Por Aníbal Ricci

Este libro de Rubén González Lefno consta de tres partes, la primera, “Vidas trizadas” será el punto de partida. El autor postula un quiebre en las vidas de personajes anónimos, no debe entenderse como un crash negativo, sino el momento en que el destino parece torcer sus voluntades.

“La vendedora de naranjas” es una niña de diez años, aunque se narra desde la adultez en primera persona. La voz narrativa nos sitúa en su infancia, sus paseos por el pueblo vendiendo naranjas, aunque prefiere acudir a la casa de un niño con alguna deficiencia, las naranjas son objetos de juego y el canasto a veces un camión o un barco. El chico goza con esos inventos, la mente de la niña provoca esos momentos placenteros, esa función especial para obtener una risa inocente. La enfermedad termina con esos encuentros y se cristalizarán como un recuerdo sagrado.

“Almacén de barrio” es desgarrador. Los designios de la pobreza sobre un joven responsable. En otro niño de mejor pasar alcoholizarse con los amigos es un evento pasajero, la resaca la única consecuencia, en cambio, la honradez del humilde es su cualidad más preciada. Fallarle al dueño del almacén será un asunto de vida o muerte.

“El Diome” ha cometido crímenes y ha robado en viviendas del sector alto. A los personajes de estos tres primeros cuentos los define la pobreza, son otros los códigos. La dictadura recrudece esa condición y este ladrón de poca monta asesina por la espalda. Nadie lo respeta y en la cárcel fabricará puñales. Una vida con escasas expectativas y, tarde o temprano, otro maleante tomará su lugar.

“Lejos del placer de los dioses” es un cuento de venganza. Suerte de justicia fuera del marco de la ley, una forma de reparar los daños ocasionados. El niño que escuchaba el discurso de Allende en brazos del padre, ahora le quita la vida al delator de la dictadura. Significó la desaparición de su padre, la dictadura fue especialmente cruel con la gente del mundo sindical.

“Su forma de irse” es un cuento hermoso, lenguaje cadencioso que el autor asume con maestría. El recuerdo de esa mujer inolvidable que un día partió, la historia idílica no debía terminar, pero ella se fugó a otro país. El sexo, la fuerza de las miradas, el compartir momentos que eternizan el instante. El recuerdo quedó latente y en el futuro una amiga le confiesa que ella partió de verdad. El lector presiente que la mujer se quitó la vida para que el recuerdo quedara suspendido, no merecía perderse en el olvido.

“Laberinto” es el opuesto del anterior. El recuerdo de la pérdida, los juegos infantiles, la plaza un mudo testigo del pasado.

En los cinco primeros cuentos, la muerte es el evento que cambia los destinos de los personajes, de manera violenta como en “El Diome”, algo atenuada en “Lejos del placer de los dioses”, la venganza parece traer algo de paz, un cuento contra corriente.

En “Su forma de irse” el suicidio es casi un acto de amor, una manera de preservar ese sentimiento pasado y para el sobreviviente el recuerdo que se niega a olvidar. En “Laberinto” el recuerdo es sinónimo de derrota, cuando el entorno observa los despojos de una vida que ya no vale la pena.

“Camino al cielo” es la historia de una novicia que se enfrenta a la realidad. Su vida es tranquila hasta que un taxista se cruza en su camino. Hacer las compras será una aventura, da la impresión de que el conflicto no sólo transcurre en la mente de la mujer, sino en el cerebro de un hombre. Más que un quiebre existencial, parece una historia sacada del folclore, mito urbano que se aleja un tanto de los cataclismos de los otros relatos.

Una visión menos espiritual, por así denominar a la bajeza, surge de la lectura de los dos cuentos de la segunda parte «Trances académicos». En todo momento, me pareció estar leyendo uno de los pasajes de Así habló Zaratustra (Nietzsche).

¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te desprecian? En “Laudatio” un connotado profesor debe ensalzar públicamente la carrera de su examigo ante lo más granado del mundo académico. Palabras elogiosas que ocultan en la forma el profundo desprecio por el otro.

