Por Aníbal Ricci
El asombro de estar vivo. Solo en medio de un universo infecto, donde la Naturaleza se revela ante los “seres difusos que circulaban sin rumbo alguno”, esas siluetas oscuras de lo pasajero. Esta dimensión del asombro que propone Juan Mihovilovich está profundamente enraizada al verdadero espíritu humano, descrito con tintes filosóficos a través de una prosa etérea y eterna.
El inicio y fin del viaje del protagonista están constituidos por el aquí y el ahora, ese presente que contiene al pasado y futuro ancestral, el simple paso por este mundo de un ser humano, un sobreviviente que alcanza el cielo en su estadía en la tierra.
A leer esta novela “se entra en un laberinto, multiplicando por mil los peligros que la vida en sí trae consigo” (Nietzsche; Más allá del bien y del mal)… y nadie puede ver cómo y dónde pierde el rumbo este hombre aislado “lejos de la comprensión de los hombres que no sienten”.
La anécdota está ligada a la violencia de la tierra, ese sacudón milenario que lleva a este hombre sin nombre a casi abrazar a la muerte en medio de la oscuridad.
La muerte es el eje de la novela, aquella que le da trascendencia a la vida terrena. El miedo a la muerte (plantea Mihovilovich) es ese dolor que trivializa el momento final; que hace ver a la muerte como un evento pasajero, que desvaloriza nuestro andar en este mundo. “Al fin de cuentas, ni un insecto se escapa de su destino… la muerte misma, la buena noticia, aunque pareciera siempre una derrota”.
La vida es una huida hacia la muerte, pero un terremoto violenta las acciones y hace surgir su diáfana realidad. En un contrasentido notablemente abordado por el texto, el despertar de la Naturaleza ocurre durante la noche, y a partir de ahí se inicia el viaje hacia la luz. Es en medio de la oscuridad que se desploman las casas, los muros y las cárceles humanas. Y comienza la huida ante un miedo extremo que da paso al odio entre aquellos seres que se dejan llevar por sus instintos. El protagonista siente que aquellas “siluetas oscuras” se nutren del miedo, y para vencer ese miedo hay que emprender rumbo y vencer la inercia. El hombre debe sobrevivir, echando mano al bien y al mal que todos llevamos dentro.
El paisaje es apocalíptico: las torres derruidas de una fábrica de celulosa representan la decadencia de la civilización que se opone a los dictámenes de la Naturaleza. Todo el territorio está habitado por sombras de seres infrahumanos. El viaje por el territorio busca desembocar en el mar, buscando la grandiosidad de la Naturaleza, el principio y el fin, la restauración del orden natural: “las cosas… nacen, se desarrollan, mueren”.
Ese protagonista transita entre la oscuridad y la luz, pero cuando llega al océano la destrucción del mundo de los hombres es aún mayor. Junto a esa búsqueda de la claridad, hay un anhelo de recuperar la inocencia. El hombre juega con su perro junto a la fuerza de las olas, y vuelve a ser niño otra vez. El océano y su vastedad le dan esperanzas: él y su perro son el mundo, el disfrute del tiempo presente. Él es la ola y, a su vez, el océano, el todo sin horizontes. El hombre y su perro “siguen braceando al encuentro de esos destellos cercanos y brillantes”. Siguen aferrados a la vida y en el transcurso del esfuerzo, ya no sienten miedo.
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Por Valeria González A.
El diálogo narrativo entre lector y narrador va más allá de las palabras. Nos lleva a la meditación, a tratar de comprender cómo funciona la verdadera comprensión de un texto, lo que trasciende la especificidad formal. El camino, como lo entendemos, es hermenéutico y el proceso nos lleva a un acercamiento de “saber comprender” lo que el autor del escrito nos quiso comunicar. Quizás esa búsqueda de comprensión, esté relacionada con el encuentro de un misterio escondido, con algo más de lo que el texto nos presenta. Un tesoro delimitado por el autor que nos lleva por el camino de la ficción de una manera desprejuiciada, con la simple finalidad de encontrar en sus palabras nuestro propio significado. Son muchos los trucos que un autor utiliza en este propósito, porque dentro de su tarea está la preocupación del comportamiento humano, del inconsciente individual y colectivo, atreviéndose a querer interpretar este mundo y definirlo en palabras.
Es común que la literatura enfrente la realidad a través de mundos ficticios en que el sustrato real es percibido por medio de la metáfora. De ahí que no resulta extraño que Juan Mihovilovich construya una obra basada en el desafortunado episodio de nuestro país. Inspirado en el terremoto del 27 de febrero de 2010,Juan nos presenta la peregrinación de un hombre tras la hecatombe y la consecuente transformación del espacio en una suerte de paisaje iniciático en que el individuo debe reencontrarse y, junto con ello, conquistar ese territorio sagrado que lo mantiene vivo. La catástrofe desencadena el carácter desértico del espacio físico. La referencia anterior de “ciudad” no existe, ha desaparecido, sentenciando al personaje a la búsqueda de sí mismo a través del cuestionamiento de su existencia. Las reminiscencias de tiempo y espacio se esfuman, volcándose el interés al acontecer interior.
