“Habría de abrir’, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2023, 108 páginas

Por Alejandro Méndez Casariego

Si un anhelo nos acompaña a aquellos que escribimos, especialmente a quienes escribimos poesía, es aquel de que la palabra resulte suficiente. Que ese hilvanado de vocablos al que intentamos dar belleza y alguna clase de sentido, se levante ante quienes le dimos forma y nos muestre, finalmente, un trabajo terminado, completo, eficaz en su intento de mostrar fuera de nosotros aquello que larvado, incipiente, demandaba un brote, una mutación hacia el mensaje, hacia la obra pulida y sonora. Su segundo momento vital, su manifestación. Tal vez todo el secreto de nuestro oficio se resuma en este proceso en que presenciamos la irrupción de ese artefacto virtuoso, separado ya de lo que era sólo caos y anticipación.

Esto, que puede parecer un comentario general, no lo es, o lo es sólo parcialmente. Porque en general ocurre que las reflexiones generales son disparadas y justificadas por eventos particulares. De lo particular a lo general, decía alguien que tuvo mucho que ver con mi formación, tomando el concepto de una premisa básica del método inductivo. No es, por lo tanto, insólito que la lectura de Habría de abrir haya -de haber- precipitado este tipo de conclusión. Aquí debo hacer una digresión que, a esta altura de mis ya añosas lecturas de Rolando, me parece imprescindible: ubicar cronológicamente su obra no es un proceso sencillo. Quiero decir con esto que lo último publicado en papel, no necesariamente está escrito recientemente.

En el caso de Habría de abrir, podemos verificar en los créditos que hubo una versión electrónica del año 2010. Es decir, de hace trece años. Sigamos: su libro anterior, Viene junto con, tiene fecha de publicación en papel en el mismo año 2023, pero hubo tres versiones electrónicas de esta obra: 2010, 2013 y 2019. Cada una con correcciones, modificaciones, agregados, etc. Lo mismo ocurre en libros y compilaciones anteriores: si el poema merece ser reformulado, lo será sin el menor reparo. Esta digresión no fue caprichosa. Les pido que luego de leerla, vuelvan al primer párrafo, porque en mi opinión, es allí donde esta permanente “resurrección” de los poemas cobra sentido. Es decir: el artefacto, la obra pulida y sonora, eficaz y virtuosa, nunca estará del todo terminada. Así es como creo que Rolando concibe este oficio. Y aunque en general me resisto a las citas, se impone aquí esta maravillosa de Alberto Girri: Los poemas no se terminan, se abandonan. Pero resulta que, en el caso de Rolando, este abandono nunca es definitivo.

Lo que sí es definitivo y permanente, es la obsesión, casi diría la manía -utilizo esta expresión con precaución, porque temo que el Revagliatti psicólogo objete la corrección de su uso en este caso– de Rolando por el pulido, el impiadoso esmerilado de todo sobrante, de toda farragosidad innecesaria. En su trabajo exhaustivo con el lenguaje, que siempre fue un elemento destacado de su poesía, su preocupación por no decir de más es la constante. A lo que le agregaría el cuidado de no caer en la obviedad, salvo cuando esta es utilizada deliberadamente, como recurso específico y siempre con doble filo. Dos recursos que apuntan en la misma dirección: que nada sea exactamente lo que parece.

Ambos elementos clave de su escritura, están expresados en este poema, en mi opinión uno de los más significativos de este poemario.

La luz que sobra
la retiro
de inmediato

No incurriré
en negligencia
nunca más.

Y es significativo porque no creo que aparezca por casualidad en el corazón del libro. Tengo la impresión de que obedece a la necesidad que tenemos los poetas, en ciertos momentos y condiciones, de explicarnos, de romper algunos sellos, de mandar un mensaje sin destinatario específico. La poética que encierra este breve poema es contundente y escueta, pero sobre todo es reveladora.

No voy a detenerme aquí en aquellos aspectos del método poético de Rolando sobre los cuales hablé con bastante detalle en la reseña que hice no hace mucho de su libro Viene junto con. Me remito, para esos temas, a ella, porque creo que es válida para aproximarse a su modalidad de decir en términos generales, sobre todo sus trabajos de estos últimos años. De hecho, aproveché aquella reseña para desarrollar una opinión sobre la cual vengo reflexionando hace tiempo, y creo que de alguna manera abarca su ya extensa obra poética en los aspectos que me resultan más destacables.

