Por Rolando Rojo Redolés

Escritor es quien practica un oficio con las exigencias propias de esa disciplina: constancia, esfuerzo y regularidad, como imponen los oficios desde los tiempos remotos en que se fundaron hasta nuestros días. La escritura creativa no tiene categoría de profesión. No hay lugar alguno ni universidad que otorguen el título de escritor. Los oficios no están sometidos a reglas. Un oficio se sabe o no se sabe. Los oficios se aprenden informalmente junto a un maestro. Se aprenden observando, copiando, imitando. Se aprenden por el método del ensayo y error. Un oficio se transmite de maestro al alumno y, en el caso de la literatura, el maestro es la literatura misma, la lectura atenta de obras que han superado la prueba del tiempo, en definitiva, las obras de los grandes poetas y narradores.

Las fuentes para la creación son múltiples. Muchos extraen sus textos de recuerdos de la infancia, de la vida familiar, del entorno social, de la historia. Otros, en cambio crean desde la propia imaginación o los sueños.  Carlos Fuentes señala que su inspiración es la obra del poeta español Francisco de Quevedo que afirmaba “Sólo lo fugitivo es permanente y duradero”. García Márquez señala que su gran fuente de inspiración fueron las historias que contaba su abuela Tranquilina. Cortázar se inspiraba en el surrealismo y París.

Para que este maravilloso oficio se cumpla a cabalidad, es necesario superar una serie desafíos. Me baso en la experiencia de todos los oficios, (zapatero, relojero, plomero, etcétera. Aunque muchos han sido superados por la tecnología y hoy sólo sean un curioso y a veces, bello recuerdo de otras épocas).

1.- Lo primero es la creatividad. Ernesto Sábato afirma en su obra “El escritor y sus fantasmas” que el escritor tiene que tener una obsesión fanática, nada debe anteponerse a su creación, debe sacrificar cualquier cosa a ella. Sin ese fanatismo no se puede hacer nada importante”.  Aunque este fanatismo no asegura éxito literario ni que el autor será leído. La creatividad es la necesidad de poner por escrito aquello que aguijonea el alma, ese llamado imperioso a deshacerse de algo que agobia o regocija, ese impulso irreprimible por contar, a otros, aquello que nos ayuda a soportar el mundo o a crearlo. Esta obsesión fanática debe entenderse por escribir que no siempre va acompañada por publicar.  Rulfo es un ejemplo de ello.

2.- La otra cara del oficio de escribir, es la lectura. Leer para el escritor es ponerse en contacto con el objeto de su trabajo. Es encontrar la materia prima de lo que escribirá. Sin conocer lo que se ha escrito y lo que se escribe en la actualidad es prácticamente imposible ser un buen escritor. Se trata de ser un lector infatigable y, además, leer como un escritor, es decir calibrando las virtudes o defectos de la obra leída. Leer como escritor es leer críticamente, es ir corrigiendo mentalmente lo que estima incorrecto y destacando los aciertos. ¿Y qué se debe leer? ¡Todo! Y en este todo están incluidos los clásicos universales, la literatura de nuestro continente, los escritores que se constituyen en nuestros infaltables, los que nos influencian con sus aportes técnicos, la literatura nacional, la literatura de los jóvenes, la literatura de quienes se inician en este arte maravilloso de ir construyendo mundos imaginarios. Leer y leer, ese es el segundo requisito fundamental de un escritor.

3.- La crítica literaria. El oficio de escribir exige a quien lo practica estar premunido de una batería de conceptos técnicos y literarios y de un amplio abanico cultural para ejercer, sobre la obra ajena, un análisis serio y profundo. Es decir, la crítica literaria no es un asunto ajeno al oficio del escritor, sino su tercer desafío. Quién no tiene sensibilidad analítica ni herramientas técnicas para ejercer la crítica a textos ajenos, tampoco está capacitado para aplicar la autocrítica en sus propios textos, elemento fundamental en la tarea de crear. El escritor puede ejercer la crítica literaria tanto en la prensa como en reseñas de libros, en presentaciones de textos, en foros literarios, etcétera.

4.-  Todo escritor, quiéralo o no, esté consciente o no, deja tras sí, una pléyade de seguidores y admiradores de su obra. Es cuando el escritor adquiere la categoría de maestro. Se cumple de este modo una de las principales características del oficio: la relación aprendiz y  maestro. En algún momento de su carrera, el escritor se transforma en guía, orientador, maestro. Esto lo lleva a cabo en los Talleres Literarios que funda o dirige, en las charlas y conversaciones en los colegios, en mesas redondas, etcétera. Su palabra siempre será valorada por los jóvenes.

5.- Finalmente, un gran escritor no vive en una torre de marfil ni de espalda a la realidad. Un escritor verdadero no es aquel que se solaza con sus propias creaciones ni el que rinde tributo a la egolatría. Un gran escritor mantiene un vínculo afectivo y solidario con sus pares. Se hace parte de las demandas de su gremio, participa activamente en su organización gremial. Como intelectual que es, tiene un compromiso con la sociedad, con su tiempo, con su gente. Un escritor, por lo tanto, adopta una postura frente al mundo que le tocó vivir. Esa visión, esa mirada, ese punto de vista, se refleja necesariamente en cada una de sus obras. En definitiva, un escritor es un militante de las esperanzas y anhelos de su pueblo.