Por Eddie Morales Piña
Debo confesar que cuando llegó este libro me llamó la atención, sin duda, por su título casi aséptico -en la acepción de neutral, frío, sin pasión, como dice el diccionario- y la portada que también puede adjetivarse del mismo modo. El nombre de la autora me era absolutamente desconocido, pues no tenía idea de la existencia de Jacoba Van Velde –sólo sé que nada sé. En la portada me era cercano el traductor. Además, no sabía a qué formato escriturario o genérico pertenecía el libro, pero su denominación era atrayente y dominante para un lector. Cuando ingresé en sus páginas estuvimos frente a un relato novelesco que, simplemente, atrapa desde el comienzo en la experiencia de lectura. Lo que vino luego fue indagar sobre Jacoba, aunque en la portadilla de la obra el editor nos la presenta. En un libro sobre la literatura del siglo XX, una suerte de enciclopedia dividida por países, su nombre no apareció. Lo que me hizo entrar casi en un ámbito borgeano, a pesar de la información de la portadilla, la que fue corroborada googleando.
La autora de esta novela fue de nacionalidad holandesa; nació en La Haya el 10 de mayo de 1903 y falleció el 7 de septiembre de 1985 en Amsterdan. Se la describe como escritora, traductora y dramaturga. Fue autora de dos novelas, De grote zaal (La sala grande) y Een blad in de wind (Una hoja en el viento), publicadas en 1953 y 1961, respectivamente. No sé por qué este dato de una escritura mínima en la novela nos recordó a nuestra María Luisa Bombal. En los datos que se entregan de Jacoba se dice que habría iniciado la escritura de una tercera novela que nunca terminó, titulada De verliezers (Los perdedores), así como que fue agente literaria bajo un seudónimo del dramaturgo Samuel Beckett, a quien tradujo, además de Eugene Ionesco y Jean Genet. Siguiendo una aventura borgeana -en el sentido de que el escritor argentino tematizaba historias librescas que, generalmente, eran mera imaginación narrativa, resulta que De grote zaal había sido traducida al español o castellano nada menos que en 1958 por el escritor chileno Jacobo Danke -otro rasgo borgeano la coincidencia del nombre Jacoba/Jacobo- en una edición de la Editorial Ercilla con ilustraciones y portada del también mítico, ahora, Mauricio Amster. Este dato de la traducción no es menor, por cuanto la novela de Jacoba en un lapso de diez años fue traducida a trece idiomas y se vendieron una cantidad tremendamente significativa de ejemplares. Lo más probable que este éxito editorial estuvo en la historia narrada y en la forma en que la autora programó el relato. Sería interesante buscar en algún periódico de la época qué dijo la crítica literaria en Chile de este relato singular a raíz de la traducción del autor de Hatusimé que, como lo dijimos al principio, es atrapante en su lectura.
“¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué hasta aquí? No puedo recordarlo. Esto parece un hospital, porque sin duda esta mañana había una enfermera junto a mi cama. Fingí estar dormida. Ella se fue. Esto está lleno de ancianas, como yo”. Este es el inicio del relato de Jacoba Van Velde. Siempre se ha dicho que la apertura de una narración es decisiva para que el lector enganche con la historia. La autora holandesa lo consigue. Este comienzo nos recordó a Aniceto Hevia (“¿Cómo y por qué llegué hasta allí?”) el protagonista de una novela emblemática de Manuel Rojas, cuando también se hace una pregunta. Ambos principios o exordios son sobresalientes. Jacoba nos introduce con estas interrogantes en la historia, y la reflexión que realiza quien será la protagonista de la novela nos sitúa es un espacio determinado donde quienes lo habitan son personas que viven su vejez. Se trata de un lugar llamado asilo u hospicio, o un hogar de ancianos o una residencia para personas que viven esta etapa de la existencia. La acción narrativa, por tanto, está situada en esta especie de claustro de donde no se puede salir por propia voluntad. Las mujeres que lo habitan están condenadas a esperar sólo el desenlace de sus vidas recibiendo de vez en cuando las visitas de algún familiar que les trae golosinas, un ramo de flores, con los que se mantiene una leve conversación y luego nuevamente la soledad compartida con otras ancianas. En consecuencia, Jacoba ha tematizado la vejez como una forma de existencia en este relato que va desplegándose como una puesta en escena de una obra dramática.
Da la impresión de que, al momento de planificar la andadura narrativa de esta novela, Van Velde ha tenido presente en su imaginario, precisamente, la estructura de una obra dramática -cuya virtualidad es transformarse en obra teatral- lo más probable por haber traducido autores dramáticos como Ionesco, Genet o Beckett. El espacio narrativo es el hospicio donde se desarrolla la acción, que tiene a su vez tres lugares, el salón y comedor donde las ancianas comparten y muestran sus diversas condiciones anímicas, de salud mental y de diversos tipos de comportamientos en que afloran sus más íntimos deseos. Luego, la narratividad se sitúa en los dormitorios y en la sala grande adonde las ancianas no quisieran nunca llegar. De grote zaal es la antesala del final de la existencia donde van a dar cuando están enfermas y en estado precario. Una ventana les abre el espacio hacia la ciudad donde vivieron su pasado que ahora es el recuerdo perenne. Precisamente, el acto de lectura de quien lea esta novela en esta nueva traducción directa del neerlandés de Rodrigo Barra podrá imaginarse que está presenciando una obra teatral, especialmente por la agilidad de los diálogos cuando intervienen las residentes como la protagonista, la señora Jansen, la señora Blazer, la señora Wilkens, entre otras, la directora del asilo, la hermana de la caridad -una religiosa-, el médico, la hija de quien es la narradora principal. Este es un detalle interesante para tomar en cuenta y focalizar, y es un acierto de Jacoba como novelista, pues la discursividad se abre hacia un contrapunto con la voz narrativa de su hija Helena -quien se convierte en la otra locutora en el relato: “¡Qué contenta estaba de verme! Parece que ahora está mucho mejor. Pero qué delgada está. Me alegro de que esté en una casa de reposo, al menos aquí la cuidan bien”.
La novela de Jacoba Van Velde no quepa la menor duda de que tiene una actualidad insoslayable en el mundo actual, donde la proliferación de las residencias donde se envía a vivir la vejez hasta el final de esta ocupa un lugar relevante desde el punto de vista societal. A mediados del siglo pasado cuando Jacoba escribió la novela y su posterior publicación, marcó un hito al mostrar esta otra realidad. En esta novela de la escritora holandesa la vejez es vista como un drama donde paulatinamente se va perdiendo el sentido del vivir, donde las señoras -siempre lo recuerdan con su apellido- parecieran irse transformando o sufriendo una involución hacia las etapas primarias de la existencia en que afloran los más recónditos sentimientos. No revelaremos el desenlace de esta historia. Jacoba mostró hace décadas atrás con su relato una historia plena de emotividad y profundamente humana e insoslayable. Una novela absolutamente recomendable sin titubear.
(Jacoba Van Velde. La sala grande. Traducción de Rodrigo Barra. Santiago: Zuramérica Ediciones & Publicaciones S.A. 2024. 120 pág.).

En la librería del GAM hay ejemplares. Libertador B. O´Higgins 227