El asombro, de Juan Mihovilovich

Por Patricia Espinosa

Extrañamente, el terremoto de febrero del 2010 ha generado poca narrativa y poesía. El hecho parece, si no haberse naturalizado, por lo menos sí asimilado al estado de tragedia permanente en que se desarrolla nuestra historia nacional y nuestra literatura. 

Un caso particular lo constituye El asombro, de Juan Mihovilovich, una novela alegórica que tiene como centro ese terremoto y, particularmente, la encarnizada lucha que realizan dos desamparados sobrevivientes a la devastación impuesta pro la naturaleza.

Desde una prosa concisa en el tratamiento de lo simbólico, surge una voz omnisciente enfocada en la figura y el discurso del aterrado hombre que protagoniza esta historia.  Sin embargo, el personaje que lo acompaña, su perro labrador, poco a poco va adquiriendo mayor relevancia en el desarrollo de los hechos, al extremo de constituirse en la contracara del hombre.  Si bien la alegoría planteada es simple, no por ello deja de ser valiosa.  En particular, por el procedimiento narrativo que utiliza el autor, sirviéndose del ejemplo cercano a la fábula, donde el animal y el humano, compartiendo incluso el objetivo de sobrevivir a pesar de que todo se oponga a ello.

Mihovilovich jamás pierde de vista el contexto en que se sitúan ambos personajes ni sus preocupaciones prácticas, materiales, permitiendo sólo breves pero significativas irrupciones en su vida interior, estados oníricos o de agitación mental.  Así, el relato carece de desvíos o dispersiones, operando siempre en virtud de la sobrevivencia como columna vertebral del volumen.  Ambos personajes son igualados en su condición de víctimas que deambulan a ciegas por un territorio que les niega cualquier oportunidad y que más bien propicia sus muertes.

La naturaleza es representada como un orden negativo, empeñado en vengarse de esta pareja de citadinos o de todo sobreviviente que la haya ignorado.  Más aún, es la propia racionalidad instrumental la que corre peligro, de lo cual se deriva una severa y sombría reflexión sobre los vínculos del ser humano con el medio ambiente; en particular, enfatizando la indiferencia del hombre, en genérico, con la naturaleza, a la que no ve más que como mero recurso utilitario.  Es en este marco, de usufructo y apatía ante la naturaleza, que la alegoría se robustece, lo que da lugar a la posibilidad de inexistencia de la catástrofe de haber primado una ética ecológica, donde el ser humano se asumiera como parte de una comunidad dialogante con su entorno.

Aun cuando el protagonista hace todo lo posible por continuar viviendo, la narración soterradamente parece apuntar hacia lo inútil de tal proyecto.  Propone que la muerte se constituye como temor porque no se comprende que es “una proyección necesaria de lo vivido.”  Esto, sin embargo, no implica una mirada benigna de la muerte, sino un destino ineludible dadas las condiciones de existencia vigentes, donde el consumo y el mito tecnológico funcionan como epítomes del progreso.

El asombro propone un argumento apocalíptico, con un mensaje claro respecto a la sociedad en que vivimos, la responsabilidad humana y la identificación de signos de la debacle total.  Con un estilo mesurado, sólo dos personajes y una trama austera y segura en su desempeño técnico, Mihovilovich logra construir una novela sobria y profunda.

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En: Las últimas noticias, 4 de  abril de 2014.

Novela: El asombro.

Autor: Juan Mihovilovich

Simplemente Editores. 2013, 103 páginas.