antonio rojas gPor Juan Mihovilovich                                 

“Todo culpable en su intimidad más recóndita desea ser descubierto para aligerar el peso de su conciencia.”  (Pág. 94)

Dos actores centrales, el periodista José Ortega y el detective Mauricio Mandiola, programan un re-encuentro en la declinación física y profesional de sus vidas.   Y este acontecimiento, que pudiera ser baladí, no lo es en absoluto: en una suerte de convergencia ambos personajes van delineando, cada uno a su modo,  aquél acontecimiento –el crimen de semana santa- que impulsó a uno y a otro a asumir la vocación que la vida les ofreció;  o por la que sencillamente optaron en un período donde el periodismo y la investigación policial tenían connotaciones éticas y morales diferentes al tiempo de  madurez en que la mutua reflexión los acerca.

Candelaria Maturana fue una de esas ancianas que, como tantas otras, atesoró una cuantiosa fortuna y terminó morando solitaria en una casa antigua de un barrio santiaguino. Un día cualquiera -que no resulta un día cualquiera tratándose de un viernes santo- es encontrada muerta producto de un golpe asestado en medio del cráneo.  Ortega, quien hace sus primeras armas como reportero en la investigación policial es un tipo de corazonadas e intuye que tras el asesinato existen otros poderes no visibles que superan con largueza  el simple expediente de que el  asesinato sea atribuible a un par de hermanos, sobrinos nietos de la occisa, menores de edad,  que coincidentemente visitaron el lugar casi al mismo tiempo de la ocurrencia de los hechos.  La policía, incluido Mandiola, se jugarán inicialmente por esa opción. La de Ortega, en cambio, será otra, completamente diversa y cuyo desenlace ocasionará una sorpresa mayúscula para los actores involucrados.

Si se trata de hacer una contraposición con argumentaciones de fondo resulta obvio que la tesis de Ortega no podía ser creíble de buenas a primeras.  Es más, su obstinación, por lo que hoy día sería concebido como una equívoca teoría del caso, le produjo más de un cuestionamiento y sinsabor.  Pero, en esa tozudez profesional de Ortega que hacía su ingreso al periodismo de alto vuelo, Mandiola, que en paralelo entraba también al mundo detectivesco mayor, presiente que más allá de las presiones ambientales de sus pares y superiores jerárquicos,  la tesis de aquél es correcta. No hay en ese presentimiento una actitud preconcebida, ni especulaciones comunes que pudieran acercarlos. La misma intuición o esa especie de “olfato periodístico- policial” que supera el simple conocimiento del barniz humano, hará que ambos profesionales, cada uno en el ámbito de sus esferas laborales, trabajen al amparo de una alianza implícita que dará resultados imprevisibles.

Mandiola, entonces, regresa desde el norte junto a su mujer de toda la vida, luego de unas vacaciones y en todo el trayecto arriba de un bus irá hilvanando sus recuerdos sobre el crimen, su origen, desarrollo y conclusión, situando el hecho dentro de un contexto sociológico y de afectividad personal notables.  Paralelamente, Ortega hará lo mismo junto a quien es su pareja más reciente.  Ni uno ni otro fueron amigos en el sentido profundo que la palabra entraña.  Sin embargo, el homicidio los acercó de manera definitiva e hizo que cada cual asumiera el destino que la vida les tenía reservado.  Naturalmente, en el desempeño de sus labores les acontecieron situaciones parecidas.  Pero, lo que el narrador demuestra con maestría es cómo la ocurrencia de ese hecho deleznable marcó a fuego ambas carreras. A partir del suceso nada será igual para ninguno, más allá de que se consoliden,  en sus respectivos ámbitos, como profesionales exitosos con el devenir de los años.

El atractivo de la novela no está únicamente en esta contraposición aparente;  su importancia radica, además, en la manera en que el narrador va desentrañando una cadena de poderes ocultos, algunos perceptibles, otros decididamente solapados o ambiguos, y cómo ellos son muchas veces negados  por una sociedad que prefiere mirar hacia el lado para no sentirse cómplices por omisión o indiferencia sobre la basura y perversión humanas.

Un final imprevisible que sacude la imaginación del lector completa una historia apasionante, ágil, desenvuelta,  que se lee de  un tirón y deja abierta más de un incógnita, apenas sugeridas, aún con la resolución del crimen.

Y ese es otro mérito no menor.

 

Crimen de semana santa

Novela: 142 págs. Simplemente Editores. 2012

Autor: Antonio Rojas Gómez