P o r   R a m i r o   R i v a s

Las novelas ambientadas en los claustros universitarios, llamadas usualmente “novelas de campus”, arrastran una antigua tradición anglosajona. Notables narradores de habla inglesa han incursionado en estas temáticas, como los mundialmente conocidos escritoresKingsley Amis, David Lodge, Philip Roth, David Leavitt, Jeffrey Eugenides o el Premio Nobel de Literatura J. M. Coetze, con su galardonada novela Desgracia, que trata de la escabrosa relación amorosa de un maduro profesor universitario con una desinhibida estudiante adolescente y las previsibles consecuencias de esa peligrosa aventura.

Tema recurrente en este tipo de novelas, así como las constantes referencias a obras literarias y ensayísticas  que atraviesan la narración, como algo connatural a este modelo de escritura.

El escritor chileno Miguel de Loyola se inscribe en esta escuela literaria con su nueva novela, El estudiante de literatura (Niram Art Editorial, 2013, Madrid), afrontando los riesgos de experimentar en una temática que para ciertos críticos se ha tornado cliché. Pero Loyola sale indemne del desafío, con un trabajo acabado y meticuloso.

La novela narra las vicisitudes y altibajos de un profesor cincuentón, Leonardo Olmos, que después de bregar muchos años por diversos establecimientos educacionales, logra integrarse a una de las universidades más tradicionales del país, como profesor titular de la cátedra de Literatura Comparada. Todo parece fluir con naturalidad: la relación con sus nuevos colegas, las clases de literatura en donde se le permite explayarse a sus anchas sobre escritores que él ama y admira, la tranquilidad laboral y económica de la cual carecía hasta entonces, cuando debía sobrevivir con las espaciadas horas de clases efectuadas en universidades de dudosa solvencia académica. Todo un mundo ideal alterado intempestivamente con la aparición de Paola, una hermosa alumna que lo retrotrae a su época de estudiante en esa universidad y al recuerdo de una antigua novia con ese mismo nombre y similares rasgos. La confusión y el desconcierto del profesor, consciente de la diferencia de edad, lo impulsa a un obsesivo seguimiento de la joven, la que se deja conquistar, con una actitud distante y evasiva.

Miguel de Loyola, para estructurar y desarrollar esta trama, recurre a dos voces narrativas que va alternando a lo largo del relato. Desde una primera persona, más subjetiva y personal, salta a una segunda persona más impersonal y abarcadora. Esto le permite desdoblar al personaje protagónico, el profesor Olmos, y poder analizarlo desde el exterior, cuestionarlo e indagar sobre su proceder poco racional en un hombre maduro. La muchacha, siguiéndole el juego, termina por confundir más al amante despechado y al lector, que se extravía en esta suerte de paralelismo de las dos Paolas, la del pasado y la del presente, que conviven en la mente de Olmos, provocando la ambigüedad argumental. Esta analogía de las dos jóvenes, reflejadas desde la perspectiva interior del profesor, otorgan al texto una mayor seducción lectora.

La novela se sustenta y articula a través del protagonista, desde el cual se manifiestan las circunstancias y procederes del resto de los actores, los ineludibles problemas de un grupo humano dentro de una clase social determinada. El mundo académico y sus integrantes son descritos bajo el prisma del profesor Olmos. El ambiente represivo de la dictadura se percibe como en sordina, oculto y siempre presente. La historia individual se mueve en contrapunto con la historia del país. El temor a la pérdida laboral es una constante, superior a sus arrebatos pasionales con la muchacha. Sin llegar a teorizar acerca del amor, Olmos analiza las limitaciones impuestas por la sociedad académica y el entorno en general. Mediante la voz en segunda persona, el autor logra objetivar el problema de su héroe, distinguir los pro y los contra de su pasión fuera de los límites permitidos. Esta Paola, a fin de cuentas, no es más que la idealización de la Paola del pasado, de esa época de estudiante ilusionado con una carrera que veía llena de futuro y que la realidad termina por frustrar.

Las reiteradas evocaciones de un pasado sublimado en el amor a Paola, rompe el orden cronológico del relato, indagando por una necesidad de sentido en los diversos episodios de la trama. La Paola del pasado y la del presente se intercambian en la subjetividad del protagonista, desconcertando al lector que debe reconstruir el hilo narrativo y la verosimilitud de la historia. Este deliberado juego de identidades y de espacio tiempo, a la vez que enrarece la anécdota, propicia el enigma y la deducción.

Resulta interesante observar esta bipolaridad narrativa, establecida mediante esas dos voces cambiantes en el texto, que ayudan a comprender a un sujeto extraviado en sus propios miedos y dobleces. Este sistema de encuadre permite al receptor averiguar más profundamente en las contradicciones del personaje y un incierto desenlace, enmarcado en la ambigüedad y la incerteza. Una buena novela que aleja al autor de sus temáticas anteriores, cimentadas en un realismo rural, para explorar en el complejo mundo académico y las excentricidades del amor.

 

 (10-10-2013)