Ivan Pozzoni nació en Monza en 1976, autor de una considerable obra, que incluye poesía y ensayo. En sus palabras, «Ha publicado ensayos sobre filósofos italianos y sobre la ética y la teoría jurídica del mundo antiguo, y ha colaborado en varias revistas italianas e internacionales. Entre 2007 y 2018 se publicaron varias colecciones de sus versos (…). Fundador de varias editoriales socialistas autogestionadas. (…) Está incluido en el Atlas de poetas italianos contemporáneos de la Universidad de Bolonia y aparece en varias ocasiones en la importante revista literaria internacional Gradiva”.

Envió a Letras de Chile varios poemas en italiano y castellano; los invitamos a leer algunos de ellos en nuestro idioma.

LA ENFERMEDAD INVECTIVA

Para descubrir las causas de mi experiencia disentérica en cada evento,
vertieron tinta, un gran error, en la cánula del gastroscopio,
los médicos patólogos, y me diagnosticaron la enfermedad invectiva,
asociada al reflujo literario, que me bajaba por el esófago y me oxidaba las encías.

Cuando, como un perro cínico con collar, olfateo el olor de la mala moral o el hedor de la egolatría,
no tolero al otro-mundo, víctima de una xenofobia excesiva,
olvido toda forma de juego limpio, me hundo en la niebla del Berserker,
furioso y negro como un zulú obligado a soportar a un afrikaner,
hablo de romaní a sinti, de sinti a gitano, de gitano a rumano, de rumano a romaní…
y no puedo contenerme gritando Hitler Aleikhem Shalom.

Si no te digiero, oiré «hou, hou, hou», como Leónidas en las Termópilas,
identificando a los gusanos que me rodean, de ahí el aumento de mis eosinófilos,
emito ácido clorhídrico en exceso y dejo de desinhibir la bomba de protones
con la desesperación de Mazinger rechazado por la mujer biónica,
escupiendo hectolitros de cianuro en mi cara con la habilidad de Naja nigricollis
y me aburre estar condenado a hacer cualquier cosa.

Comprender el ethos de mi vida necesitada de ataraxia,
el bárbaro se encuentra con el ciudadano en la chôra de la anti-‘poesía’,
todos ustedes, nadie excluido, se verán obligados a aventurarse en grupo
en los laberínticos meandros de mi invectiva.

FIORELLO ME ABURRE

Me duermo frente a la pantalla de papel
culpable de no tener nada nuevo que decir
las letras en mi sangre no fluyen hacia mi aorta
aislado como el padre Ralph de Drogheda en Birds of Bramble,
Me prometo que serán las últimas, estas letras, tipo Jacopo (A) Ortis,
F.r.i.d.a. me espera en el sofá envuelta en su pequeño gris.

Cuando no tengo nada que decir el cursor late a ritmo de blues
cuando escribes a mano, al menos muerdes el capuchón del bolígrafo
aparece, toque a toque, un texto de vana consistencia à la De Signoribus,
te distraes, te levantas, de un lado a otro, con la culpa de un rompehuelgas,
la conciencia de que escribir sobre nada sigue siendo escribir
el equivalente a vivir de la nada es siempre vivir.

Tal vez una oportunidad perdida para seguir haciendo un signo,
o tal vez un fragmento insignificante al estilo de Tomas Tranströmer,
no me conmueven los hechos crónicos, que no sirven para nada
la caja de arena del perro una vez caducada la suscripción anual a l’Atelier,
tal vez, quién sabe, sin darme cuenta, estoy escribiendo una obra maestra
como millones de escritores italianos con sus violines de Ingres.

Hoy me siento anfibio, mitad Rottweiler y mitad Chihuahua,
mitad anfibio, mitad vehículo blindado de asalto en la batalla de Okinawa,
experimentando la sensación profesional de los mercenarios de Mondadori
su locura no me sorprende
ni que se refugien, como pareja, renunciando a sus contratos farisaicos,
para hundirse, junto con el hecho cultural, en el barco de Teseo.

HOTEL ACAPULCO

Mis manos demacradas siguieron escribiendo
convirtiendo en papel cada voz de la muerte,
no dejé testamento,
olvidando cuidar
lo que todos definen como el quehacer normal
de todo ser humano: oficina, hogar, familia,
el ideal, al fin, de una vida normal.

En el lejano futuro de 2026, toda la defensa
de un contrato indefinido,
tachada de desequilibrada,
encerrado en el centro de Milán,
en el Hotel Acapulco, un hotel decrépito,
reclamando la cosecha de sueños marginales,
agotando los ahorros de toda una vida
en revistas y comidas escasas.

Cuando los Carabinieri irrumpieron
en la decrépita habitación del Hotel Acapulco
y encuentren a otro muerto sin testamento,
¿quién contará la historia ordinaria
de un viejo cortavientos desgastado?

NO ENCAJO

No encajo, tengo un trastorno límite de la personalidad
reparto codazos como Greg «El Martillo» Valentín,
si no me aplico nunca podré aspirar al Premio Nobel
un ternero irreductible entre las vacas negras de Hegel.

