Novela de Antonio Rojas Gómez

Por Sergio Mardones Labra, periodista y escritor

Acabo de leer la novela “La mujer del jardinero”. La leí en tres a cuatro sentadas, en la última de las cuales “me agarró” y ya no la pude soltar: esto es, a partir del capítulo dos.

Es un tema muy amargo, muy triste y por momentos se hace difícil su lectura, al evocar emociones tan profundas y desgarradoras. No queda uno muy bien al llegar a la última página, casi dan ganas de que sobrevenga un final feliz, pero al estar basada en un hecho real prima la veta periodística: los hechos no se deben torcer, aunque presagien ruina. Es una novela muy real.

Desde luego, no habrá polémica en cuanto al estilo, que en lo suyo es admirable, más aún cuando se trata de una obra escrita alrededor de los 30 años, en plena juventud del autor. Más que merecido el premio Pedro de Oña que obtuvo en 1971.

¿Resiste el paso del tiempo? ¿Fue una osadía publicarla 50 años más tarde? Creo que no. Resiste el paso del tiempo porque refleja fielmente ese tiempo, con sus miserias, y así hay que leerla.

Volviendo al estilo, pienso que el reportero Antonio Rojas Gómez no logra, no puede, es más, conjeturo que no quiere, desprenderse de su traje de reportero a la hora de enfrascarse en la novela. Aquí todo está explicado, incluso lo que no necesita explicaciones al quedar meridianamente claro en las páginas anteriores (pienso especialmente en el último párrafo de la página 70). Es una novela “periodística” de principio a fin y como tal, atractiva, vertiginosa, fácil de leer, ausente de problemas pseudo filosóficos, ontológicos o como quieran llamarse. No tiene motes, lo que es harto decir de un libro, y en esto supongo que debo felicitar también a la editorial Forja. La letra, un tanto pequeña, se deja leer más que nada por el argumento; un tema más árido la habría hecho insoportable. Tengo ciertos reparos con la portada, pero eso es anecdótico. Hubiese preferido algo más “de ese tiempo”, un blanco y negro, una foto borrosa, algo así.

Me llamó la atención la simpleza con que el autor enfrentó el lanzamiento, a la hora de usar la palabra. Cero vanidad, cero ambición. Cuando tantos escritores esperarían ese momento para dar su “gran discurso”, optó por aventurar la suerte que correría la obra al momento de haber cumplido su autor los ochenta años, para enseguida pasar a leer aquellas Palabras Preliminares. En lo personal hubiese preferido haber oído las motivaciones de Rojas Gómez, haber sabido algo más del corazón de Rojas Gómez, de las preferencias literarias de Rojas Gómez e incluso de las angustias de Rojas Gómez. Fue demasiado modesto y aunque ello se agradece, deja sabor a poco. Espero conocer algo más del autor en el lanzamiento de su próximo libro.