Por Valeria Zurano

 El Cofre fue publicado por primera vez en 1987, luego de veinticinco años de esa primera edición, la novela de la escritora chilena Eugenia Prado Bassi, vuelve a ser reeditada para recordarnos de qué se trata una novela experimental.  Experimental debido a que indaga y polemiza ciertos aspectos estilísticos actuales. 

La característica predominante es la fragmentación temática, es decir, no hay una línea argumentativa central, sino que mediante el desarrollo de varias voces enunciativas entrecruzadas y superpuestas, se construye una diversidad discursiva, tal como suele observarse en una comunidad lingüística determinada.  El proyecto estético de El Cofre trasciende la finalidad argumentativa y, por eso mismo, genera un cruce de enunciados discursivos donde confluyen temas, estructuras, estilo y funciones. Estaríamos ante lo que podríamos llamar una multiplicidad de líneas argumentativas, que se manifiestan en distintos niveles e intensidades.  Por este motivo, dicha obra se inscribe en lo que se conoce como narrativa de quiebre en la literatura contemporánea latinoamericana, ya sea por las temáticas que aborda, ya por la forma o el tratamiento lingüístico que desarrolla.  

Eugenia Prado Bassi deja de lado las estructuras narrativas tradicionales, se apropia, juega con el lenguaje, lo deconstruye (en términos de Jacques Derrida). Y es bajo estas circunstancias, donde emerge un decir íntimo y paradójico que abre la posibilidad a infinitas lecturas e interpretaciones.  A este proyecto literario se incorporan diferentes tramas e historias inmersas en atmósferas de violencia, hipocresía, desolación y paroxismo. Es en este punto de intersección, surgido como espacio de expresividad, donde se visualiza el logrado enlace entre lo que se está contando y la forma utilizada, el texto se contagia en su ritmo del vértigo y del sentido, logrando un tono de confidencia y catarsis.

En el relato la enunciación polifónica se manifiesta en citas, epígrafes, poemas, diálogos, títulos, capítulos, mediante los cuales se materializa lo que Julia Kristeva llama intertextualidad, quedando en evidencia que la escritura funciona como un entretejido de enunciados propios y ajenos, sociales e individuales, simbólicos y culturales, sincrónicos y diacrónicos. Cada una de esas voces conformará una trama, una realidad psicológica particular, una ideología, una mirada que describe su acontecer.  Cuando se enuncia hay ambigüedad, porque finalmente la palabra no es espacio de justificación, sino espacio de cambio y controversia.  Mediante el siguiente epígrafe: “Por lo que el lenguaje es un equívoco, en la situación de los bordes”, la obra se abre, dando una indicación para los y las lectoras.

En cuanto a lo estructural, la ausencia de conectores o la inversión del orden sintáctico se contraponen a una cuidada organización, que dan forma en su totalidad a la novela.  Sin embargo, esa organización estructural no puede sobreponerse al anarquismo lingüístico expresado por las voces narrativas.  Es el caos que ejerce la contienda misma del poder de la palabra sobre el enunciador, esa zona de peligro donde la palabra es imagen y poesía: “torpe navío pesado sobre las ondas olas de la espera, tuya o nuestra, naufragarse en un suspiro” (16).  El Cofre tiene la característica vital de la narrativa de estos tiempos; esa hibridez en la que el fenómeno de combinación es simultáneamente deseo de experimentación y necesidad de abarcar una realidad lingüística compleja.

Para Cortázar, la novela era una fuente de transformación, él mismo la comparó con un monstruo que mezcla heterogeneidades.  La novela como una gran boca que todo lo engulle: diálogo, poesía, testimonio, relato, formatos digitales, imágenes.  

 En El Cofre, fragmentación y diversidad se apropian de las siguientes temáticas: la palabra como espacio liberador y paradoja afirmada en la sentencia, la presencia del cuerpo en el lenguaje exigiendo el despojamiento de la corporeidad, cuerpo y lenguaje oprimidos por el poder y las manipulaciones de los sistemas modernos, la vida de los individuos y del planeta mediatizadas por las tecnologías, la ciencia en pos de los réditos económicos y las maniobras biogenéticas, el Estado como órgano coercitivo sobre los ciudadanos.   En la obra, el concepto “Patria” funciona como sinónimo de identidad, por eso mismo reviste la condición de cuerpo, un cuerpo que debería contener pero que al encontrarse fragmentado, enfermo, corrompido; no puede y fracasa.  Tanto la patria como el cuerpo personal están impedidos, han sido violentados. Sin embargo, en la patria, paradójicamente, se plantea la salvación y el resarcimiento: “Imperfecta, referida a esa patria dolorida de abusos, / bastaría que dejase marginado testimonio” (41). 

Siguiendo con el eje temático, se distingue una voz que prevalece, una primera persona que narra, dialoga y poetiza, en un tono confidencial, describiendo ciertas experiencias afectivas. Una voz controvertida que dialoga con la figura paterna y el poder patriarcal, con un idealismo amoroso inalcanzable, con un nosotros político en el cansado territorio de una Nación, con otra mujer que podría interpretarse como el doble antagónico de esta misma voz, que ha sido condenada a no nombrarse.  

Estos vínculos complejos y desencontrados, plasman un escenario de relaciones humanas inconexas, que los definen y les confieren traumatismo.  Las voces narrativas no sólo plantean una estética novedosa, sino que alcanzan una tensión al abismarse en ellas mismas, ninguna puede escapar a la tentación del desdoblamiento, al ocultamiento en las máscaras del decir; constantemente la obra recuerda que cuando se dice también se omite. En los diferentes niveles narrativos, los vínculos (todos ellos amorosos, carnales, intensos), están atrapados en construcciones preestablecidas por una sociedad autoritaria y consumista.  Son vínculos que no pueden crecer ni expandirse, sino que se cierran sobre sí mismos hasta el sofocamiento. En El Cofre no existen las libertades, pero sí prevalece la resistencia. Hay una mirada trágica que no llega al abatimiento. Una mirada más bien consciente y crítica, enclavada dentro de los dispositivos complejos de esa realidad. 

 Sobre el final, la obra construye un tiempo de resistencia; aparecen instigaciones a la rebelión, a la sublevación, se exige un respiro que diga basta, un grito clama por detener esa maquinaria aplastante que pone en riesgo la dignidad humana: “Vivíamos la furia antes del estallido final, una furia queriendo salir” (125).  El Cofre es un espacio microscópico que se encuentra dentro de un sistema, un dispositivo de denuncia resistiendo en el tejido social del cuerpo. Comparable con un círculo imposible pero extremadamente real; un espacio enmarañado, colmado de paredes, voces, seres que perviven: “Libertida, recorrerse como una pieza más de las tantas, criatura tramada del deseo de voces ocultas en un cofre”. (22)

Eugenia Prado Bassi aborda en esta novela una propuesta escritural independiente, donde se abandonan los trazos de lo conocido en la narrativa, para crear un texto de reflexión metalingüística.  Una reflexión que se instala en el discurso de los bordes, donde podría escribirse una verdad; aquella que aboga por el arte literario, cuando dice que la trilogía cuerpo-deseo-palabra es una sola vertiente. 

 

FICHA BIBLIOGRÁFICA

Título: El Cofre

Autor: Eugenia Prado Bassi

Ciudad: Santiago de Chile.

Editorial: Ceibo Ediciones

Año: 2012

Número de páginas: 125