Numerosos artículos se han dedicado al presupuesto asignado para 2023. En una entrevista realizada a la ministra del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky (El Mercurio, 11/10/22), señala que el presupuesto irá creciendo gradualmente hasta alcanzar el 1%, pero que por ahora subirá de 0,42 a 0,44%.
La cifra se traduce en $228.289.354 (millones), la que se destina en diferentes porcentajes a Subsecretaría de la Cultura y las Artes, Subsecretaría del Patrimonio Cultural y Servicio Nacional del Patrimonio Cultural. Acota también que los fondos de cultura se mantienen para el sector artístico profesional. “Estamos abordando un rediseño de los fondos concursables, elaborando un sistema nacional de financiamiento cultural que también nos va a permitir readecuar algunos de nuestros instrumentos” (…).
Si comparamos la cifra con Educación, que es mucho mayor en términos de destinatarios de las políticas, el porcentaje corresponde a $12.530.282.987 (billones), y Salud tiene asignado un presupuesto similar, $12.564.343.229 billones.
Recientemente, España anunció que en 2023 las políticas culturales recibirán un 13.5% más en el presupuesto para 2023. Suecia dedicará a cultura un 15.5%; Reino Unido 13,9%, Irlanda 13%.
Más allá de las sumas y lo evidentemente exiguo de nuestro 0.44%, creemos fundamental revisar los criterios de postulación y de asignación de los fondos, ya que hay gran diferencia cuando se postulan personas (muy diversas entre sí), organizaciones sociales, corporaciones, fundaciones. Un primer escollo son los formularios, fáciles para personas con más años de educación formal, pero difíciles para quienes no la tienen. Desde la simple experiencia de vida podemos darnos cuenta de que el arte y la creación no requieren de la educación formal, como podemos apreciarlo en las actividades artísticas callejeras o en el mundo de las artesanías. Así, este paso inicial es un primer peldaño de exclusión.
Se requiere revisar y consensuar, con amplia participación ciudadana, los aspectos que se valorarán; la designación de jurados y sus competencias; la necesaria y efectiva descentralización, que facilite derivar recursos para la creación de personas y grupos artísticos locales, que habitan y trabajan en sus pueblos y ciudades. Son quienes deberían tener un rol creativo propio y con otros en sus lugares de vida, enriqueciendo juntos la comunidad que comparten. Entre otras cosas, eso permite mantener espacios abiertos para el ejercicio libre de la creación como parte de la vida cotidiana en espacios formales e informales.
Lo anterior facilita también otros aprendizajes y prácticas, pero quizás lo más importante es ser parte de un desarrollo que permanecerá en la comunidad y no serán solo chispazos de hitos ocasionales que luego desaparecen y se olvidan. La permanencia hace que la participación comunitaria la haga propia y sea parte de una memoria histórica que los involucra en la creación desde dentro, no como expresiones ajenas, habitualmente representadas en “personas importantes”.
En su primera cuenta pública, el presidente Boric señalaba la necesidad de un aumento gradual del presupuesto de Cultura para llegar a un 1%, lo que se haría realidad durante su periodo de gobierno. Anunció también un Sistema Nacional de Financiamiento Cultural y la creación de un Estatuto del Trabajador Cultural, y lo reafirmó al decir «Tengo la más profunda convicción de que el desarrollo de un país no puede medirse sólo en función de su acceso a bienes, servicios y consumos, sino también en cómo trata, respeta y apoya la cultura en sus más diversas expresiones».
La creación artística es parte de ese concepto de cultura que reúne nuestros modos de ser, de hacer, de pensar, de creer y de crear. Es parte de las actividades de la vida cotidiana de cada persona, aunque esta no lo piense como tal cuando hace una guitarrera en Quinchamalí. Hemos sido enseñados a definir y destacar a determinadas personas como “grandes artistas”, con nombres y apellidos, por mil diferentes razones, a músicos, escritores, pintores, cineastas, con muchos premios, una verdadera élite, lo que vuelve invisibles a quienes ejercen sus artes desde espacios que, siendo públicos y reales, nadie ve.
¿Con qué derecho hemos dividido el mundo del arte y la creación en “artistas” y “artesanos”? Con las mismas razones por las cuales la humanidad en general y desde siempre como sabemos por los registros escritos: aplicando las leyes no escritas de la exclusión. Probablemente, también lo hicieron los grupos de neandertales y sapiens que convivieron estrechamente en algunos periodos hasta que los últimos los hicieron desaparecer.
Las maravillosas décimas de los poetas “populares” -a menudo analfabetos- en las cuales describen el mundo que les tocó vivir, sus entornos, las contingencias de la vida cotidiana con sus penas y alegrías, los análisis e interpretaciones de las políticas de los gobiernos que conocieron, ¿son realmente inferiores a la creación de los llamados poetas “cultos”? ¿No podrían acceder a postular a ser premios nacionales?
