Por Susana Burotto Pinto

He leído atentamente casi toda la producción de este narrador notable. Conozco -creo conocer- gran parte de su mundo creador de ficciones profundas, intensamente sumergidas al interior de la mente y sus recuerdos. Sus espacios más recurrentes están el sur de Punta Arenas y sus alrededores. Pero los otros espacios observados se dan en la región del Maule y todos los pueblos que la contienen, fieles reflejos de sus devenires de un vida profesional y laboral llena de avatares, cambios y logros.

Su última novela publicada transcurre en los últimos espacios mencionados. El lugar, los lugares, que siempre han tomado un lugar protagónico en la narrativa de este autor, aquí se desarrollan y toman un profundo sentido en esta incursión novelesca, en que Curepto, la Trinchera, Los Molles, el río Mataquito, Licantén, las playas paisajes y parajes, callejuelas, pueblos, gente, desfilan en una historia que nos lleva, una vez más, al sentido de la vida, muerte, realidad y sueño de un mundo en que nos movemos a ciegas y en los que debemos entender qué aspectos nos hacen existir y cómo vivimos. Y la infancia, la plenitud de la infancia, a unos pasos de la adolescencia, es el punto narrativo escogido para contar la historia.

¿Cómo viven los dos hermanos, Laura- la hermana difunta que siempre está con ellos- y la niña Clara? En un ambiente que tiene la precariedad del pueblo semirrural, donde aún la naturaleza persiste como base importante de la realidad, confluyen el pasado y el presente, las familias, sus dramas, enfermedades, amores, rivalidades y muertes. Los niños observan, dialogan, recuerdan, en una especie de “coro” donde la voz del “nosotros narramos” nunca se diluye. Como tal, el lenguaje no se esfuerza en parecer coloquial, sino que, al contrario, pone un tono universal a todo lo que se describe, en una suerte de impersonalidad que pone su acento en otros elementos de la narración.

Y esa otra dimensión es la creación de una poderosa irrealidad, donde la magia y la poesía van tan enlazadas todo el tiempo, haciendo que lo narrado se lea en ambas dimensiones: por un lado, lo cronológico, que va trazando su ruta argumentativa; por otro, la contradicción a ese trazado, que hubiera sido lógico en la dimensión campesina de la literatura chilena (Mariano Latorre, Luis Durand y otros) pero que aquí deviene en un contradecir las leyes del tiempo y del fluir esperado de la realidad. No, aquí lo que se está narrando, está siempre tomando ambas rutas, sin contradecir ninguna de ellas. Y en esa fusión está la profunda belleza de esta novela : que todo confluya, que todo viva y se fusione, en una especie de clamor soterrado: la creación tiene derecho a esta fusión de vida, naturaleza, donde el mundo vegetal, animal, orgánico, humano, cultural y social, histórico, tienen sus líneas participativas en lo que se quiere narrar y donde el amor de los caracoles funge como una clave del sentido de vida que atraviesa la narración: en el mundo subterráneo y su ordenamiento está la visión más plena de la existencia.

Está claro que la línea narrativa que tiene un apoyo en la anécdota no puede diluirse sin renunciar a la naturaleza más esencial: contar. Y esta línea se marca nítida en varios personajes narrados individualmente, que, además, aportan con el grosor necesario para extender la historia de los espacios y personajes de los lugares narrados. No obstante, no creo que sean los aspectos esenciales de esta obra, sino que los veo como elementos funcionales a la continuidad de una trama, en uno de cuyos ángulos- el realismo- debe apoyarse con acciones y personajes concretos, algunos de los cuales, sin embargo- profesora Filomena, padre, abuelo, sacerdotes- sostienen también parte de acontecer más cerca de la búsqueda espiritual de los personajes adolescentes.

Enfatizo, entonces, la magia que envuelve la novela y que está dada por las voces del grupo de niños mencionado antes. El rompimiento temporal, los niveles fusionados entre la vida y la muerte, el sentido de la existencia, logran darse de una manera natural, porque los discursos de los personajes dan el cauce a que todo lo que ocurra, explican y describen todo en una vocación casi naturalista.

De esta manera, la aproximación al desenlace, y, sobre todo, al cierre de esta historia, van acentuando, perfilando y dándole sentido a aquello que se ha vislumbrado desde el inicio, cuyo tema, a fin de cuentas, no es otro que el pulso de las vidas y su incesante misterio.

Notabilísima novela.

Novela: El amor de los caracoles.
Simplemente editores, 208 páginas, 2024