Por Josefina Muñoz Valenzuela
Durante quince años 865 cartas construyeron y relataron el amor apasionado y profundo entre Albert Camus (1913-1960), escritor, premio Nobel de Literatura 1957 y María Casares (1922-1996), destacada actriz. Esas cartas borran los extensos periodos de separación entre ambos, de ruptura y regreso, en realidad de poca concreción y mucho más anhelos e imaginación, creando un continuum de conversación vital, que parece ser lo fundamental en tanto pensamientos y valores compartidos. El lenguaje les estructura una vida juntos, que se sostiene por la pasión profunda y esas palabras deleitosas que paladean de ida y vuelta y llegan a vivir esos amores que a veces parecieran no existir, capaces de desafiar, incluso, la muerte.
Me pregunto si lectores jóvenes hoy leerían un libro de cartas de amor que suman más de 1000 páginas. Quizás por WhatsApp vuelan breves palabras de amor como nuevas cartas. El género epistolar ha tenido siempre lectores interesados y, por otra parte, las cartas permiten conocer etapas y cambios históricos y culturales como fuentes confiables. Posiblemente, lectores mayores están familiarizados no solo con la lectura y la práctica del género epistolar desde las cartas familiares, pero también con cartas de personas de la cultura, la ciencia, la literatura, las artes, soldados en guerra, etc. Buceando en Internet descubro con sorpresa un concurso en España de cartas de amor, en euskera y castellano, abierto hasta el 18 de diciembre de este año.
María era hija de Santiago Casares, primer ministro de la República española bajo la presidencia de Manuel Azaña, quien debió partir en 1936 con su familia al exilio en Francia, cuando ella tenía 14 años. En ese país se conocieron con Camus en 1944, cuando ya era actriz destacada de teatro y cine, y su presencia de atracción indescriptible era frecuente en imperdibles películas del cine francés, con grandes actores del momento y directores como Cocteau y Carné. Varias de las películas en que participó están en YouTube y verlas será una experiencia única e inolvidable (Orfeo, Los niños de Paraíso…).
Albert Camus es uno de los más interesantes escritores de la segunda mitad del siglo XX, fundamental al menos para la Generación de los 60 (El extranjero, La peste, El mito de Sísifo, El hombre rebelde, La caída, Calígula, El revés y el derecho…) y se relee con plena actualidad, porque sus visiones de mundo han alimentado e iluminado las nuestras y continuarán haciéndolo en tanto interpelan la condición humana en lo profundo, más allá de las circunstancias espacio temporales.
Es posible pensar que las cartas en general y quizás, especialmente, las de amor, son un género en extinción, pero para quienes las palabras continuarán siendo valiosas, en un regalo que permite ver cómo construimos las relaciones más profundamente humanas a través del lenguaje y, como afirmó Beckett, “las palabras son lo único que tenemos”. Así, lo primero es decir que estas mil y tantas páginas se deslizan con una fluidez que permite conocer las vidas de ambos en un estar juntos que tuvo escasa concreción -a menudo están en ciudades distintas- pero que podemos apreciar como la convivencia de dos personas que se aman profundamente. En ocasiones, parece que asistimos a una puesta en escena de la vida ‘real’ de una pareja durante más de doce años, donde la magia del escenario permite verlos juntos, estando en ciudades diferentes.
Si bien la relación entre ambos se inició en junio de 1944, se interrumpió en octubre, al reunirse Camus con Francine, su mujer, separados entonces por temas de la guerra. Se reinició en 1948, rompiéndose solo con la muerte de Camus en 1960, en un accidente automovilístico. La edición de las cartas está prologada por la hija de Camus, Catherine. Sin duda, es un privilegio acceder a esta relación de más de una década de profundo amor, en la que solo el contarse la vida cotidiana en cartas creó un espacio común capaz de transformar una realidad en que la mayoría del tiempo estaban físicamente separados y en ciudades distintas.
