Por Milton Puga

Es difícil imaginar qué hacía allí, sola, en la jaula de los tigres.

A comienzos de otoño el público disminuye, especialmente pasadas las seis de la tarde, cuando se acerca la hora del cierre.

A veces, mientras paseábamos por los senderos, ella recogía algunas hojas secas y mientras las examinaba me decía: “En el esplendor de un día de oro la perfección reina sin queja”.

Ese viernes por la tarde todos escuchamos la señal de emergencia y sus gritos en nuestros equipos de radio portátiles. Estaba en problemas.

No pasó más de un minuto cuando llegamos a la jaula de los grandes felinos. Desde la reja que forma el perímetro exterior todo se veía muy tranquilo, pero era evidente que una de las fieras había atrapado una presa.

No se percibía ningún movimiento, pero claramente se podía distinguir la silueta del tigre y el bulto que tenía a sus pies.

Alguien trajo un rifle, pero no sirvió de mucho. Era imposible dispararle directamente al animal sin poner en peligro a su víctima. La rodeaba con sus patas delanteras y sostenía su cabeza entre sus garras.

Luego de una breve deliberación decidimos hacer dos disparos al aire. El animal dio un respingo y retrocedió hacia el interior del recinto. Sólo entonces pudimos encerrarlo en forma segura.

Leda aún respiraba, pero tenía heridas profundas en el cuello y la cabeza. Los paramédicos intentaron reanimarla, sin resultado. Llegó sin vida al hospital. La autopsia reveló que murió a causa de un paro cardíaco.

Era joven, hermosa y muy entusiasta. Daimon era su preferido. Un magnífico ejemplar que llevaba más de veinte años con nosotros y que, además, estaba muy ligado a mi familia.

Mamá, como propietaria y administradora del zoológico, se vio obligada a hacer una declaración en los medios para refrenar el morbo del público, siempre ávido de entretención a costa del escarnio y la desgracia del prójimo.

Con pesar y consternación manifestó su profundo dolor por lo ocurrido. Con sentidas palabras trazó un vívido cuadro describiendo los frenéticos esfuerzos desplegados para rescatar a la joven cuidadora, atacada mortalmente por un magnífico tigre de Sumatra, en circunstancias aún no totalmente aclaradas.

Mamá precisó que Leda era una muchacha muy experimentada y que llevaba más de dos años al cuidado de los grandes felinos.

“Era una joven muy competente y había logrado un gran manejo y mucha familiaridad con nuestros tigres. Sin embargo, al parecer, ese día no siguió escrupulosamente todos los procedimientos de seguridad.”

En su declaración reiteraba que, a la luz de la evidencia disponible, todo apuntaba a que la causa del accidente se debía a una decisión equivocada y a no haber obedecido los rigurosos protocolos de seguridad instaurados por la administración.

Sólo un error de juicio podía explicar que una cuidadora con experiencia hubiera ingresado de manera imprudente en la jaula de los tigres, con las consecuencias que ahora todos lamentamos.

“Nunca debemos perder de vista que los animales obedecen a su instinto. Eso desató la tragedia. Ciertamente no se trata de culpar a nadie, sino de presentar los hechos tal como ocurrieron. Sólo quiero dejar establecido que la cuidadora murió a causa de una fatídica y lamentable imprudencia.”

“De todos modos, para no defraudar a nuestro numeroso público, mañana reabriremos las puertas del zoológico y, como siempre, nuestros visitantes podrán recrearse en un entorno totalmente seguro”.

La decisión de reabrir sólo un par de días después del accidente motivó algunas críticas, pero una semana más tarde todo había vuelto a la normalidad.

Leda era especial. Eso pude advertirlo en cuanto comenzó a trabajar con nosotros. Aprendió muy rápido, quizá porque parecía no sentir ningún temor. En pocas semanas ya estaba a cargo de limpiar las jaulas y alimentar a los grandes felinos.

Los leones impresionan por su soberbia, imponiéndose con su porte y su melena regia.

Las panteras son más sutiles y taciturnas, como la noche que las envuelve. De su reconcentrado misterio apenas podemos percibir un atisbo cuando nos fulminan con su mirada llena de indignación y desprecio.

Los tigres son diferentes. Llevan en su alma la misma especie de fría indiferencia que distingue a los gatos.

Leda prefería a los tigres. Y, entre todos ellos, adoraba a Daimon.

En una ocasión, mientras aseaba su jaula, sin que ella lo advirtiera, escuché cómo le hablaba. La fiera estaba encerrada en un recinto contiguo.

En nuestro zoológico un complejo sistema de seguridad, gobernado electrónicamente desde el edificio de administración, controla los distintos niveles de acceso a las jaulas, manteniendo siempre separados a los cuidadores de las fieras.

