Por Catalina Mena

“El clasismo atraviesa mi mirada de la cultura porque es demasiado feroz. Desigualdad hay en todos lados, en todos lados hay marginales y poderosos. Pero acá es algo estructural. Somos una sociedad donde mucha gente no solo está fuera del sistema, sino casi fuera del existir”.

“Convertirse en ministra ha sido devastador”, confiesa Claudia Barattini (54) desde su oficina, en pleno Paseo Ahumada. Es un lunes por la tarde y fuera la gente entra y sale del metro, compra, camina apurada y hace trámites. Acarrean bolsas y maletines, pero también cargan con frustraciones y deseos. Son esas demandas las que la Ministra de Cultura quiere escuchar y vehiculizar en su acción. “Lo que tenemos que buscar con las políticas culturales es el empoderamiento del pueblo, para ser más felices, vivir mejor y terminar con esta desigualdad horrorosa”, declara.

“Soy tremendamente trabajólica, pero esto es un desafío mayor”, dice Claudia Barattini. “Este cargo tiene una envergadura que no había imaginado y que excede con creces a cualquier otro trabajo que yo he realizado antes. Cuando creo que estoy dominando al monstruo, descubro una dimensión que todavía no he visto”.

El currículo de Barattini habla de una mujer que se ha movido en ámbitos distintos. Salió al exilio a los 13 años, junto a su familia; vivió en Italia hasta los 23, cuando decidió regresar a Chile y, desde acá, nunca dejó de viajar por el mundo realizando trabajos que exigen ser ejecutiva y nadar como pez en el agua de las relaciones y los acuerdos. Ha hecho gestión cultural y también se ha involucrado en proyectos de desarrollo democrático y social.

Fue directora ejecutiva de la Corporación de Desarrollo de la Mujer La Morada, desde donde fortaleció las organizaciones sociales de mujeres. Paralelamente, fue asesora de la Red Latinoamericana de Productores Independientes de Arte. Luego, en el primer gobierno de Bachelet, fue agregada cultural en Italia y allí consiguió varios acuerdos entre Chile y Europa, pero su logro histórico fue conseguir que Chile tuviera su propio pabellón en la Bienal de Venecia. Y, últimamente, antes de ser nombrada ministra, se estaba desempeñando como directora de Asuntos Internacionales de Teatro a Mil.

LO QUE QUIERE LA GENTE

Son 25 las medidas del programa cultural que Bachelet le encomendó y están publicadas en el sitio web del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA). De ellas, tres tenían que echarse andar dentro de los primeros 100 días del gobierno. La primera, y la más importante, es enviar al congreso el proyecto de ley que crea el Ministerio de la Cultura, las Artes y el Patrimonio, el que fue presentado durante el gobierno anterior, pero tuvo críticas de diversos actores culturales que acusaron falta de participación en su diseño. Lo que la ley propone es reemplazar lo que hoy es el CNCA por un ministerio, bajo cuyo alero estará la Dibam (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos). También incorpora políticas específicas, referidas a protección del patrimonio, acceso democrático a los bienes culturales y expresión de los intereses de pueblos originarios.

Poner la oreja: esa es la consigna con que Barattini quiere marcar su estilo de gestión. Desde que asumió ha realizado varias consultas nacionales antes de cerrar la propuesta de ley que crea el Ministerio de la Cultura. Hasta ahora, se realizó una consulta ciudadana nacional recogiendo opiniones sobre los distintos tópicos contemplados en el proyecto. También los nueve pueblos originarios reconocidos en el país están opinando sobre el proyecto de ley, en la primera consulta a nivel nacional que el país realiza a los grupos indígenas.

“Encuentro imposible imaginar que uno puede implementar medidas culturales sin que opine la sociedad civil. El protagonismo lo tiene la sociedad, son ellos los que producen cultura y a nosotros nos toca recoger eso, ordenarlo, aportar financiamiento, pensar en cómo desarrollarlo estratégicamente. Aquí, lo más importante es escuchar. ¿Desde dónde una autoridad cultural puede arrogarse el derecho a decretar qué es lo que quiere la gente?”.

