Juan EmarPor Eduardo Guerrero del Río
En http://www.mensaje.cl

A muchos no iniciados en la literatura, tal vez el nombre de Juan Emar no les resuene mayormente. Es que no es un autor, ni mucho menos, de gusto masivo y es más bien valorado por un grupo minoritario de lectores. Lo que sí es indudable es que fue un personaje en la vida intelectual de los años veinte y treinta, y que vale la pena acercarse a su narrativa para darse cuenta de los derroteros de una generación que, poco a poco, hacía suyos los aires vanguardistas. Por eso, a cincuenta años de su muerte, quisiéramos recordar a este “Kafka chileno” (en palabras de Neruda), cuya vida errante se conecta con su vida literaria.

DATOS BIOGRÁFICOS

El 13 de noviembre de 1893 (el mismo año del nacimiento de Vicente Huidobro) nace Álvaro Yáñez Bianchi en Santiago de Chile. En una carta inédita, señala: “Nací feliz, pero feo. La felicidad que me rodeaba tenía la forma de dos alas inmensas que me envolvían y acariciaban con sus plumas blancas. Mi rostro tenía la apariencia de un macaco. Con el tiempo mi rostro mejoraba. Pasando por todas las etapas del simio en demanda de la belleza, mi rostro mejoraba. Trepando por ellas logré adquirir el rostro del orangután que es, como bien usted lo sabe, el que ostento tanto de día como de noche, esté lloviendo o brille el sol”. Fue hijo de doña Rosalía Bianchi Tupper y de don Eliodoro Yáñez Ponce de León, destacado hombre público, abogado, senador, embajador plenipotenciario, fundador y propietario del diario La Nación. Sus estudios escolares los realizó en el Instituto Nacional. A pesar de que su padre pretendía que estudiara abogacía, se rebeló ante la decisión paterna; en palabras de su hermana María Flora Yáñez (Historia de mi vida), “el hijo fue la gran derrota en la vida triunfante del padre”.

De ahí en adelante comienza su periplo europeo. Al respecto, no hay que olvidar que son años (década del veinte) de una gran revolución artística y cultural, y que el surrealismo entraba con fuerza, como una manera de dejar atrás los remanentes naturalistas: un nuevo lenguaje para un hombre nuevo. De todo esto se empapó Juan Emar. Por lo mismo, Ignacio Álvarez (Novela y nación en el siglo XX chileno) manifiesta que “los viajes europeos, en todo caso, no son solo una fuente de ocio o distracción para Emar, sino que resultan fundamentales en su formación artística”. Antes, en marzo de 1912, el propio Emar –en relación a un viaje a Europa– confiesa que “el fin importante del viaje es que mientras tanto trataré y lograré formar definitivamente mi carácter y gustos, y darle a mi vida un objetivo”. Pero a comienzos de los años veinte, específicamente en 1923, decide regresar a Chile, motivado tal vez por un cierto desánimo existencial que, incluso, lo lleva a adoptar el nombre con el que se lo conoce, resultante de la expresión francesa “j´en ai marre”, es decir, “estoy harto”.

NOTAS DE ARTE

En el mencionado año de 1923, hay dos hechos relevantes en su trayectoria. Por un lado, funda el grupo Montparnasse junto a un grupo de pintores e intelectuales chilenos que también han regresado de París: Henriette Petit, Julio Ortiz de Zárate, Manuel Ortiz de Zárate, José Perotti y Luis Vargas Rosas; por otro lado, se da inicio a su colaboración en el diario La Nación, a través de las llamadas “Notas de Arte” publicadas entre 1923 y 1927 (año en que el diario fue expropiado por el dictador Carlos Ibáñez del Campo). Sobre esto, uno de los estudiosos de la obra emariana y autor de la publicación Juan Emar. Escritos de arte, Patricio Lizama, nos indica que en estos artículos Emar “difundió los postulados de la vanguardia europea y sugirió de qué manera construir las prácticas artísticas en Chile sobre nuevas bases. Si bien la pintura, el cine, la literatura y la música fueron sus temas más recurrentes, la arquitectura y el urbanismo también ocuparon un espacio importante en las páginas del diario santiaguino”. Estas notas no dejaron indiferentes a quienes propugnaban un arte apegado a las antiguas escuelas; por lo mismo, Alejandro Canseco-Jerez (Juan Emar) afirma que “las Notas de Arte son documentos de un valor inestimable para comprender el clima intelectual de la época”.