Mientras Leda barría el piso con un escobillón, Daimon la observaba desde el otro lado de la reja, recostado en su cubículo.

De tanto en tanto ella también lo miraba con ese sentimiento de intimidad y cercanía que uno sólo se permite con alguien muy querido.

En algún momento ella dejó de barrer y, apoyándose en el escobillón, se agachó quedando justo enfrente del animal.

Era una tarde de verano. Hacía calor y todo estaba muy tranquilo. Yo acarreaba una carretilla con el alimento y, cuando escuché su voz, me detuve a observarla.

“¿En qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Qué manos se atrevieron a sostener ese fuego?”

El tigre se incorporó y se acercó a la reja. Leda no se movió. Siguió hablándole.

“¿Qué arte tejió las fibras de tu corazón? ¿En qué fragua se templó tu espíritu?”

Ahora el tigre la contemplaba con absoluta atención. En sus ojos brillaba el mismo destello que debe haber aterrorizado a los nativos que alguna vez lo tuvieron frente a frente en las selvas de Asia.

“¿Qué mano inmortal, qué ojo creó tu terrible simetría?”

De pronto el tigre lanzó un zarpazo, adelantando una garra más allá de los barrotes. Me había visto.

Leda se incorporó tranquilamente.

—Ángel, eres tú. ¡Viniste a acompañarnos!

De un salto el tigre desapareció en el fondo de su jaula, pero, aún sin verlo, yo podía sentir que no me quitaba la vista de encima.

—Disculpa, Leda… traje la carretilla con el alimento.

Con su radiotransmisor Leda llamó al edificio de administración para que abrieran la puerta de la celda donde ahora se encontraba el animal. Así podría pasar al recinto interior donde quedaría encerrado mientras nosotros ingresábamos a su jaula para dejarle el alimento.

Segundos después, la luz roja de la cámara de vigilancia instalada en uno de los vértices de la jaula parpadeó y la reja interior comenzó a moverse.

Daimon caminó sin prisa hacia el recinto interior y, una vez que estuvo allí, la reja volvió a cerrarse.

—Leda, no lo tomes a mal…

—¿Pero?

—A veces siento que te expones mucho… especialmente con este animal…

—¿Y eso te preocupa?

Antes que pudiera responder, ella extendió sus brazos y cruzó sus manos detrás de mi cuello. Podía sentir la tibieza de su respiración en mi rostro. Su mirada era implacable. Moviendo apenas sus labios y acercándose cada vez más, decía: “Tigre, tigre, que incendias los bosques de la noche, ¿qué mano inmortal, qué ojo se atrevió a crear tu terrible simetría?”

Mientras la besaba, un destello brilló en la cámara de vigilancia que en ese momento apuntaba directamente a nosotros.

¿Qué puedo decir? Éramos felices. Compartíamos nuestras tareas en el zoológico y tratábamos de estar juntos la mayor parte del tiempo.

Ahora que ya han transcurrido varios meses desde el accidente, lo que recuerdo con más intensidad son nuestros paseos por los senderos de gravilla que recorren todo el zoológico.

Pasear con Leda era como compartir un sueño. Ella se transfiguraba a cada instante, con cada cosa que decía, especialmente cuando caminábamos por esos senderos “delineados con severos patrones”, como le gustaba decir.

—Tú y yo también somos un extraño patrón —decía. Un diseño excepcional, avanzando por los senderos de este jardín.

—¿Leda…?

—Tú sabes qué quiero decir. Mírame, con mi vestido de brocado, con mi cabello empolvado y mi abanico con alhajas… Apenas puedo avanzar con estos tacones y las cintas de seda que adornan mis zapatos…

Yo sólo la miraba… Ya había caído bajo su hechizo.

—Ni la menor suavidad me rodea… sólo las duras varillas del corsé y las ásperas figuras de la seda bordada.

Entonces yo tomaba su mano y la asía con fuerza, mientras seguíamos caminando.

—Leda, estás llorando…

—Lloro porque el tilo está en flor y un brote ha caído en mi regazo… Bajo la rigidez de este vestido está apresada la suavidad de una mujer que se baña en una fuente… Un seto muy alto la oculta de su amante, pero ella adivina que él está cerca… La superficie del agua se mueve como las caricias que sólo recibimos de una mano muy querida…

Nos sentamos en un banco. Ella siguió diciendo: “¡Qué es el verano, prisionera en un vestido de oro y plata! Preferiría verlo tirado, con sus destellos y brillos arrugados.

