Por Chivy Guajardo

Daniel Palma Sepúlveda nos ha puesto en la nariz la prueba de que el talento, junto a la fuerza del trabajo y la templanza, no tiene límites, barreras ni cortapisas.

Yo, trabajando con Dany de computador a computador, con café, cigarros y galletas, tallando, lustrando, puliendo palabras ciegas para que vieran la luz… caí absolutamente rendida a sus pies, ante  la profundidad de su amor – el amor incondicional y a la mirada clarísima que puede darle a su vida entera. Y lo dimensioné cuando leí este fragmento:

 “Quizás usted, lector, prefiera el boato de las velas en vez de este Ciego empujando sus esqueletos en procesión contra el tráfico. Si usted ve, no puede más que asombrarse ante la imagen de un ciego con las manos vacías hacia lo alto”.

“Este es el libro que no leeré”, dice. Pero nosotros, pobres videntes, sentiremos el libro colarse  por nuestras retinas y caer directamente al corazón, sin intermediarios, porque la visión de Dany es la más real de las visiones, la más descarnada y brutal. No tiene filtro: es cielo y  tierra; fuerza  y debilidad; vino añejo y semen fresco. Amor de niño y lujuria sangrienta. Es paradoja y lentejuela.

Este libro debería llamarse “PARADOJA Y LENTEJUELA”, un sintagma que cruza todas las líneas, todos los párrafos. El brillo titilante, enceguecedor y fluorescente de la noche santiaguina espejándose en una gran lentejuela fucsia… y la paradoja despellejada del dolor clandestino de los Hijos de la Trampa; del ninguneo gubernamental: autoridad ciega, sorda y muda ante “LA TRAMPA”, “El CHISTE”, o cualquier otro eufemismo con que en los ochenta se camuflaba el sida.

Hay denuncia entre los tacos altos, los zapatitos dorados y los enormes bototos de payaso; entre las cortinas del Circo Teatro y los callejones oscuros, hediondos a miseria humana. Hay denuncia entre sus textos delirantes en que uno da vueltas y vueltas y debe volver atrás para agarrarse de los hilos dorados y las plumas que conducen en espiral  al centro opaco de la verdad insoslayable.

El ciego vivo recuerda a sus amigos muertos, esos hijos de la trampa que ahora son sus Sombras. Ciego, se comunica con ellos a través de las canciones por la radio. Escucha y escucha radio, y en las letras en inglés o en español vienen sus muertos, sus Sombras que jamás lo abandonan.

Un ángel (“Gloria de Chile”, se llama) es quién revive las andanzas de los cuatro en la Tierra. Es su Ángel de la Guarda, la Dulce Compañía a quién, como buen hijo del Teatro, le ruega “no me desampares ni en matiné, vermut  ni noche. Este ser alado es el principal conductor del torbellino de imágenes a veces demenciales, y de las alucinaciones y divagaciones  que nuestro Dany optó por llamar “alucivagaciones”, porque le encanta inventar palabras. Inventó tantas que el comité editorial de Asterión debió agarrar tijeras podadoras, pese a la tenaz oposición del autor. “Alucivagaciones” fue aceptada porque… a veces no hay cómo calificar esos sentires tan intensos que asustan, descolocan y hacen tambalear las páginas. Y si una es puritana del lenguaje y de lo explícito, está frita: aquí, las cosas se nombran y los hechos se hacen: para quien no sabe dónde está el perineo, el escritor gentilmente se lo explica con detalles.

Las andanzas de la Compañía de Andrés Pérez  y su escenógrafo favorito, Dany Palma Sepúlveda en una gira internacional, en Irlanda, deja de manifiesto que los métodos adquiridos en Ergo Sum sacaron a todo sol el talento narrativo de este escritor delirante. En efecto: los personajes  están delineados con trazos colorinches, brillantes  y remarcados como Bororo, como Miró, y a veces los desdibuja al punto de enmarcarlos en nubes y silencios renacentistas Pero, tras los ojos “supermanísticos” de Dany, existe un escenario iluminado con láser donde están siempre vivos y en acción. Por ejemplo, en su cuento “Time out”, los personajes martillean, bailan, toman, se toquetean, se emborrachan, tocan el piano, fornican,  fuman  y  juegan Black Jackante nuestros ojos pedunculados.  ¡Y todos esos celtas rosaditos, vikingos rubicundos y muuuy bien dotados están aquí, champurreando  español con un tono único que sin duda escuchamos con claridad en cada página.  Dany los planta maliciosamente ante nosotros con la perversaintención, no solo de que los conozcamos, sino que  alucinemos con todos ellos y entremos en su propio ritmo desfachatado.

Aparecen autoridades de todo pelaje, carabineros desatados, gringas very, very british, pobladoras querendonas, camboyanas, chimbirocas,  y “niñas” en tanga con el truco del “paquete” camuflado, se pasean  ufanos y muy cómodos por las páginas. La Divina Extravaganza, La Topacio, Lucía Sombra, tras sus enormes pestañas de cartón, nos piden a gritos que no las olvidemos.

La secuencia de su viaje y accidente en taxi, en el capítulo 3, es magistral. Los diálogos con los pasajeros y el chofer están narrados como un ping pong entre sus palabras y nuestra libre imaginación, y eso resulta más que interesante.

Su cuento “Alucivagaciones amarillas” es un bello contrapunto del ayer y el hoy que no es tan hoy. La figura de su madre divaga suavemente en su mente alucinada, y tienen preponderancia los dos frascos de líquido amarillo que ella le pide encontrar. “-¿Patchulí? ¿Para qué – se pregunta él- si ella ni conoce esos aromas tan hippies?”. Será más tarde en la vida, segundos antes de la muerte de Andrés Pérez, cuando él comprenda el póstumo significado.

Y es en estas alucivagaciones  donde nos enteramos de su silvestre nacimiento a la vida sexual, entre trinos, rocío, llantén y pino fresco.

–       “¡Primera vez que no se mea y me hace esto! – dice la madre.

–       “Ya, ¡partió no más a dormir al fondo! Lave sus trapos y saque el colchón al patio”  – ordena el padre.

… Y él, tan niño y tan puro, se duerme mordiendo en secreto un rizo de su hermana para apaciguar temores.

 Funerales, funerales  funerales.  Ruidosas fiestas fúnebres en maquillaje exagerado. Calas y  girasoles entre las calacas danzantes; la mascarada, la murga en romería contra el tráfico y sin TAG.; Se va  su Carlitos Franco. Se va Andrés Pavéz.  Se va Andrés Pérez, el Maestro… Adiós a sus tres moscas, las únicas tres moscas que formaban dos pares.

Mis amigos murieron y me quedé cautivo en sus sueños”: ese es el leit motiv del libro. Estas experiencias vividas a toda sangre en paradoja y lentejuela, no son cuentos: es una vida entera sin límites, sin principio y sin final. (Y a veces, sin principios).  Porque sus muertos, sus “Sombras”, son sempiternas imágenes en Dany, que ha mirado y sigue mirando todo con cuatro ojos maquillados. Los cuatro ojos como lentejuelas que cierto Ángel  le instaló en los cuatro costados del corazón.

Y a quién lo lea y no le guste lo que cuenta, que le grite como el propio Andrés Pérez le lanza en un capítulo:

¡PATÚO BOCA DE TARRO! ¡DEBISTE QUEDAR MUDO EN VEZ DE CIEGO, WUEÓN!

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Hijos de la trampa, de Daniel Palma.

Asterión Ediciones, Santiago de Chile, 2013.