Un gran desafío es elaborar políticas públicas culturales que se mantengan en el tiempo, con los presupuestos necesarios para su funcionamiento; públicas para evitar que no dependan de los gobiernos circunstanciales, que implican que cada cuatro años todo cambie y se parta nuevamente casi de cero, perdiendo la continuidad necesaria que requiere todo desarrollo. Y eso pasa en todos los ámbitos, a menudo perdiendo lo ganado.
Reconocer que quienes hacen arte, del tipo que sea, son trabajadores tan necesarios como cualquiera, es un avance a una concepción del ser humano como creador siempre. El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, no es un adorno, sino parte constitutiva de la esencia de lo humano. Las necesidades básicas son indispensables para vivir, pero también los acervos culturales de cada grupo social, su música para acompañar rituales, el aprecio a la naturaleza de la que somos parte y que nos regala y comparte tipos de vida tan diferentes, como las plantas, los animales; trabajar la greda y transformarla en aquellos útiles que necesitamos para cocinar, pero también les agregamos belleza.
El presidente anunció que, junto a sindicatos, gremios y trabajadores, el gobierno elaborará un proyecto de ley que cree un Sistema Nacional de Financiamiento Cultural que, junto con un futuro Estatuto del Trabajador Cultural, «nos permitan transitar de la precarización de las y los trabajadores de la cultura a condiciones dignas que valoren como corresponde su esencial labor». Celebramos eso.
Por ejemplo, para que el arte esté presente en la sociedad como una instancia de creatividad potencial de cada persona, los ministerios deberían tener la facultad de asignar un porcentaje fijo de su presupuesto para ello, internamente para sus propios funcionarios y como posibilidad de huella en el entorno o espacios en los cuales desarrollan su quehacer. ¿Por qué el ministerio de Vivienda no podría entregar viviendas colectivas o individuales considerando que parte de la construcción incluya un mural, una escultura, una biblioteca para uso de quienes viven allí, una plaza diseñada con juegos para niños y un teatro griego que acoja las voces comunitarias desde la creación propia de y desde grupos establecidos?
Países que han vivido dictaduras, como la mayoría en nuestro continente, necesitan espacios comunales, cercanos, como las Juntas de Vecinos, organizaciones sociales, otros, que permitan reunirse, conversar, reconstruir y preservar la fugaz pero imprescindible memoria histórica. El arte permite que convivan la memoria, el olvido, el descubrimiento de lo nuevo y esa vuelta de tuerca que hace posible disfrutar de modos de mirar que parecen estar siempre renaciendo.
UNESCO, en Re/pensar las políticas públicas para la creatividad 2022, señala que hay que pensar la cultura como un bien global. Y lo es. La cultura y la creatividad contribuyen a la economía mundial con las siguientes cifras: son el 3,1% del PIB mundial y el 6,2% de todo el empleo.
Pero la cultura es mucho más que eso, porque no es un negocio ni una empresa, al igual que la educación; es un concepto todavía ambiguo en algunos aspectos, pero está en la base del mantenimiento de la vida, en tanto lo que se hace, se “cultiva”, es parte de las soluciones vitales que han permitido sobrevivir en situaciones extremadamente adversas. Ha estado presente en la mirada a los bellos granos de cultivo que anunciaban la cosecha promisoria y el alimento, en la música creada y ejecutada en campos de concentración, como el “Cuarteto para el fin de los tiempos”, de O. Messiaen, estrenado en Görlitz el 15 de enero de 1941, en el primer poema de Jorge Montealegre o en el teatro de Mario Molina, ambos presos en Chacabuco; también, en los cientos de conmovedores y maravillosos artistas callejeros de Chile y de todo el mundo.
Actualmente, si bien existe un mayor reconocimiento del rol de la cultura y de la creación artística en cualquiera de sus manifestaciones, no solo en la vida humana, sino en la mejor vida humana, más allá de los criterios puramente economicistas que nos etiquetan como “clientes”, se requieren las mejores y más justas políticas públicas culturales con acento en ese mundo también público, donde quepan, especialmente, quienes hacen de la cultura su forma de vida y su trabajo. Las fronteras entre lo público y lo privado “sin fines de lucro” son ambiguas; los recursos serán escasos durante muchas décadas más, a menos que se tomen medidas decididamente más profundas que las actuales.
El Estado tiene mayores obligaciones con el mundo público que con el privado, lo que debería significar, entre otros aspectos, la revisión de los criterios con que se definen los apoyos para una fundación o empresa que tiene la capacidad de traer un espectáculo de calidad indesmentible, pero que significa derivar altos porcentajes de estos recursos escasos, asignando bajos y erráticos porcentajes a quienes son trabajadores culturales que un día tienen “suerte” y muchos años no.
La cultura y la creatividad pueden ser un espectáculo en determinadas ocasiones, pero su esencia, es ser parte y forma de la vida, ligada al impulso creador y a las emociones que son los lazos afectivos que permiten vernos como individuos, pero también como parte de la “inmensa humanidad”.
Diego Muñoz Valenzuela, Presidente de Letras de Chile
Josefina Muñoz Valenzuela, Vicepresidenta de Letras de Chile
Octubre 2022
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