Por Ramiro Rivas

Antes de comentar el último libro de Álvaro Bizama (Valparaíso, 1975), Los muertos ( Ediciones B Chile, 2014), debo reconocer que no me interesaba leer sus libros anteriores a causa de ciertos prejuicios infundados.

Esto debido a que había leído muchos de sus artículos en que glorificaba la literatura de los comics –que personalmente no comparto –y que sus crónicas demostraban un fervor adolescente que no se condecía con su edad. Una suerte de síndrome de Peter Pan, como arrastró muchos años Alberto Fuguet después del éxito de Mala Onda. Pero a insinuación de un escritor amigo, me embarqué en la lectura de este tomo de cuentos y reconocí mi error.

  Es bueno dejar en claro que en un libro de cuentos es prácticamente imposible que diez o doce relatos en un tomo mantengan el mismo nivel de excelencia. Corrientemente con la mitad de los textos buenos, un libro va a destacar en cualquier ámbito. Hasta los maestros del género adolecen de esa perfección técnica y de calidad. Salvo excepciones, como Juan Rulfo, García Márquez, Juan Carlos Onetti, Borges o Julio Cortázar, por mencionar sólo algunos nombres latinoamericanos, esta cualidad se da raras veces. Digo esto porque el libro de Bizama roza la perfección. De los once cuentos seleccionados, ninguno desmerece ante los más relevantes. Lo que ya es un mérito a destacar.

Si analizamos y designamos estas narraciones como realistas –que lo son – , pero que constantemente apelan a la destrucción de esa realidad objetiva, para sumergirse en una suerte de caos irracional, en donde la subjetividad versus la exterioridad se contraponen y repelen, conjeturamos que prima más el sueño pesadillesco por sobre el mundo concreto. Estos sugestivos cuentos, originales, dueños de una voz propia y envolvente, siempre van a ir a la par de un realismo subterráneo que le otorga un carácter especial a cada uno de los textos. Bizama ha estructurado este volumen bajo estos preceptos narrativos, manteniendo la unidad del tomo, más que por su temática –la muerte -, por el acento y la desolación de sus personajes.

Los protagonistas de estas historias, son seres degradados, extraviados en sus propios delirios, presos de una angustia propia del hombre contemporáneo. El fatalismo y la soledad se erigen como un mantra irrenunciable. La mirada del autor hacia estos jóvenes, hacia estos adolescentes que no son escuchados por sus padres ni la sociedad, que arrastran un sino de parias en una ciudad hostil, manejada por los adultos, es abrumadora. Relatos de hogares disfuncionales, hijos abandonados a su suerte, sujetos extravagantes, al filo de la paranoia. Un mundo insólito y opresivo, atmósferas ominosas, a punto de explotar. Nada pareciera seguir el orden cotidiano. Siempre habrá un quiebre que rompa la tranquilidad de estos seres desorientados en su propio espacio interior.

La escritura de Bizama es parca, fragmentaria, desnuda de adjetivaciones, de frases cortas, telegráficas, directas. Los relatos son articulados desde el interior de los personajes, a veces como corriente de conciencia, otras por la voz en off de un dialogante próximo que cuenta su drama  al narrador que lo reproduce hábilmente, creando una unidad temática muy lograda. Un ejemplo lo constituye el texto Ciento setenta y dos mil ochocientos segundos, en donde el cruce de voces entre el narrador y la protagonista, “esa mina que se va a morir y se emborracha y pide más vodka puro”, esa chica que se ha “transformado en una leyenda urbana”, está muy bien ensamblado. O el desopilante Patria automática, que desarrolla las aventuras de un antihéroe que fue cercano al libertador Bernardo O´Higgins y peleó por la Independencia de Chile y ahora vive en un campo en Rancagua dedicado a construir un ejército de robots para defender a su amigo al regreso del exilio.

La dieta del orco es quizás el texto con mayor humor en este volumen. Todo a consecuencia de un lenguaje coloquial juvenil y coprolálico que produce incontenibles carcajadas. El cuento se sustenta casi exclusivamente en el lenguaje hilarante y –en menor medida –en el argumento: la desequilabrada labor escritural de un adolescente que trata de homologar la obra monumental de Tolkien, redactando más de cinco mil páginas plenas de fantasía, con el mismo “alfabeto élfico” del maestro, cambiando los “hobbits” por “jabbings” y situando la historia en los bosques del sur chileno.

También hay narraciones tomadas de la realidad, como Pozo, que trata del descuartizado chileno, o el muchacho que explotó con su bicicleta mientras se dirigía a colocar una bomba cerca de un cuartel policial. O la dramática historia de Muchacha nazi, que recrea las obsesiones de una joven criada en un ambiente familiar de adoradores de Adolf Hitler.

La literatura de Álvaro Bizama se diferencia de la de sus contemporáneos –Zambra, Leonart, Ortega, Fernández, Costamagna, Meruane –por su poder imaginativo y la maestría para estructurar sus textos. Sabe atrapar y subyugar al lector por la variedad de voces narrativas que va articulando en cada historia. Los personajes de estos relatos son seres extraños, fuera de lo común. Cada cuento ofrece una nueva sorpresa, un nuevo descubrimiento argumental. Bizama no sólo ha cautivado a sus lectores, sino a una crítica nacional renuente a los cambios y las innovaciones escriturales.

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En Revista Punto Final

 (30-05-2014)