Posteriormente efectúa múltiples viajes a París, hasta que en 1956 regresa definitivamente a Chile. Sus últimos años, dedicados a la pintura y a la literatura, los vive en el sur de nuestro país, en donde fallece el 8 de abril de 1964. En el diario El Mercurio, se informa de este modo de su deceso: “Una extraña personalidad que pasó por la vida como un inadaptado y un rebelde. Acaso logrará su arte imponerse algún día”.

PRODUCCIÓN NARRATIVA

En vida, Juan Emar publicó cuatro textos narrativos (tres novelas y una colección de cuentos), todos en la década de los años treinta: Ayer (1935), Un año (1935), Miltín 1934 (1935) y Diez (1937). La novela Ayer se inicia con las siguientes palabras del narrador: “Ayer por la mañana, aquí en la ciudad de San Agustín de Tango, vi, por fin, el espectáculo que tanto deseaba ver: guillotinar a un individuo. Era la víctima del mentecato de Rudecindo Malleco, echado a prisión hacía ayer seis meses por la que se juzgó una falta imperdonable”. Respecto de lo anterior, se nos informa que los sucesos del relato tendrán lugar en la ciudad imaginaria de San Agustín de Tango, que para Lizama, “no es la de su infancia ni la de su adolescencia (Santiago) ni tampoco la de su adultez en la que vivió durante muchos años (París), sino que es ‘un lugar híbrido’”. En cierta forma, esta “hibridez” contamina toda la narración, en una especie de vértigo en que se ven envueltos el narrador (en primera persona) y su mujer, donde los personajes “van y vienen a través de una ciudad laberíntica habitada por la muchedumbre” (Lizama). Entre los diversos espacios a los cuales acuden los protagonistas, se encuentran el zoológico de San Andrés (historia de una leona devorada por un avestruz), el taller del pintor Rubén de Loa (teoría de los complementarios), la plaza de la Casulla, la casa familiar, la Taberna de los Descalzos (historia de una mosca en el urinario). En resumidas cuentas, para Cristián Warnken, Ayer “es la parábola de la catástrofe del tiempo real y del tiempo de la percepción”.

El mismo año sale a la luz Un año, un “extraño” diario de vida, en donde el narrador va dando cuenta de los sucesos vividos el primer día de cada mes. El crítico literario Ignacio Valente señala: “Una especie de diario intermitente, que elige doce jornadas (el día primero de cada mes), y en esta simbólica cronología emplaza acontecimientos fantásticos, hilvanados por la lógica del absurdo, y presididos por esa visión superior y casi mística que Juan Emar tuvo del universo”. Nuevamente sale a relucir el escritor surrealista, rupturista; por ejemplo, “hoy he sido operado de la oreja y del teléfono”. Esta rebelión contra lo establecido también se va a manifestar en su siguiente novela, Miltín 1934, considerada por Patricio Varetto como “la antinovela por excelencia”, en un artículo en el diario La Época (“Un ser en libertad”). Es el artista de vanguardia que lanza sus dardos, por ejemplo, al afamado crítico literario Hernán Díaz Arrieta, “Alone”: “Pero todo lo del señor Alone me aburre. Es como una planicie interminable, sin árboles, sin arroyos, sin seres, sin ondulaciones, sin cielo”. También nos muestra al ser atormentado, que está en contra del sistema en su más amplio sentido y que señala que su “pensamiento va a velocidades fantásticas”, ya que “acabo de pensar cosas que nadie podrá jamás imaginar”.

