Por Bartolomé Leal

La fortuna puso en mis manos una cinta del español Luis Buñuel que busqué por décadas: Simón del desierto. Película incompleta, un esbozo de 45 minutos. Inacabada por su director. Es de 1965, la última del período mexicano. Nunca exhibida comercialmente. Recrea la historia del mítico Simón el Estilita, un monje sirio del siglo V que se instaló a vivir por casi 40 años arriba de una columna, para rehuir las tentaciones mundanas y hacer penitencia en las condiciones más drásticas. La tradición lo hace el inventor del cilicio, el látigo usado antaño por curas y monjas para purgar sus pecados.

Buñuel, apoyado por el fotógrafo Gabriel Figueroa, maestro de la imagen en blanco y negro, se atuvo a un tenue hilo argumental, centrado en la columna que sostiene al personaje. Hay diálogos con seguidores y devotos (la madre, un enano cabrero, un joven monje), autopuniciones y sacrificios. Sin embargo, es pródigo en el tema de las tentaciones. El Diablo es una mujer, interpretada por Silvia Pinal, actriz de gran fama por entonces. Esto da un toque surrealista al asunto y trabaja un aspecto caro a Buñuel: el sexo como tema central de la ética cristiana, dominio del Demonio. Con audacia para su época, la Pinal exhibe senos, nalgas y muslos para tentar a Simón, se disfraza de niñita, trasviste en Cristo, miente y fantasea, mientras ofrece al asceta “pulpo y ostión”, como dice el joropo.

Buñuel se quejó en entrevistas de las dificultades de la producción, la dureza del clima, lo obsoleto de los elementos técnicos y la falta de extras (inditos mexicanos en lugar de sirios, para peor), más las fallas continuas de la grúa… ¡Hasta el proveedor de comidas se negó a colaborar por falta de pago! Debió filmarla en 18 días. Cabe señalar que los productores mexicanos, amos de una industria bastante próspera, sólo querían a Buñuel haciendo películas comerciales y no les interesaba para nada su original y revolucionaria propuesta cinematográfica.

En fin, lo que quedó fue un divertimento encantador (profusamente premiado en festivales, por lo demás), que es sin duda un notable acompañante de Nazarín (1958) por estilo y temática, donde Buñuel ya había abordado la complejidad, para un cristiano, en la aplicación irrestricta de su doctrina y las incomprensiones que lleva seguir tozudamente la senda enseñada por el nazareno a sus discípulos. La escena final en una discoteca, donde un grupo de adolescentes baila desenfrenadamente, mientras Simón bebe acompañado del Diablo-Silvia Pinal, deja desconcertado. Como que no hay final. Por desgracia, sí lo había. En el guion original venía otra escena en la que el pecador Simón volvía al desierto. En la columna había un cartel publicitario y luego estallaba.

Lo más lamentable es la razón por la cual Simón del desierto quedó así, como mediometraje, sin destino, descontinuado por falta de presupuesto. Buñuel sugirió a su productor Alatriste, un independiente bastante laxo, marido de Silvia Pinal, hacer una película de episodios, lo que era una tendencia por entonces, y que contactara a sus amigos Federico Fellini y Jules Dassin. La idea era genial. A Fellini le encantó la idea y propuso a su mujer Giulietta Massina para co-protagonizar; y Dassin, para no ser menos, a la suya, Melina Mercouri. Ambas estrellas fulgurantes del cine de los años 60. Pero les fue mal. La Pinal reconoció que se opuso, quería ser ella y sólo ella la estrella de la trilogía. Telón a una posible obra maestra colectiva abortada. ¡Buñuel, Fellini y Dassin juntos! Por culpa de las viejas, mano, podría haber dicho Cantinflas…

En la foto: Claudio Brook en el papel de Simón y Silvia Pinal que representa al diablo.