Tú caminas por encima de ellos: pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envidia. Es un juego de palabras que opera en ambas direcciones, por un lado, el odio parido por el profesor homenajeado o quizás ese profesor: El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.

Resulta revelador el último párrafo del discurso, verdadera sintaxis del emisor que deja traslucir el fondo de su desprecio. Ese desprecio que vemos en “La cuchara de la venganza”, otro relato donde un doctor eminente se burla de las capacidades académicas de una colega. ¿Envidia enfundada, misoginia?

¡Y guárdate de los buenos y justos! (la superioridad moral de la elite académica). Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, -odian al solitario. El doctor critica a la profesora amable, de gran ascendencia entre los alumnos, de alguna manera odia su humildad y tras esa ofensa permanente, en ella se va enquistando la animadversión: la humillación será una forma de venganza, esa humillación oculta por la ignorancia del supuesto iluminado.

Toda esta sección transcurre entre mentes educadas que sin embargo sólo hacen gala de sus miserias como seres humanos. Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia… parece razonable, aunque tras una persona letrada no siempre encontremos una buena persona.

En la primera sección, la pobreza y la muerte definían los destinos de los personajes, en cambio, en «Trances Académicos» estos letrados suponen seres privilegiados, que a través de sus publicaciones podrían vencer a la muerte, aportar a la humanidad, sin embargo, eligen la miseria, no aquella material, sino la miseria del alma.

La tercera parte de este libro «Conflicto, deporte y árbol» da un paso más allá en la percepción de la realidad, precedida por esa doble lectura que nos impuso el autor en la segunda parte, insinuando una pugna latente entre el bien y el mal.

Este tercer asalto, se podría decir más desbordado, en alguna medida son relatos que se internan en lo fantástico. A partir de elementos cotidianos va surgiendo el caos y una lectura siempre apocalíptica de la historia de este país.

“La gran final de los barrios” supone la existencia de reglas de fútbol, una alegoría de las leyes que rigen a la sociedad. El fútbol sería el deporte nacional donde se expresan las emociones de los habitantes, una final de los barrios sería ungir al ganador como el nuevo organismo rector (símil de una elección). A pesar de que se replican partidos de fútbol a distinta escala en cada uno de los barrios (provincias y regiones) algunos transcurren en sitios eriazos sin límites definidos ni balón reglamentario. Parece un cuento lúdico (claramente no lo es) aunque detrás de esta aparente actitud deportiva (democracia) el autor va haciendo una doble lectura.

Por un lado, ante el fragor de la contienda las reglas del fútbol desaparecen y al parecer la democracia corre peligro. Por otro, se trataría de eterno retorno, de una continua lucha entre el bien y el mal, la historia se repite y cada cierto tiempo se modifican las reglas.

Resulta desesperanzador que siempre dejen de importar los partidos y sus reglas, mientras la multitud se deja llevar por la efervescencia. Surge lo irracional, con independencia del resultado, una lucha de unos contra otros. La voz de la pobla, la emisora de radio, llamando a continuar con la trifulca. ¿Bombardeo? El lugar de la emisión… ¿una nueva Moneda?

Al final del cuento, tras una extensa lucha de fuerzas, la reflexión: un país sin memoria no tiene futuro. En medio de la gresca deportiva, los pobladores han dejado de razonar, son los habitantes de Macondo ensimismados con ideas difusas. Las reglas permiten contener el orden institucional y el caos en cambio invoca a la violencia.

Hay que partir por la idea de justicia, no una aparente que tarda cincuenta años, hay que recordar y no dejar que el olvido nos vuelva a enfrentar. Esta historia no implica 100 años de soledades, pero se parece mucho a 50 años de multitud. Una irracional donde no se reconoce al otro: siempre será tu enemigo y matar al enemigo no es asesinato, dice uno desde la vereda de los buenos.