Decididos ambos a estar juntos, la tuberculosis de Camus requería buscar climas mejores de manera permanente, así como sus giras literarias lo obligaban a moverse por el país. En el caso de María, el trabajo teatral y cinematográfico también implicaba giras, pero la convicción de ambos de haberse elegido como pareja para siempre, había hecho realidad ese estar juntos en un continuum de la imaginación y los deseos, más que de una convivencia real. A lo largo de las cartas se aprecia la necesidad del uno por el otro, la importancia de contarse la cotidianeidad hasta la minucia, constatar que los lugares amados de antaño significan poco si no están juntos. Imposible no recordar aquí ese sentimiento universal del amor que encontramos en el poema de Enrique Lihn “Celeste hija de la tierra”: No es lo mismo estar solo que estar sin ti, conmigo, /con lo que permanece de mí si tú me dejas:
En una de las primeras cartas, junio de 1944, Camus envía no más de escuetas siete líneas; “(…) te pongo estas letras. Nada de particular desde luego. Pero supongo que te las encontrarás cuando vuelvas esta noche y que entonces pensarás en mí. Estoy cansado, te necesito”. (p. 18)
Está presente también ese sentimiento que lo hace escribir en muchas de las cartas “me pregunto con extrañeza por qué no estás aquí”. En una carta de octubre de 1944, ya reunido con su esposa Francine, escribe: “Me fallan las fuerzas al pensar en todo este tiempo por venir en el que ya no estarás”. (p. 37)
Ya reunidos explícitamente y de la manera que sea, pero para siempre, en agosto de 1948, escribe María a Albert: “¡Por fin han llegado! (…) me ha hecho falta que sintiera la alegría, primero sorda, luego creciente y por último inmensa, de recibir tus dos cartas juntas para percatarme del estado de depresión, de vacío y casi de angustia en el que me había sumido estos últimos días”. Y a mediados de agosto, ella le cuenta que el secretario de Picasso le ha pedido que escriba un artículo solicitando que quienes simpatizan con la España republicana, presten ayuda a los refugiados españoles. Más adelante, “Yo estoy exultante. Ahora tengo noticias tuyas regularmente y cada carta que recibo me derrite en un mundo de felicidad que dura varios días”. Y una especie de declaración de principios, que se mantendrá inalterable todos esos años: “Amor mío, lo he meditado mucho y he llegado a la conclusión de que los acontecimientos que nos parecían adversos no tienen más finalidad que ayudarnos a comprender el verdadero sentido de la vida y, siendo así, a que estemos aún más estrechamente unidos tú y yo. Cuando te conocí era demasiado joven para percatarme realmente de todo lo que nosotros representábamos y quizás fuera necesario que me diera de bruces con la vida para volver, con una sed insaciable, a ti, que me das sentido”.
De María a Albert, fecha 6 de agosto de 1948: “Me haces muy feliz existiendo, por el mero hecho de existir (cerca o lejos), pero, tengo que reconocerlo, es una felicidad algo difusa, algo abstracta, y la abstracción nunca ha saciado a ninguna mujer, o al menos a mí no. ¿Qué le voy a hacer? Necesito tu cuerpo espigado, tus brazos flexibles, tu hermoso rostro, tu mirada clara que me trastorna, tu voz, tu sonrisa, tu nariz, tus manos, todo”. (p. 49) Esa no presencia que no la sacia, sin embargo, es mejor que no verlo, porque la imaginación le da cuerpo y lo hace tangible en un espacio que elimina la separación y logra crear un estar juntos innegable.
Y en diciembre de 1948, “He recibido tu primera carta. ¡Me quieres! Eso seguro, porque si no me quisieras no te preocuparía si me quedo abatida o entusiasmada al leer tus cartas (…)”, p. 91.
De Camus, 31 de diciembre de 1948, “Todo esto que me tiene embelesado, me parece sin embargo natural, pensándolo bien. Eres lo más interno que tengo, es a ti a quien me remito y, con todo lo que nos diferencia, somos los dos tan parecidos, tan fraternales y tan cómplices (en el buen sentido de la palabra) que no siquiera los excesos del apasionamiento o de la furia consiguen alterar un amor más resistente que nosotros. (…) Pero lo dejo aquí. ¡Felices años, amor mío! Años juntos, y que no me muera lejos de ti… (p. 93).
A fines de marzo de 1950 logran pasar unos pocos días juntos, siempre afectados por la vida de Camus con su esposa e hijos, lo que desencadena momentos de crisis para estos amantes. El 15 de abril, María escribe: “Sí; este es el momento que siempre he temido: aquel en el que, por estar alejados, no nos queda más remedio que intentar acomodarnos en dos vidas en las que cada minuto nos distancia de nuevo y tiende a separarnos para siempre (…) Te quiero y me gustaría descansar en ti y encontrar en ti el apoyo que tanto me falta y nadie que no seas tú puede ofrecerme. Me gustaría vivir colgando de ti, y me está vedado” (…) p. 474-475).
En mayo tienen otros breves momentos juntos. En marzo de 1951 se verán un par de días en París: “Estaba triste y melancólico como el tiempo. Pero, según van pasando los días se acerca el hermoso jueves de París, empieza a brotarme del corazón una luz (…) Pero lo esencial es que tenemos dos largos días para nosotros, para charlar o para estar callados, para volver a conocernos por centésima vez desde hace siete años, y siempre maravillados”.
La última carta de Camus a María es del 30 de diciembre de 1959, en la que le anuncia que regresará con los Gallimard. “Estoy tan contento al pensar en volver a verte que me río mientras te escribo. (…) Te beso, te abrazo, hasta el martes, en que lo repetiré”. El 4 de enero de 1960 Albert Camus muere en un accidente de auto y el editor Michel Gallimard fallece cinco días después. María lo sobrevivirá treinta y seis años.
Conocemos así un amor como pocos, que se percibe indestructible, capaz de resistir las largas separaciones, en tanto ambos se sienten mutuamente imprescindibles. Así, confiarán en ese amor tan sólido, que puede existir más allá del tiempo y del espacio que los separa, pero con la capacidad de hacer real el amor que desean tener, ese amor indestructible capaz de vencer, incluso, a la muerte.
Albert Camus, María Casares. Correspondencia 1944 -1959
DEBATE. España, 2023, 1230 pág.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…