Por René Avilés Fabila

Un crítico señaló que, merced a su conocimiento de música, el cubano había construido sus novelas como grandes sinfonías.

La literatura suele mezclarse con otras artes: la pintura, la música y recientemente el cine. Jorge Semprún ha fusionado las letras con la silenciosa voz de los cuadros (las voces del silencio, según la terminología de André Malraux) que a él le han maravillado. Su novela La segunda muerte de Ramón Mercader arranca describiendo pinturas de Velázquez y Egbert Van der Poel. Los personajes discuten si la Visita de Delft es, según Proust, el cuadro más bello del mundo. Y en un libro más reciente, Veinte años y un día, 2003, Semprún vuelve a utilizar ese recurso: hablar largo de obras plásticas dándoles así un papel dentro de la novela. El soberbio cuadro Judit y Holofernes, de Artemisia Gentileschi es uno de sus ejes. Es evidente el gusto estético del escritor español, en consecuencia, resulta normal que en sus novelas aparezcan no únicamente alusiones sino también análisis de artes plásticas.

Aunque la pintura aparece en muchas obras y no como simple alusión erudita, la música ha poblado miles de páginas. Alejo Carpentier, quien fue un musicólogo afamado y pianista por añadidura, buen pianista, me contó Luis.

Herrera de la Fuente, integró a su literatura música jazzística (como Julio Cortázar, admirador de Thelonius Monk y Charlie Parker) y, sobre todo, música sinfónica. Alejo al dedicarme El siglo de las luces, dijo: René, le voy a poner una musiquita cubana; enseguida escribió la llave de sol y notas sobre un pentagrama dibujado con agilidad. El libro puede ser apreciado en el Museo del Escritor.

Cuando murió Carpentier, un crítico señaló que merced a su conocimiento de música, el literato había construido sus novelas como grandes sinfonías. Su literatura es musical no sólo por las menciones, también porque su prosa tiene un hermoso ritmo que sólo quienes han escuchado sinfonías, obras de cámara o piano, comprenden.

Carpentier escribió muchas páginas ensayísticas sobre música culta y popular, sobre la Pavlova y Alicia Alonso. Pero esa es una forma de ver otras artes y en consecuencia queda de lado. En cambio, por ejemplo, construyó el magnífico relato El acoso siguiendo con rigor el tiempo de la Heroica de Beethoven. Finalmente logró plasmar el asombro que le produjo la música de Igor Stravinsky en La consagración de la primavera.

Carpentier mezcló música y literatura en muchas obras, entre otras en La consagración de la primavera y Concierto barroco. En esta última, se encuentran Vivaldi, Scarlatti y Händel, y se entregan a una frenética competencia de virtuosismo. Alejo recurre a su sentido del humor y fantástica cultura: Vivaldi arremete “en la sinfonía con fabuloso ímpetu, en juego concertante, mientras Doménico Scarlatti —pues era él— se largó a hacer vertiginosas escalas en el clavicémbalo, en tanto que Jorge Federico Händel se entregaba a deslumbrantes variaciones que atropellaban todas las normas del bajo continuo. —‘¡Dale, sajón del carajo!’ —gritaba Antonio. —‘¡Ahora vas a ver, fraile putañero!’ —respondía el otro. Entregado a su prodigiosa inventiva, en tanto que Antonio, sin dejar de mirar las manos de Doménico, que se le dispersaban en arpegios y floreos…”

En algún momento de la broma literario-musical de Carpentier, Händel y Vivaldi polemizan mientras Montezuma se adormila a causa del vino: “—Stravinsky dijo —recordó de repente, pérfido— que habías escrito seiscientas veces el mismo concerto”. -“Acaso —dijo Antonio—, pero nunca compuse una polca de circo para los elefantes de Barnun…”. Interviene Montezuma para afirmar categórico que en México no los hay, pero a cambio existen… Y enumera una larga serie de animales tropicales. La broma, de carácter surrealista, posee mucho del teatro del absurdo. En Concierto barroco, sorprendente obra, músicos y música son escuchados a causa de la cultura de Alejo y su habilidad para manejarlos.

Para convertir La consagración de la primavera en novela, Alejo Carpentier llegó a solicitarle a Stravinsky permiso para utilizar los primeros acordes, los que aparecen a modo de epígrafe. Después pasó a ser literatura en una de las novelas barrocas más inteligentes y cultas de las letras en español, siempre siguiendo la innovadora música de Stranvinsky, sin puntos y apartes, continuando el ritmo vertiginoso de la obra, intercala apenas silencios para darle reposo al lector.

Es posible que nunca antes de Carpentier, la literatura y la música hayan llegado a tal simbiosis y ella produjo un arte genial.

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En:  Excelsior. México.