El tránsito siempre difuso entre vida y muerte, oscuridad y luz, en los personajes de Mihovilovich, parece ser el resultado de la implícita decadencia del hombre. El autor relega al personaje a la fantasmagoría, porque proceden de una vacía forma de existir. Inmiscuidos en un rutinario sinsentido, el caos es manifiesto y frente al caos, dice el narrador, “cada uno se subsumía en su propia miseria”. La inconsciencia o indiferencia ante la vida misma y el nihilismo generalizado como propósito total de sus existencias, los instala en un escenario de extrema aflicción y desamparo. En el transcurso de la novela, el lector puede apreciar la agonía de un personaje que afirma estar condenado a vivir. Paradoja radical cuando, en definitiva, lucha por la sobrevivencia. El lector encuentra en esta novela la representación moderna del mito de Sísifo, el cumplimiento de un actuar monótono sin propósito.
En el mundo literario de “El Asombro”, el lector puede vislumbrar cómo los personajes sobrevivientes sufren diversos procesos de enmascaramiento en que se altera, ante todo, el espíritu. En estos procesos adoptan rasgos superpuestos que ubican a los lectores sobre una “pista falsa”, evidentemente camuflada, para desviarnos del acceso a la naturaleza original del personaje. El autor crea un ser degenerado, que lleva la marca de la bestia para ofrecer un punto de confrontación o espejo invertido del hombre. El animal en su novelística es el signo vivo de aquello que ha sido conquistado, pero se le escapa, testigo humillante y exaltante de lo que puede ser el hombre. La involución y la nulidad del comportamiento humano, demuestran las problemáticas esenciales del hombre enfrascado en la vida mundanal.
Según la visión de mundo de esta novela, la locura colectiva se ha instituido como virtualidad propia del hombre, aceptando un perfil previamente despreciado. Existe un confuso rechazo del protagonista a las formas de subsistir de los sobrevivientes, pues el exterminio animal, la lucha por los recursos naturales y los conflictos sociales que llevan a la muerte de miles de personas, son principios extremos, pero no aislados, de aquello que ocurre en el mundo extra novelesco. A través de la mirada del protagonista, Mihovilovich insta a la reflexión del lector sobre su potencial deshumanización, la que patentiza un conflicto humano, económico y ambiental insostenible. Según el narrador, este remezón viene a cerrar el ciclo de muerte que se inicia en las personas y se reafirma en los elementos, cumpliéndose el dictamen literal de “un mundo terminal y terminado”.
Ante la devastación total del espacio y la desorientación experimentada por el protagonista, éste encuentra en la asunción del asombro una posible salida. El asombro es, por tanto, aquella luz que le permite salir de las sombras, saberse vivo y diferente de los demás sobrevivientes fantasmas. Esa luz de esperanza, pero también de conciencia que aún convive en su interior, esos resquicios de lucidez que le devuelven su humanidad perdida, lejana, pero vital para ese hombre universal. “El Asombro” nos remite a nuestro propio viaje, a nuestra propia búsqueda frente a aquello que no se domina, sino que se rige por las leyes naturales.
Esta literatura rompe con la narración clásica, sumergiéndonos en los recovecos interiores como elemento sustancial para la desnudez del alma y la penetración del lector en la psiquis de sus personajes. Este universo se nos entrega sin reticencias, sugiriendo una visión particular e inesperada que tiende a superar lo verosímil. Esta obra nos revela los estados de la conciencia, nuestros miedos, desequilibrios e instintos ocultos, desestabilizando el sosiego del lector, de manera que pueda discurrir sobre la problemática actual del hombre y la sociedad contemporánea bajo un prisma filosófico, religioso o existencial. Por eso, nos es comprensible que este abogado y escritor, interesado por el ser humano, ponga en el epicentro narrativo al ser sufriente.
Para finalizar, me gustaría compartir una de mis citas favoritas:
“…Lo que para algunos había resultado el fin del mundo en un instante, al siguiente se transformó en olvido. De la grandeza inicial o desde los pequeños actos que reflejaron una humildad que parecía imperecedera, se fue pasando a un estado de supervivencia animal. Ni siquiera animal. Pensó que los animales mataban por necesidad. Solo que ahora los animales eran ellos y entonces también empezaron a matar por necesidad; pero, ¿qué necesitaban realmente? Él mismo, ¿debía asesinar a otro ser humano para lograr sobrevivir?, ¿ese era el precio, esa era su necesidad? Cruzó tambaleante el resto de pasarela y tuvo la sensación de que el arroyo ahora crecido arrastraba, junto a maderos, mobiliario y utensilios domésticos, un creciente número de cadáveres; cadáveres de animales y de seres humanos. O de seres que alguna vez fueron humanos.”
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EL ASOMBRO
Novela de Juan Mihovilovich
Simplemente Editores, 104 págs. 2013
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.