“Esa lluvia” es un trozo de periódico provocando heridas, El Mercurio inoculando mentiras en las zonas más aisladas. Este diario tiene una influencia acotada en tiempos de redes sociales, pero la metáfora es válida. Se puede hacer daño desde los medios de comunicación (donde manda el dinero), pero convengamos que, con la llegada de internet, cualquiera desde su casa premunido de una pensión miserable, puede levantar la voz y encontrar destinatarios. Educar a la población será lo trascendente, para que menos personas se dejen seducir por la algarabía del estadio. La voz de la pobla, ahora convertida en canal digital, podría inocular ideas, un Mercurio desde la otra vereda, pero si la población sabe pensar, cada vez que un ciudadano sufraga, el resto se debe atener a las reglas y la democracia llegará a los mejores acuerdos posibles.

La vida puede ser una alegoría de un partido de fútbol, uno bien jugado con actores profesionales que se subordinan a unas reglas para tomar decisiones. El autor postula que el estallido social se produjo espontáneamente, el personaje es un escritor que sospecha del mercado de los anteojos. Nuevamente subyace la idea de buenos y malos, sospechar del mall y el capital. Saltarse los torniquetes es un símbolo, la quema del tren subterráneo uno mucho más potente. Todo nace por querer borrar el pasado, dejar que el olvido haga su trabajo. La justicia llegó tarde y los desaparecidos todavía no encuentran sepultura. Ese offside invalida la nueva jugada. No sirve inventar reglas que no se hagan cargo de la historia. Al no reparar el daño causado surgirán nuevos estallidos, el partido de fútbol ya no será con una pelota, sino con piedras, barricadas y lacrimógenas.

Estos cuentos de Rubén González Lefno lo sitúan como un espectador lúcido, que con sus libros testimoniales levantan la voz. Sabe perfectamente que no es racional seguir jugando este partido hasta el infinito. La tecnología es mucho más democrática y así como el autor deja clara su postura, así cada habitante de este país puede aportar desde su vereda.

Desde mi punto de vista, entiendo “El árbol de la sabiduría” como una conexión a internet, este abedul es una ventana al conocimiento, por alguna razón el autor escogió un árbol como alegoría. Un árbol tiene raíces que se nutren de la tierra, en ningún caso lo veo como el lugar que ofrece bienes y servicios, como insinúa el cuento. De algún modo, las personas que le cuelgan carteles buscan respuestas, pero no porque exista demanda por las cosas, el árbol las va a proveer sin reparos, todo tiene un límite.

Es claro que desde hace 50 años la publicidad nos induce a consumir bienes, pero el problema siempre ha existido y con internet la publicidad es ahora más selectiva a través de algoritmos matemáticos. Volvemos al tema de la educación, en la medida que tengamos más herramientas podremos elegir mejor y demandaremos aquello que nos beneficie realmente.

No creo que el problema sea el sistema capitalista, sino más bien el nivel de educación a que puedan acceder los habitantes. Este es un cuento muy elaborado, muy logrado e intuye que internet es una plataforma plana que provee datos y a veces conocimiento, si el usuario posee herramientas. Pero en general abunda la información poco digerida, una primera derivada en la jerga matemática.

El escritor desea que esta internet tenga raíces y que dé respuesta a las interrogantes importantes. Sólo de esa manera este árbol va a brindar sabiduría, reconociendo el pasado y las brutalidades de la dictadura, velando porque la justicia realmente permita que las familias que sufrieron la represión por fin se reconcilien con su pasado y vean con esperanza el futuro. El perdón es imposible, sólo la justicia permitirá acceder a ese futuro. En palabras de Mauricio Weibel, la férrea defensa de los derechos humanos será el único camino social para lograr esa anhelada justicia.

Rubén González Lefno nos invita a un mundo más humano, el mundo de los afectos donde los salarios son justos. Habrá que facilitar la existencia de muchos árboles de la sabiduría, peumos, robles, raulíes, donde cada individuo sepa elegir el árbol que brinde la mejor sombra para su familia.

EL ÁRBOL DE LA SABIDURÍA
Autor: Rubén González Lefno
Ediciones Escaparate (julio 2024), 137 páginas