Por Ronnie Ramírez García

Comenzaba mi primer año en prisión en Santiago, cuando me comunicaron que me sacaban para llevarme al norte, de nuevo al mineral de “El Salvador”, de dónde venía. Me di cuenta de que esa relativa seguridad que gozábamos los prisioneros políticos condenados era totalmente falsa.

Mala noticia, como en el caso de David Silverman, Gerente de Chuquicamata, esto podía terminar engrosando la larga lista de desaparecidos que ya llevaba la dictadura. Traté de informar a la familia, pero en pocas horas me tenían en el pasillo de salida, encadenado, entre dos gendarmes que me conducían a la estación de ferrocarril al norte. En la Estación Mapocho, desde mi ventana del carro de pasajeros pude distinguir a mi madre y mi mujer, sus caritas angustiadas, sin saber la razón de esa brusca salida. Intercambiamos un adiós apresurado, lleno de sobresaltos.

El tren partió en medio de tirones de un carro atiborrado, un pitazo y el humo de la locomotora. El grupo que conformábamos con mis gendarmes éramos el centro de la atención, los curiosos, callados, detenían sus miradas en las esposas y cadenas en mis pies, estaba claro, al parecer, para los tiempos que corrían, esto no era novedad.

En El Salvador, el Juez Civil no entendía por qué me habían traído, añadió que haría todo lo posible para devolverme rápido a Santiago, sin dejar de advertir que en El Salvador los dueños de la situación eran los militares.

-Aquí no tienes nada con la justicia civil, son otros los que te quieren aquí, eso no te conviene, te devuelvo a Santiago, aunque pasarás primero por Chañaral.

El reglamento penitenciario indicaba que, para volver a Santiago, el traslado era de penal en penal, por lo tanto, primero había que recalar en el de Chañaral.

Esta cárcel comparada con las otras era especial. Se trataba de una prisión pequeña, de construcción reciente, amplia, donde convivían los reclusos bajo el sol imponente de Atacama. Cerca rugía cotidiano el mar que se divisaba en las horas del paseo o desde las ventanas de las celdas. Se respiraba el aire marino y la mirada solo se detenía en el brillante horizonte azul. Nada comparable a Santiago, aquella prisión rodeada de altos muros, contaminada con el ruido de la capital y el clima opresivo de la dictadura. Aquí la actitud de los gendarmes también era bien distinta, no había habido cambios de personal y el Alcaide mantenía un trato humano.

La población penal, en su mayoría gente modesta, condenadas por pequeños delitos. Con ellos conversaba, trabajan en diferentes oficios manuales. Además, no podía dejar de notarlo, comían mejor que en Santiago, con abundancia de pescado y mariscos, cosas que casi había olvidado. Esto era posible gracias a que a los reclusos de buena conducta les permitían bajar hasta el muelle de pescadores, colaborar en tareas de embarque y desembarque. De retorno traían pescado que ofrecían los trabajadores y que compartían con todo el mundo, alcanzaba para todos.

Las invitaciones a unirme al almuerzo eran muchas. Generosos y alegres los internos, muchos estaban relacionados de alguna manera con la gran empresa minera del norte. El tiempo transcurría de manera diferente, quizás en forma más distendida, sosteníamos largas conversaciones y aprovechaba de leer algún libro, anotando mis impresiones en un cuaderno que mantenía conmigo.

A medida que los días pasaban, me llamó profundamente la atención un interno con sus facultades mentales totalmente perturbadas, demostraba una educación superior a la del resto, con un discurso fanático religioso. En general no era agresivo, aunque reaccionaba a las órdenes de los guardias con imprecaciones y blasfemias. Cuando esto sucedía, “el loco”, como lo llamaban, respondía con una sorprendente explosión de gritos y sentencias cuyo contenido me dejaba pensando. ¿Había en sus palabras un mensaje? Mucho de poesía, ideas aparentemente sin juicio, pero a veces de un enorme significado, sobre todo en medio de la realidad que vivíamos, un país entero detrás de las rejas. ¿De quién se trataba? ¿Era aparentemente un insano? ¿O alguien que se ocultaba en la cárcel ese momento?

Temprano, un día en la mañana, bajábamos camino al patio y el gendarme tuvo la mala ocurrencia de apurarlo bruscamente. Fue despertar un volcán:

¡Hasta cuando me tratan a patadas!, ¡sepan que aquí en la tierra o en el cielo, los hombres caminan erguidos, aunque les sangren las manos!

Apuramos el paso, su reflexión nos hacía caminar en silencio. El loco de pronto traía a cuento la inmensa humanidad, lo hacía presente, un Chile avasallado. Al final de la fila, seguía avanzando, mascullando palabras que seguro resonaban en su cabeza.

Un mañana el Alcaide de la prisión me hizo llevar frente a él. Algo importante debía ser, pero ¿qué? Bien pronto me vi frente a un hombre maduro, pequeño y regordete en uniforme, su mirada mostraba la dignidad de los hombres con principios. Me dijo:

-Yo lo conozco, me he informado. Ud. era Gerente de El Salvador en Potrerillos. ¿No es cierto?

Incliné la cabeza en señal de afirmación.

Ayer estuvieron aquí gente de la DINA y me pidieron entregarlo. Me negué rotundamente. Ud. está a mi cargo, nunca lograrán eso mientras yo esté aquí. Pero ellos tienen el poder y la fuerza, así que tenemos que movernos rápido. Conseguiré que en estos días lo trasladen a Santiago, añadió: – Solo cumplo con mi deber. A continuación, estrechó mis manos, agradecí su gesto y me retiré. Todavía quedaba gente decente con uniforme en Chile.

Los días pasaron, finalmente me comunicaron que debían trasladarme a Santiago, pero pasando por el penal de La Serena. Dejaba esta prisión. Cuando llegué a Santiago, mi rostro, mi cuerpo, lucía un bronceado que llamaba la atención. El guardia a cargo de recibirme remarcó mi pelo largo, se acercó y en tono severo, dijo en voz alta:

Te quiero con el pelo corto y rápido

Le hice un guiño al compañero que cortaba el pelo y mientras veía caer mis largos cabellos negros, sonreía. En mi mente estaba el loco de Chañaral y su recuerdo, gritando:

¡Eh!, ¡hasta cuando los justos sufren cadenas, mientras los demonios recorren los campos, como jaurías de lobos hambrientos!

RONNIE RAMIREZ GARCIA, (Santiago, 1944) Estudió Economía en la Universidad de Chile. Profesor en la Ex Universidad Técnica del Estado y ejecutivo de CODELCO-Salvador hasta 1973. Vive 14 años en el exilio en Bélgica, donde publica Poemas de Amberes, edición artesanal, y en revistas de poesía. Vuelve a Chile en 1989 donde participa en varios talleres de escritura creativa. En 2007 algunos de sus cuentos aparecen en la 1era Antología de Cuentos RAYENTRU y en el 2010 con Prosa Urgente. Participa en diversos talleres con Lilian Elphick, Juan Radrigan, Jaime Collier y actualmente con Alejandra Basualto. Se desempeñó como directivo en el Ministerio de Salud y Profesor de Administración en la Universidad de Santiago.