Este desborde imaginativo lo hallamos en Diez, del año 1937. A diferencia de los otros textos, está compuesto –como su nombre lo indica– por diez cuentos: cuatro animales, tres mujeres, dos sitios y un vicio, “contemplando todo un orden y una distribución piramidal o triangular que, internamente, entregará las claves para su desciframiento” (Enrique Vila-Matas). Particularmente, consideramos dos los relatos de mayor envergadura: “El pájaro verde” y “Maldito gato”. En el primero (“este triste relato”) se nos narra la historia de un pájaro verde muy singular, el cual una vez muerto es embalsamado y trasladado a otro continente (“el 16 de ese mes lanzó un suspiro y falleció en el mismo instante en que el más espantoso de los terremotos azotaba a la ciudad de Valparaíso y castigaba duramente a la ciudad de Santiago de Chile donde hoy, 12 de junio de 1934, escribo yo en el silencio de mi biblioteca”). Es interesante constatar la presencia de un narrador que, a su vez, es el escritor Juan Emar. De esto, incluso, queda una constancia mayor cuando este “pájaro embalsamado” las emprende contra un tío del narrador, al que finalmente le quita la vida: “Tres saltos y alzo el arma para dejarla caer sobre el bicho en el momento en que se disponía a clavar un segundo picotazo. Pero al verme se detuvo, volvió los ojos hacia mí y con un ligero movimiento de cabeza me preguntó presuroso: -¿El señor Juan Emar, si me hace el favor? Y yo, naturalmente, respondí: -Servidor de usted”. En La obra de Juan Emar, Manuel Espinoza Orellana alude a que el pájaro verde, sujeto central del relato, “es un símbolo de textura polisémica envuelto en una narración larga, circunstanciada, llena de reminiscencias sobre una expedición y sobre la vida de Juan Emar en París”. En el segundo cuento, “Maldito gato”, de mayor complejidad por la presencia de ciertas claves que lo vinculan más bien con lo esotérico (para Vila-Matas, “la cumbre de la literatura rara, tanto chilena como mundial”), asistimos a un viaje campestre del narrador y que culmina en una cueva, en donde se encuentra con este “maldito gato”. A su vez, este gato tiene en su cabeza una pulga. Los años pasan: “Inmóviles aquí seguimos los tres, gato, pulga y hombre. Es mejor, indiscutiblemente, no desatar lo que se ató. Es mejor que este nuevo espejo de vida siga su curso de mí a él, de él a ella, de ella a mí. ¡Allá los otros hombres y el otro Universo! Nosotros, aquí. Por lo demás, ¿a qué tanta queja? Nuestro triángulo tiene, como he dicho, su cierta flexibilidad. Nos movemos un poco, nos estiramos. La pulga duerme a veces; el gato abulta el lomo; yo echo una pierna arriba, junto y separo las manos a voluntad. Hay libertad. Por ejemplo, en este momento el gato duerme. Es lo que aprovecho para escribir nuestras vidas, hoy 30 de mayo de 1934”. En el prólogo a la Antología esencial de Juan Emar, Pablo Brodsky (otro de los estudiosos de la obra emariana) señala: “Especialmente significativo es el cuento “Maldito gato”, el que se inicia con una sobresaturación de descripciones de tipo sensorial e intelectual, creando un hiperrealismo que caricaturiza la vigencia naturalista de la prosa chilena de la época”.

PUBLICACIONES PÓSTUMAS

Tal vez el intento autobiográfico de mayores proporciones en la narrativa de Juan Emar está constituido por Umbral, un texto configurado a través de cinco “pilares” o libros: “El globo de cristal”, “El canto del chiquillo”, “San Agustín de Tango”, “Umbral” y “Dintel”. Este proyecto lo inicia el escritor en el año 1940 (como lo consigna en su diario de vida) y dura hasta su muerte en el año 1964. Es un texto monumental que recién el año 1996 salió a la luz a través del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Biblioteca Nacional de Chile (anteriormente, en el año 1977, solo había aparecido el primer pilar). En su momento, el escritor Braulio Arenas comentó: “Es un libro original de un extremo a otro, sin precedente en ninguna literatura. Todavía más, cierta vertiente suya podría señalarse como precursora del nouveau roman francés, siendo, en su aspecto general, una producción inclasificable dentro de cualquier género literario”. En términos globales, a través de un álter ego, Onofre Borneo, el texto se transforma en una reflexión sobre el sentido de la escritura. Hace pocos meses, apareció en el mercado Cavilaciones, también inédito hasta la fecha, en donde el escritor manifiesta que “lo que yo escribo son solo cavilaciones. Es cuanto puedo hacer en mi rincón de anciano: ¡cavilar, cavilar y cavilar!”. Así, de esta forma, a nivel editorial, complementado por una exposición en la Biblioteca Nacional, se vuelve a recordar, a cincuenta años de su muerte, a uno de los escritores más excéntricos de la literatura chilena.