¿Qué es lo más difícil de ser ministra?

Lo que más me cuesta es la exposición pública. Si fuera por mí estaría todo el día encerrada trabajando con mi equipo, porque hay demasiado que hacer, pero dar entrevistas y estar expuesta a los medios es inevitable.

Cuando recién la designaron como ministra se dio a conocer que debía el crédito fiscal con el que estudió. ¿Cómo lo enfrentó?

Fue duro, lo pasé mal y ahí me di cuenta de que estaba expuesta a ser revisada completamente. Además, coincidió con un momento complicado: cuando apareció esa noticia me estaban operando de un desprendimiento de retina, entonces estaba especialmente vulnerable. Pero reparé mi error, simplemente pagando el crédito.

¿Por qué no la había pagado antes? ¿Se le olvidó?

No me olvidé. En un momento repacté y pagué una parte. Dejé de pagar cuando tuve que asumir otros gastos por temas personales. Pero desde el primer momento de mi nominación como ministra fue mi intención aclarar esa deuda. Hoy está saldada en cuotas porque mis prioridades de gastos no me permiten hacerlo de otra forma.

No eres un “rostro”, como lo fueron los últimos ministros culturales, de manera que no tenías experiencia mediática.

Creo que la Presidenta esta vez buscó otro perfil. Más que un personaje buscó a una persona que tuviera experiencia en gerencia de proyectos culturales.

“En esto hablo a título personal: creo que las mujeres tienen pleno derecho a decidir si llevar a cabo un embarazo o interrumpirlo. El aborto es complejo para quien lo viva, no es nunca una buena noticia, pero creo que lo peor es un embarazo no deseado y el Estado no puede obligar a una mujer a ser madre si ella no quiere”.

Tampoco los agregados culturales de ahora son rostros. Antes eran actores, escritores, etc.

Creo que antes se privilegiaba una idea de representación del país en el extranjero, que el agregado fuera una figura importante de la cultura chilena, que entregara una imagen fuerte. Ahora es distinto. Ya no se trata tanto de representar, como de hacer gestión. Cambió el rol de los agregados culturales porque el foco está puesto en que la producción cultural chilena realmente ingrese al circuito internacional y a espacios relevantes. Para eso hay que conocer los circuitos, hacer mucha gestión y lograr ingresar.

Desde distintos sectores culturales se cuestiona el hecho de que los actuales agregados sean cercanos a usted, incluso amigos, como Javiera Parada y Antonio Arévalo. ¿Qué responde a eso?

Algunos son muy cercanos, a otros no los conozco. Pero lo importante es entender que los agregados culturales los nombra la Presidenta de la República, no la ministra de Cultura. Y, por otro lado, ellos no dependen del Consejo de la Cultura, sino de la Cancillería.

¿Usted no le hace una propuesta de nombres?

La Presidenta los designa, escuchando mi opinión y la del canciller. Pero, más allá de eso, me parece que los comentarios son mezquinos y que las nominaciones son estupendas. Lo que destaco más es que se reconoció a algunos chilenos que viven fuera del país, lo que es una novedad absoluta respecto de las nominaciones anteriores. Son personas que han hecho grandes aportes a la difusión de la cultura chilena fuera y que, hasta ahora, no eran visibles. Y es gente que deberíamos usar mucho más, porque ya tiene redes en esos lugares, conocen el trabajo y tienen un trecho avanzado. Es el caso, por ejemplo, de Antonio Arévalo, quien, en la práctica, ha sido un verdadero agregado cultural de Chile en Italia, aunque no tuviera el cargo oficial. Y ahora se lo reconoce. Lo mismo la María Paz Santibáñez en Francia. Encuentro muy importante que el país vea a los chilenos que están fuera. Ahora que van a empezar a votar, eso va a ser más visible. Somos un país de diáspora y es bueno que nos enteremos de eso.

