Por Eddie Morales Piña

El autor de este texto de singular y significativa denominación es el académico y poeta -aunque puede ser al revés también- Luis Correa-Díaz (Santiago de Chile, 1961), quien ha ejercido la docencia en distintas universidades de USA y de otros países, incluido el nuestro. Es un poeta con una sólida producción literaria que lo posiciona en el espectro de la poesía lírica chilena reciente. Este último libro publicado por Ediciones Altazor tiene resonancias estéticas que se inician con la portada que funciona como un paratexto, así como con las palabras de presentación en la contraportada del periodista Rodolfo Hahn, que en un párrafo condensa sintéticamente el asunto tematizado y, sin duda, el prólogo de Ignacio Vásquez Caces. La introducción revela a quien se adentre como lector en el texto del poeta Correa-Díaz las coordenadas sobre las que se sustenta la poiesis de La Valparadisea. Para los que hemos leído con anterioridad al poeta académico los rasgos escriturarios de su poética tienden a consolidarse en este libro.

La portada como paratexto está armada sobre la base de una fotografía de autoría del autor -como se informa en los créditos iniciales-y para quienes conocemos el locus desde el que emana la textualidad, es decir, Valparaíso, la imagen corresponde a los alrededores de un icono -en un sentido irónico- del puerto principal: el Parlamento nacional. Se trata de una foto que tiene elementos de intervención como la bandera y un dron. Un grupo de personas vende ropa puesta ante las rejas del edificio y otros son transeúntes que observan, como el niño del primer plano a la izquierda que eleva el volantín con los colores patrios y la estrella. Afinando la vista, me entra la duda como observador si, efectivamente, se intervino la imagen. Lo que sí resalta del paratexto es que Valparaíso es el lugar tematizado por el hablante, un Valparaíso que despierta diversas resonancias en todos los que lo conocen o lo han conocido con sus grandezas y miserias de ciudad puerto: “esta vez, en llegando, me vine/ a la Plaza O’Higgins, primero, / luego al Parque Italia, para ver/ y oír de qué se trataba/ eso de la cueca porteña…”.Con estos primeros versos comienza, entonces, el hablante su periplo por el puerto -el que bien conoce de antemano- dando una nueva mirada al espacio de la ciudad, cuyo fundador es misterium, al contrario de las antiguas coloniales asentadas por los españoles con escudos nobiliarios y cédulas reales-. La portada tiene un sentido dialogante con la imagen de la página 99.

No hay que ser erudito en lecturas literarias para darse cuenta de que el título del libro de Luis Correa-Díaz es un guiño intertextual al texto épico de la antigüedad clásica atribuido al poeta Homero. Entre la Odisea y la Valparadisea, sin duda, que no hay solo una relación eufónica sino, además, una de orden textual. El sujeto hablante expresa que “escribo/ este que quisiera yo fuera un bosquejo/ de ese gran poema épico al antiguo modo/ con ese título a la altura de los universales…”. De esta manera, el texto de Correa-Díaz se plasma estéticamente como un artefacto escriturario donde Valparaíso es la Itaca de Odiseo o la de Konstantino Kavafis, el gran poeta neohelénico, que nos habla de las muchas Itacas que puede haber donde siempre se vuelve. Valparaíso es, en consecuencia, la Itaca del poeta porteño (“Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino”, K. Kavafis).

Desde mi perspectiva como lector de esta obra de Correa-Díaz, el hablante lírico es una suerte de flaneur, un paseante (W. Benjamin, dixit), que mira y observa los espacios citadinos del puerto, recogiendo en su escritura todo aquello que logra percibir por sus sentidos en su caminar por un Valparaíso que en su decadencia muestra el esplendor que tuvo in illo tempore. Una ciudad que, a pesar de todo, conserva su señorío en edificios derruidos o transformados: “de repente me pillo sin más enfrente/ de este nuevo café (“literario”) a muy/ pocos pasos de la Plaza Victoria, Huito, / había estado aquí hace una semana, / si no me equivoco, pero no estaba abierto…”. Uno de los aciertos del lenguaje poético de Correa-Díaz está en la forma de la enunciación lírica donde el coloquialismo y múltiples modos expresivos de la cultura se hacen presentes, así como decires en inglés y la incorporación en el sistema escriturario de elementos de la era digital y tecnológica en que estamos insertos. Las menciones a los drones, la aparición de dibujos e imágenes y códigos QR (que nos abren otras espacialidades) en la textualidad, le dan al texto rasgos de posmodernidad estética. Una sobresaliente ironía discursiva casi parriana, muestra el hablante de Correa-Díaz en muchos momentos de la textualidad: “…sigo la huella/ de mi andadura de ayer y termino/ en el FotoCafé, abren temprano, próximo/ a la Casa de la Cultura, ex Piedra Feliz, / para redactar esta crónica ensoñación, / salgo en este verso y me uno a una marcha/ multitudinaria [quisiéramos] de la Asociación de Funcionarios de la Educación del puerto, /edúcanos, Señor, te rogamos, ahora y siempre,/…”. La Valparadisea da cuenta, en definitiva, del ir y venir del sujeto hablante -Ten siempre presente a Itaca en tu mente- constituido en un posmoderno Odiseo que ya no se enfrenta a lestrigones, a cíclopes ni a Circe ni a Poseidón, sino a otros males del mundo actual, donde Valparaíso como las Itacas de K. Kavafis permanece fiel a sí misma: “…atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino…”. En síntesis, la obra reciente de Luis Correa-Diaz se nos presenta como un sólido texto poético imprescindible e ineludible para los lectores.

Pd. En la página 99 aparece el clásico plano del Puerto de Valparaíso contenido en la Histórica Relación del Reyno de Chile de Alonso de Ovalle (1646) intervenido con un droncito sobre la bahía. Desde la óptica del que hizo el plano, Valparaíso parece ser una isla, la Itaca, convertida en el puerto principal, que no se puede vivir sin conocerlo (Osvaldo Gitano Rodríguez, dixit).

(Luis Correa-Díaz. La Valparadisea. Viña del Mar: Ediciones Altazor. 2025. 99 pág.).