Por Diego Saravia
Navegación
Con ella navegué
en una cáscara de nuez
por las lluvias de la ciudad
Después el caudal de los años
nos arrojó al mar en una caja de cartón
De ahí la aridez del desierto
y el verdor del oasis
Trato
Estoy en ese trato con la vida
en que la timidez ya no importa
El surco del arado es profundo
y sé las opciones que caducan
y son un preludio
Me encuentro en ese trato con la vida
en que se hace más simple una palabra
que penetra en la tierra, volviéndose raíz
El oro ya no es oro,
pero el espejo es más profundo
y las arrugas de la voz
colman de silencio mi alma y mi cuerpo
Estoy en desacuerdo con la vida:
la belleza, además de ahogar, duele
La casa y el niño
De la casa sobrevive la fachada
envolviendo al vacío
Escucho brotar los recuerdos desde las piedras,
lastiman la oscuridad
y me abrazan antes de seguir su vuelo
Cuando se pierden en el monte
vierto un puñado de tierra en un nido
y al oír los terrones golpear la madera
sé que escribo mi propia vida
Estación
Bajé del tren en Frankfurt
cuando una mujer
encendía una vela
Leí ansiedad en sus ojos
y en su sonrisa espera
¿A quién esperaba?
Nadie apareció
y la llama que consumía el tiempo
cubrió su rostro con un velo
Aunque olvidé su cara
recuerdo su ilusión y mi deseo
Ella quizás se acordará
de la ausencia
que extinguió su fuego
Una boya
En el mar una boya de luz errante,
hacia ella me dirijo
siguiendo la brisa blanca de la bahía
hasta que la cubre el gris del invierno
Saber
no me fue concedido
Me sumergo en el mar
y salgo a la superficie
lejos de la boya
y de las orillas
Frugalidad
Subí por la escalera de una torre,
indiferente a las ventanas
Los escalones se esfumaban
al mirarlos desde el siguiente
descanso
También crucé una montaña,
aprendiendo a sonreír y no hablar
Gané y perdí en mesas de póquer
con las cartas marcadas,
descreyendo de quienes
ponían su ojo en la mira
sólo si su arma estaba cargada
Algunos halagos aliviaban el desierto,
aunque eran un hilo de agua
que no sobrevivía al ocaso
Brindé con quienes regaban
con vino amigo
las mesas de manteles blancos
La eternidad es una breve memoria
Letras
Soy letra de imprenta
en papel de Biblia
Soy la letra del niño de primer grado
cincelada en los ojos de su madre
Soy todas esas letras abrazadas
en las palabras de un manuscrito
que se arriesgan en un argumento
hasta la última línea
Incluso el hombre de fe cree
en ser imagen y semejanza de una letra
Azulejos blancos
Me abrazo al último salvavidas
y contemplo el mar de azulejos blancos
Sigo en la lucha indigna hasta ser
padre, hijo y mascota de mí mismo
Diego Saravia (1972) es poeta y economista, nació en Salta, Argentina, pero está radicado en Santiago desde hace trece años, donde trabaja en el Banco Central. En 1917 publicó su primer libro de poemas, Meridiano, en la editorial El Español de Shakespeare.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.