Prefiero reflexionar en este comentario sobre aquello que el poema citado alumbra específicamente -siempre con cuidado de no hacerlo en exceso, respetando su propia advertencia- y que se hace presente, de distintas formas, y en distintos momentos, en este libro. Porque encuentro en este conjunto de textos que dan cuerpo a Habría de abrir una innegable recurrencia de ciertos tópicos que merodean una intención, velada pero innegable, de definir algunas cosas.

Para dar un ejemplo, un poco más adelante, unos versos dirán “Mal lo explico/ Así que mejor/ no lo explico”. Y allí vuelve a mostrar esta intención, regresa sobre una de las premisas más permanentes de su poética: no explicar, pero dar las pistas para que pueda descubrirse, utilizar un ingenioso juego del lenguaje para hacer comprensible o por lo menos descifrable, lo que en apariencia se oculta. No habrá, en estos textos, ningún intento por resolver las cosas, dar por hechos las causas y motivos, por cerrado el trámite. Pero permite, a través de sus senderos abiertos, que se pueda saber. En todo caso, la tomada de partido, la soslayada opinión será inducida a través de mecanismos y recursos que el autor que nos ocupa maneja con gran destreza: la contradicción, el absurdo, el retruécano, los malabarismos del lenguaje.

En alguna medida, podría decirse que, más que recurso, esta tensión de los límites del lenguaje, este forzamiento extremo de los significados constituye, casi siempre, una especie de manifiesto de cómo Rolando se para frente al hacer poético. Más particularmente, frente a su hacer poético. Por eso nos dice más adelante:

Sucede
lo que me sucede

y al exceso
a hurtadillas

lo apuñala la resignación.

He aquí, en los pliegues de un decir que, si no estamos atentos, parece payanear con el lenguaje, la desoladora y certera convicción del porqué y el cómo de la cosa dicha, del poema. Otra forma de decirlo, en este caso de mi absoluta cosecha, pero conjeturando sobre su forma de pensarlo: a lo que yo digo, para que cumpla su objetivo, tengo que decirlo así. Esta temática me demanda esta forma; cierro donde siento que el poema se cierra. Tal vez a la ansiedad por saber le sirva una mayor explicación, pero en lo que se refiere a mí, poeta, las palabras se terminan aquí. Puedo agregar, esta vez de mi cosecha: sólo deteniéndose en el momento justo puede un poema revelar, porque es lo que intuimos que falta lo que nos hace buscar, y es en esa búsqueda donde se completa el fenómeno único del poema, su forma circular, dialéctica, de desplazarse y existir.

De cada uno de los textos que vienen a continuación, uno podría elegir un remate para este planteo. Puede, incluso, decirse, que todos los poemas que forman este libro son un remate, un cierre, una conclusión. Para mí elijo este, porque además acompaña mi idea y mi planteo. Dice:

No es
aunque lo parece
(lo admito)
de arena

el tipo de granito
que aporto.

Creo que hay aquí, en esto que parece un hábil juego de palabras o un guiño irónico a la supuesta irrelevancia de la escritura; hay, digo, en estas seis breves líneas, una formidable concentración de sentido. Puede, por ejemplo, pensarse que habla de lo limitado que es el aporte que podemos hacer, como individuos o como poetas, a la trascendencia general. Pero en el mismo acto, luego de aceptar la engañosa apariencia, reivindica ese aporte, lo diferencia: no es de arena. Hay otra cosa allí, y debe ser tenida en cuenta. Lo que hacemos, aunque sea un granito, es de otro elemento, y ese elemento pesa en nosotros, y ese granito pretende pesar en otros. De eso otro que no es arena, de ese granito de algo que se aporta en el hacer del poeta, oculto, sesgado, pero a veces tan expuesto que no le prestamos atención, de esa suma que humana o literariamente agregamos a este fenómeno de ser y movernos en la existencia y dejar, de la manera que mejor sabemos, una muesca en la madera. De eso se trata.