FEMINISTA Y RETORNADA

¿Qué es lo que más le chocó cuando, en el 83, retornó después de tantos años fuera?

El impacto de llegar de Italia, a una dictadura, fue impresionante. Como retornada yo vivía en una especie de clandestinidad, casi no podía decir que mis papás eran exiliados. Tengo un recuerdo bastante traumático.

¿Y por qué volvió?

Tenía una deuda con mi origen. Todo el rato. Yo soy la típica exiliada. Cuando tú te vas a vivir afuera por opción propia es distinto, pero cuando te vas exiliada vives dentro de una comunidad que está muy marcada por el trauma de haber dejado Chile sin quererlo y pasan pendientes de lo que está pasando en el país de origen… Se genera una cosa muy desarraigada, uno queda un poco en un limbo. Yo viví así y eso es una condición existencial, que te acompaña para toda la vida. Uno es de todas partes y de ninguna.

¿Y qué otros shocks tuvo al llegar?

El conservadurismo, el clasismo me impactaron.

¿Y todavía le pasa?

No, ya estoy acostumbrada. Pero al comienzo me costó mucho. Después conecté con una parte de Chile que es maravillosa. Veía una vitalidad, una energía para cambiar las cosas, me impresionó la escena del arte en dictadura. Había un deseo muy potente. Yo conecté con eso.

La desigualdad, ¿atraviesa su mirada de la cultura?

Me atraviesa por todos lados. Porque es demasiado feroz. Desigualdad hay en todos lados, en todos lados hay pobres y ricos, marginales y poderosos. Pero acá es algo estructural. Es una sociedad donde mucha gente no solo está fuera del sistema, sino casi fuera del existir. Eso me pareció siempre muy fuerte, no solo mirando a los excluidos, sino también a los poderosos, que reproducen una fronda aristocrática eternizada en el poder. Eso me chocó.

Cuando llegó venía del Partido Comunista italiano, ingresó al de acá pero después abandonó. ¿Por qué?

Porque no estaba de acuerdo en su línea política. Venía de la izquierda italiana, que era mucho más libertaria. Encontraba muy autoritario y militarista al Partido Comunista chileno. Por mucho tiempo fui crítica pero me costó irme. Hasta que en el 87 tomé la decisión de abandonarlo.

 

¿No le gusta que la asocien al comunismo?

Me da lo mismo, pero me siento totalmente independiente.

No se casó ni tuvo hijos. ¿Por qué?

Tuve parejas diversas, aunque nunca me casé, y muchas veces estuve en la situación de pensar en tener un hijo pero elegí no hacerlo, en cada una de esas oportunidades. Fue así de simple. No es que un día me haya levantado en la mañana y haya dicho: “No quiero tener hijos”. Al igual que una mujer que decide conscientemente tener un hijo, yo decidí que no.

¿Y está contenta ahora con su decisión?

Totalmente.

¿Tiene que ver eso con su pensamiento feminista?

Me hice feminista de adolescente en Italia. Eran los años setenta, un momento muy potente, que coincide con la legalización del aborto. Y sí. El feminismo me dio la libertad de pensarme fuera de ciertos mandatos culturales, me fortaleció y me hizo legitimar otras opciones de vida, como la de no tener hijos. Creo que son pocas las mujeres que no han tenido hijos porque optaron racionalmente por eso. Encuentro maravilloso tener hijos, pero me encanta pensar la maternidad como una opción personal.

Si la maternidad es una opción, ¿quiere decir que está de acuerdo con el aborto?