—Leda…

—Corre, Ángel, y ven por mí… Yo quiero que corras y tropieces detrás de mí, sorprendido por mi risa…

—Leda, mi amor…

—Yo te guiaría por el laberinto, entre estos senderos rigurosamente delineados… Te guiaría por un laberinto de luz y risas, hasta que me alcanzaras en la sombra, fundiéndonos sin temor en una tarde sin límites… Yo tengo un deseo que la luz del sol bendijo…

Para mí sólo existían sus ojos y su risa. Mientras la besaba podía sentir en mi rostro el cosquilleo del mechón que enmarcaba su frente.

En ese momento la luz de mi transmisor comenzó a parpadear y escuché la voz que decía: “Ángel, por favor, preséntate de inmediato en el edificio de administración… Gracias.”

 

Ya ha pasado más de un año desde el accidente.

Luego de realizar numerosas pericias, la policía descartó la posibilidad de que Leda haya entrado directamente en la jaula de los tigres.

La investigación estableció que fue atacada por el tigre de Sumatra mientras ella se encontraba en un área protegida donde, supuestamente, los animales no pueden ingresar mientras los cuidadores realizan sus labores habituales.

En este momento todos los esfuerzos de la investigación están encaminados a establecer cómo y por qué el tigre pudo salir de su jaula y entrar en el área de seguridad donde ella se encontraba.

La causa pudo ser un error humano, una falla en el sistema electrónico de seguridad, un desperfecto mecánico en el mecanismo de la cerradura o una trágica combinación de todos estos factores.

Sea como sea, para la policía es de vital importancia descubrir qué ocurrió exactamente aquella tarde en la jaula de los grandes felinos. Sólo así se podrá precisar cómo Leda llegó a estar en contacto directo con el tigre.

En todo caso, y como medida de precaución, las autoridades recomendaron sacrificar al animal responsable del ataque, a lo cual mamá se opuso terminantemente.

“El tigre no incurrió en falta alguna. Es un animal magnífico y simplemente estaba allí. En estricta justicia nadie podría culparlo de lo ocurrido”.

Este comentario desató muchas críticas en la opinión pública. Es fácil de comprender.

A estas alturas muy pocos deben recordar que mamá alguna vez fue una auténtica leyenda en los grandes circos de antaño.

La verdad es que se pasó la mayor parte de su vida domando fieras en las pistas.

Ella se unió al circo cuando era apenas una adolescente. Primero probó suerte con las motocicletas, pero las máquinas eran muy pesadas. Después probó con el trapecio, pero no era su vocación. Lo que finalmente la sedujo fueron los grandes felinos.

Durante casi cuatro décadas como estrella del espectáculo recorrió el mundo y adiestró a más de setenta fieras.

Daimon siempre fue su preferido.

Siendo aún muy joven, ella misma diseñó un acto donde un tigre cabalgaba a lomos de un caballo mientras otro tigre iba sentado en la motocicleta que conducía papá, en cuyos hombros la fiera apoyaba sus garras.

Así fue como se conocieron. Desde entonces no se separarían jamás.

Daimon desarrolló un entrañable cariño por ella y en más de una ocasión se enfrentó a otras fieras que intentaron atacarla mientras realizaba su espectáculo.

Toda su vida estuvo expuesta al peligro. Incluso después de recibir el ataque de algún animal rebelde, ella siempre volvía a la jaula de las fieras. Y siempre estaba Daimon allí, esperándola.

En una oportunidad, cuando el circo estaba de gira, ella aprovechó un intermedio en la función para dormir una breve siesta. Justo en ese momento Daimon escapó de su jaula.

En cuanto la despertaron fue tras él, mientras una muchedumbre expectante la observaba a prudente distancia. Más tarde, en una entrevista publicada en una antigua revista ilustrada que aún conserva, ella declaró:

“Afortunadamente el tigre no había ido muy lejos. En el fondo sólo quería dar un paseo.”

“Lo encontré en la cima de una colina, muy cerca de donde acampaba el circo. Estaba recostado sobre la hierba y su silueta se recortaba contra la luz del atardecer.”

“Su estampa era tan magnífica que perdí toda conciencia del peligro a que me exponía al enfrentarlo yo sola.”

—¡Daimon, vamos! —le dije. —Volvamos a casa.

“Él dio un respingo, me miró un instante y luego bajó la colina dando grandes saltos, como lo haría un niño. Finalmente, cuando llegó abajo fue directamente hasta su jaula.”

“Sólo después de echar el cerrojo me di cuenta de que la única arma que llevaba en ese momento conmigo era el cinturón de la bata que me había puesto para dormir siesta.”

“En este oficio sólo cuenta la voluntad. Las fieras me obedecen porque yo quiero que me obedezcan. Si quieres domar a un tigre, tú misma tienes que convertirte en uno.”

***

Más textos del autor:

Microfauna I

Microfauna II