(una perspectiva sobre la mayor historia jamás contada)

Por Max Valdés Avilés

Jordan Peterson
Editorial Planeta 2025, 670 páginas

Abrir el Antiguo Testamento es entrar en una gran saga de sangre, fuego y revelación. No es solo un libro sagrado: es un conjunto de relatos donde la humanidad se pone a prueba una y otra vez frente a fuerzas que la superan. Aquí los héroes no llevan capas ni espadas mágicas; son pastores, esclavos, reyes o profetas marcados por el deseo, la duda, la obediencia o la rebelión. Viven entre el bien y el mal como en una cuerda tensa, tentados por la sombra, guiados por una voz que a veces susurra y a veces truena.

Estos textos no se leen de manera ligera. Se enfrentan como se enfrentan los mitos: con asombro, con preguntas, con una mezcla de miedo y belleza. El lector se encontrará con crímenes antiguos, castigos brutales, sacrificios, visiones, fugas, guerras, amores y traiciones. Pero también con poesía, consuelo y promesas que aún hoy resuenan.

El Antiguo Testamento es teatro en estado puro. Cada escena pone en juego a un ser humano dramáticamente situado entre la grandeza y el abismo. Leerlo es atreverse a mirar ese espejo antiguo donde aún arde lo más profundo de nuestra condición.

Es en estas condiciones como Jordan Peterson aborda el estudio (y reflexión inteligente) sobre la construcción de los relatos bíblicos. Inicia su escritura respondiendo a la pregunta de que siempre el hombre ha de necesitar una suerte de guía, de referencia, de crear héroes que le propongan una meta, un viaje (que es la vida) y que de lleno nos metemos en las historias que representamos en la niñez, las que vemos en escenarios o pantallas, o las que leemos en las obras de ficción pues necesitamos construir el mundo que habitamos, que ocupamos existencialmente. Así vemos al héroe que apunta alto, que vive en la verdad, que se sacrifica por lo que es mejor, que lucha con nobleza contra las adversidades de la atroz fortuna y que, sin embargo, mantiene la integridad. Observamos que los amigos con los que se encuentra en el camino, en ese viaje si destino claro, aceptan los sacrificios necesarios para ser de ayuda. Vemos a sus enemigos engañar, robar, traicionar, mentir y caer, y sentimos que se ha hecho justicia, o los vemos triunfar y experimentar la indignación moral de los engañados. En pocas palabras —insiste el autor— nos fascinan los que tienen metas elevadas y deseamos que, si somos valientes, nos posea su espíritu. Ese viaje puede ser en busca de la tierra prometida pues es una meta, un objetivo de tal comunidad. Y en ese caminar aparece el hombre entre el bien que desea y el mal o la tentación que se lo impedirá (fórmula que se repite, según el autor, a través de los tiempos).

Esa meta, cualquier meta, dibuja a nuestro alrededor un paisaje moral y la meta sirve como el mayor bien imaginable pues esta otorga sentido al mundo, prioriza y organiza el actuar doméstico, revela qué camino seguir; la ruta que percibimos como la que con mayor probabilidad nos guiará hasta donde hemos decidido ir. También al personaje (Abraham, Isaías, Elías, el rey Acab, Jezabel, entre muchos del Antiguo Testamento) se constituyen como la meta encarnada. Todo esto suscita varias preguntas: si vemos y debemos ver el mundo a través de un relato; si el mundo se revela a sí mismo en forma de relato, ¿cuál es ese relato?, responde el autor que se trata de un relato de nuestras más altas aspiraciones, que son nuestra relación más fundamental y, a la vez, del verdadero suelo que existe bajo nuestros pies. Por tanto, es y debe ser la caracterización de lo divino mismo, de Dios, tal como se insiste en los relatos bíblicos.

Deseamos adoptar las maneras no solo del rey, del señor de los dominios, sino del Rey de Reyes, lo deseamos para poder asumir la perspectiva del espíritu puesto en el lugar más elevado y experimentar el mundo a través de sus ojos. Adoptando así esa actitud heroica y comprender, tan profundamente como sea posible, la naturaleza del bien que hace que la cautivadora vida resulte más abundante, que es el verdadero jardín del deseo eterno. Queremos, asimismo, identificar al villano que está detrás de todos los actos de villanía en busca de generar sufrimiento, solo por el placer de generarlo. Queremos entender el bien —afirma el autor— para poder ser buenos y entender el mal para evitar ser malos. De esa manera podremos constreñir el infierno que el mal produce, y no solo para nosotros mismos, sino para todos aquellos a los que queremos y por los que nos preocupamos, para la estabilidad y la continuidad de las sociedades que habitamos y por amor al propio mundo, concluye el autor.

Lo que cuenta es el relato que en nuestras psiques y culturas occidentales se fundamentan, actualmente de manera frágil, es esencialmente el relato contado en el corpus bíblico, el compendio de dramas que se hallan en la base de nuestra cultura y a través del cual miramos el mundo. Es la historia sobre la que descansa la civilización occidental. Un conjunto de caracterizaciones no solo de Dios sino también del hombre y la mujer, cuyos personajes pasan a existir en relación con ese Dios, y de la sociedad en relación con el individuo y lo divino.

La historia bíblica, en su totalidad, es el marco a través del cual el mundo de los hechos se revela, por lo que respecta a Occidente; es la descripción de la jerarquía de valor en la que incluso la propia ciencia (que aspiraría al bien) se hace posible. La Biblia es la biblioteca de relatos en los que se basan las sociedades más productivas, libres y estables que el mundo ha conocido, los cimientos de Occidente.

Este libro aborda desde su inicio las reflexiones sobre Dios como espíritu creativo; Adán y Eva (orgullo, autoconciencia y caída); Caín y Abel y el sacrificio; Noé; la torre de Babel; Abraham; Moisés y finaliza con Jonás y el abismo eterno.

Es un texto altamente recomendable para todo lector independiente de su fe o creencia o ausencia de esta.

Jordan Peterson es psicólogo clínico, crítico cultural y profesor de psicología canadiense. Las áreas en las que se comprende su estudio son la psicología anormal, social y de la personalidad, con un interés particular en la psicología de las creencias religiosas e ideológicas, así como en la evaluación y mejora de la personalidad y el rendimiento laboral. Peterson también es docente en la Universidad de Toronto.

En lo literario, publicó su primer libro en 1999 bajo el título Mapas de sentidos. La arquitectura de la creencia. Su segundo libro, 12 reglas para vivir, muy alabado por la crítica, fue publicado en enero de 2018.

Peterson, un pensador cristiano, ve la Biblia como un “intento colectivo de la humanidad para resolver los problemas más profundos que tenemos”. Ya que a través de los pasajes bíblicos, los conceptos de rebelión, sacrificio, sufrimiento y triunfo, entre otros son los que, en palabras de Peterson, nos estabilizan, inspiran y unen cultural y psicológicamente, pero también, dotan de sentido a la existencia. Para él la humanidad y los seres humanos se comprenden a sí mismos a través de miles de años de interacción, imitándose y contándose historias. Sólo así ha sido posible comprender las consecuencias de las emociones y pensamientos cuando se representan de manera congruente con nuestras acciones. Este proceso de comprensión se desarrolla y origina, en parte, en las historias bíblicas, por lo que Peterson busca en este libro analizar y comprender para ayudar a sanar esta disociación y “enfermedad del espíritu”.