No encajo, tengo un delirio esquizofrénico
odio al pueblo y mojo mi pluma en arsénico,
canto, fuera del coro, como un mitómano de Factor X
desactivando bombas y lidiando con un detector de metales.

No encajo, tengo una disposición asesina,
deambulo entre los zombis, al estilo del Rey del Pop en Thriller,
volando bajo sobre la costa cito cocientes,
obligado a empaquetar subtítulos para los no usuarios.

No encajo, tengo todo tipo de fobias,
tengo todo tipo de fobias, incluyendo mi amor por el verde, como virtuoso dendrófilo,
incendiando el mundo, difuminando el tiempo con el zoom,
me rindo a la obsolescencia de la consecutio temporum.

LA BALADA DE VILLON

La muerte tiene sus ojos de verano coloreados
baila con el ahorcado, endosa cabezas decapitadas
le cuenta al suicidio sus historias de invierno,
que la lágrima de un suicida puede extinguir el infierno.

La muerte recoge flores de huesos gastados
en cerebros goteantes y cuencas oculares agujereadas,
llora flores de nenúfar en el estómago de los ahogados,
ella, puta, frágil, adiós al celibato.

La muerte se casa con el cadáver quemado,
sigue siendo la única fuerza fuera de la lógica del mercado,
abraza al hipercapitalista, al anarquista, al indiferente,
sin darse cuenta de que no sirve para nada.

Clamamos por la vida, abolimos la muerte,
lo intentaron en masa con el apoyo del arte,
distraídos con ricos homenajes y cotillones,
abolimos la muerte y cantamos Villon.

TODO DETRÁS DE LA TELEVISIÓN

Televisión del terror, televisión del error
aquí las tiendas venden horror patrocinado desde el televisor,
la audiencia sube si un freelance con las neuronas anquilosadas
entrevista a docenas de víctimas de catástrofes en sus coches por la noche,
y si yo fuera el entrevistado, por Dios, llamaría a un policía,
o como mínimo, le daría otra patada en el culo al freelance.

Televisión de lágrimas, televisión de adicción,
utiliza la etiqueta de marca como línea divisoria
entre fragmentos de película, entre retazos de programa,
los romanos en Roma basaban la fuerza de su obligación en el patrocinador,
atribuimos al patrocinador el poder de hacer que gente inhumana decida
dar más valor a un tifón o a una masacre de niños afganos.

La televisión de la muerte, la televisión del dolor,
un estudio que deben evitar los débiles de corazón,
cada noticia de los telediarios es un terrorista
capaz de convertir a Jeffrey Dahmer en Hare Krishna,
el saludo a la isla de Giglio fue una primicia excepcional,
el único defecto de los actores improvisados era que no sabían nadar.

Esta noche, todos los que están detrás de los televisores apagados:
si os ponéis delante de ellos, corréis el riesgo de sufrir un accidente.

BALADA DE LO INEXISTENTE

Podría intentar decirte
con el sonido de mi teclado
cómo Baasima murió de lepra
sin llegar nunca a la frontera
o cómo el armenio Meroujan
bajo un revoloteo de medias lunas
sintió desvanecerse el aire de sus ojos
arrojado a una fosa común;
Charlee, que se mudó a Brisbane
en busca de un mundo mejor,
termina el viaje
en la boca de un caimán,
o Aurelio, llamado Bruna
que, tras ocho meses en el hospital
murió de sida contraído
tras una pelea en una carretera de circunvalación.

Nadie recordará a Yehoudith,
sus labios rojo carmín,
borrados por beber venenos tóxicos
en un campo de exterminio,
ni a Eerikki, con su barba roja,
derrotado por la turbulencia de las olas,
que duerme, arrasado por las orcas,
en el fondo de algún mar;
la cabeza de Sandrine, duquesa
de Borgoña oyó el rumor de la fiesta
al caer de la cuchilla de una guillotina
en una cesta
y Daisuke, samurái moderno,
contó las revoluciones del motor de un avión
gesto kamikaze en un harakiri.

Podría seguir y seguir
en el calor sofocante de una noche de verano
cómo Iris y Anthia, niños espartanos deformes
fueron abandonados,
o cómo Deendayal murió de privaciones
atribuible al único crimen
de vivir la vida de un marginado
sin haberse rebelado nunca;
Ituha, una niña india,
amenazada con un cuchillo,
que acaba bailando con un Manitú
en la antesala de un burdel
y Lutero, nacido en Lancashire
liberado de la profesión de mendigo
y obligado a morir por Su Majestad Británica
en las minas de carbón.

¿Quién recordará a Itzayana
y a su familia masacrados
en un pueblo de las afueras de México
por el ejército de Carranza en retirada,
y qué de Idris, el rebelde africano,
aturdido por los golpes y las quemaduras
mientras indomable por la dominación colonial,
intentó robar un camión de municiones;
Shahdi voló alto en el cielo
por encima de las astas de la Revolución Verde,
aterrizó en Teherán con las alas destrozadas
por un cañonazo,
y Tikhomir, un albañil checheno,
desplomado ante rostros indiferentes
en el tejado del Mausoleo de Lenin,
sin comentarios.

De objetos de la narración
fracturados en fragmentos de inexistencia
que transmiten sonidos lejanos
de resistencia.