Por Rolando Rojo

 Ayer, 13 de marzo de 2015,  asistí con Elizabeth, mi mujer, al lanzamiento del libro “Antes de perder la memoria” de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo.

El libro, de la Editorial Cuarto Propio, fue presentado por Juan Pablo Cárdenas y por Gladys Díaz, en la Villa Grimaldi, hoy Parque por la Paz.

No conocía físicamente ese recinto, pero sabía de su siniestra fama como centro de tortura por la dictadura. Todo el mundo lo sabe. Hoy está rodeado de flores y jardines, de hermosos arreglos con piedras y cerámicas, en los mismos sitios en que hace cuarenta años,  los torturadores golpeaban, torturaban y mataban  a las y los prisioneros políticos.

Al ingresar al lugar, no pude dejar de sentir en la piel y en el alma, un estremecimiento de terror y el sentimiento de ir mancillando, con mis pasos, un templo consagrado al dolor. Imaginé gritos pegados en las vetustas paredes de adobes, manchones de sangre por los senderos, rojos atardeceres interminables, el rugir del viento entre troncos centenarios y el infatigable y desesperanzado paso del tiempo.

Todo esto terminó cuando escuché la voz de estas mujeres. Allí estaban, frente a nosotros. Erguidas, enteras, dignas. Habían sobrevivido con su coraje, su instinto y su valor. Habían derrotado con su empuje la perversidad de los asesinos. Con lágrimas en los ojos relataban algunas de sus vivencias en ese espeluznante lugar Pero sus relatos eran un canto a la vida, eran un himno a lo más noble del ser humano. Eran la antítesis personificada de  la iniquidad y la  felonía. Esas mujeres que  durante meses y hasta, años, intuyeron el peligro por el olfato, por los ruidos, por el tacto, que establecieron un código hecho de susurros, de lamentos, de sollozos, que desde el interior del silencio y la amenaza permanente, lograban consolar al recién torturado, al recién llegado a aquel infierno. Allí estaban frente a nosotros. Hablándonos de sus esperanzas, de sus anhelos, ¡de su imperecedera lucha por construir un mundo mejor, más libre, más justo, más humano!  Allí, frente a nosotros, estaba  Ana María Jiménez,  Teresa Izquierdo y Gladys Díaz, dándonos una lección de consecuencia a aquellos que, a veces, nos dejamos abatir por pudrición del mundo político, por el incumplimiento de lo que tanto anhelábamos: justicia y castigo a los culpables, rescatar de la miseria a miles y miles de compatriotas. Allí estaban ellas, diciéndonos que no hay que bajar la guardia, que no hay que dejarse abatir por el desengaño, que es posible la esperanza y la construcción de una patria digna y justa para todos. Una patria socialista.