En esto hablo a título personal. Más allá de las situaciones puntuales en las que el gobierno propone despenalizarlo, yo, personalmente, creo que las mujeres tienen pleno derecho a decidir si llevar a cabo un embarazo o interrumpirlo. El aborto es complejo para quien lo viva, no es nunca una buena noticia, pero creo que lo peor es un embarazo no deseado y el Estado no puede obligar a una mujer a ser madre si ella no quiere. Obviamente, lo primero es que haya políticas de prevención del embarazo, pero sabemos que en efecto las mujeres llegan a un embarazo no deseado. Y, ante esa realidad, lo lógico es reglamentar el aborto, que se produzca en determinadas condiciones, con protocolos, plazos, regulaciones, como se ha hecho en casi todos los países.

Pero, más allá de las regulaciones, los detractores del aborto argumentan desde la bioética, es decir, que se oponen porque sostienen que es eliminar una vida. ¿Cómo lo ves tú?

Creo que lo que te he dicho es suficientemente claro. Lo que estoy afirmando es que para mí el derecho de la mujer a elegir si tener o no un hijo es un valor prioritario, siempre que se haga dentro de ciertas condiciones que la ley debe establecer.

LA DIVERSIDAD

¿Cuál es para ti la clave para mejorar la política de distribución y acceso a los bienes culturales?

La clave es que no podemos dejar al mercado la distribución de los bienes culturales. Tenemos que garantizar que los bienes culturales circulen y lleguen a la mayor cantidad de gente posible. Esto tiene muchas aristas. Por un lado hay que trabajar en el acceso democrático a la experiencia creativa y en esa línea están los 15 centros culturales para niños y jóvenes que se van a crear a lo largo del país. Por otro, hay que trabajar en difusión de los productos artísticos, inyectar mayores recursos a proyectos de gestión y también a lugares de exhibición.

Una de las críticas que se ha hecho a los Fondos Cultura , además de lo engorroso y eterno que es el formulario de postulación, es, precisamente, que invierte mucho en creación de obras que no llegan a las audiencias.

Este año se va a simplificar mucho el formulario, que es algo importante técnicamente. Pero, por cierto, el problema más grave es que una parte importante de la producción que el Estado financia no se distribuye adecuadamente. Falta fortalecer la distribución, las audiencias y el acceso a la gente. Y, en ese sentido, una de las medidas importantes es asignar fondos de mediación; es decir, aumentar el financiamiento de proyectos de gestión y difusión.

El acceso a la cultura, en el discurso de Bachelet, se asocia al objetivo de disminuir la desigualdad y pasa también por la reforma educacional. ¿De qué manera su Ministerio participa en la reforma?

Obviamente no solo se trata de aumentar la cantidad de gente que puede ver un espectáculo o una exhibición, sino de adelantar la experiencia creativa y el contacto con las artes. El gran desafío es reponer la educación de arte en los currículos de las escuelas públicas chilenas, porque en los colegios privados sigue existiendo, pero en los públicos se ha retirado. En eso estamos trabajando directamente con el Ministerio de Educación. Pero hay que entender que, en este minuto, la reforma educacional está concentrada en temas de institucionalidad y financiamiento, todavía no se está discutiendo en detalle el currículo y los contenidos.

También uno se pregunta qué contenidos culturales se van a potenciar en la escuela pública. ¿Habrá un énfasis en la consolidación de cierta identidad chilena?

No creo en una idea de identidad chilena, ya no se trata de buscar qué es lo chileno, sino de promover la manifestación de identidades múltiples y diversas. Si he puesto énfasis en los temas de los pueblos originarios no es para sentar una identidad, sino más bien para señalar la importancia de que Chile se conciba como un país diverso. Somos un país que ha vivido mal su diversidad, es un tema pendiente. Somos un país desigual, con muchos niveles de discriminación y eso está estrechamente ligado a la negación de ciertos sectores, a la imposición de una identidad que niega a otras. Es importante entender la diversidad como un elemento de riqueza y no de conflicto.

*

Fotografía: Rodrigo Chodil

***

En: Revista Paula. Sábado 21 de junio de 2014.