente popular y en 1974 llegó al cine de la mano de Leopoldo Torre Nilsson. Alfredo Alcón hacía de Juan Carlos Etchepare, un personaje que en el pueblo identifican con Danilo Caravera, “un muchacho recontrabuenmozo, pero tuberculoso”, como describían las vecinas hacia 2001. “El gran tema de Puig es el modo en que la cultura de masas educa los sentimientos”, definió Piglia.

“Después de leer dos libros de Puig, sé cómo hablan sus personajes, pero no sé cómo escribe Puig”, dicen que dijo Juan Carlos Onetti. “Un escritor no tiene estilo personal”, dijo Piglia. “Escribe en todos los estilos, trabaja todos los registros y los tonos de lengua”.

Puig dejó Villegas a los 14 y se fue a Buenos Aires. Pasó fugazmente por la facultad de Arquitectura, por Filosofía y Letras y en 1956 estudiaba Cine en Roma. Vivió en Londres, en Estocolmo. Buscando un guión empezó a escribir sobre su primo. Supo que eso no era una película: fue su primera novela, La traición de Rita Hayworth. En 1969 la publicaría Gallimard, en París.

Después vino Boquitas… que tuvo un problema de mercado: su título no era traducible, se perdía la alusión al tango. La respuesta fue el siguiente libro: The Buenos Aires Affaire, una novela leída como crónica de las luchas dentro del mundo literario. Hay una pintora que trabaja con deshechos (¿Cómo él, con materiales “bastardos”?) y un crítico asesino. La edición fue confiscada por “pornográfica” y en 1974 sus padres recibieron una amenaza, quizás de la Triple A. Fin de la vida argentina del escritor.

El libro siguiente es El beso de la mujer araña, en 1976. La historia es conocida, la hicieron ineludible, en el cine, William Hurt y Raúl Juliá. Un guerrillero comparte celda con un homosexual y con el tiempo y el vínculo se pondrán en juego los sentimientos, la política y, en definitiva, qué hace a un hombre. Las voces se cruzan, se mezclan, pueden confundirse. Allí Puig inaugura un recurso que usaría más tarde: el grabador. Graba una voz (aquí, la del militante), la transcribe, la cruza con la de un personaje de ficción. Ya no se trata de la oreja de Coco/Toto con las vecinas. Ahora el recurso se radicaliza: es la pretensión de la voz del personaje liberado del autor. Aunque tuvo repercusión internacional, Gallimard no quiso publicar esta novela, por consejo de Aurora Bernárdez, la mujer de Cortázar, que objetaba la figura del militante “ablandado” por el homosexual.

En 1979 salió Pubis Angelical, en 1980 Puig se mudó a Río de Janeiro, en 1982 salió Sangre de amor correspondido y en 1988, Cae la noche tropical. Después vivió en México. Allí murió en 1990, cuando tenía apenas 58. En Villegas todavía lo recordaban como “un chico que no jugaba con tierra”. En el arte, como quien tocó los corazones y revolucionó las formas, todo al mismo tiempo.

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Revista de cultura Ñ. 28 de diciembre de 2012.