Por Julio César Ibarra
Ha muerto Gastón Soublette, con él se va una época, se queda su recuerdo en el corazón de todos los que conocimos de su bondad y amor por el prójimo.
No puedo pensar en nadie que fuera su enemigo pese a su profundo rechazo del modelo neoliberal que gobierna nuestro país y el mundo.
Recuerdo que en plena década de los ochenta cuando los estudiantes del Campus Oriente de la Católica nos sublevábamos contra el régimen instaurado por la dictadura en la universidad, representado por el rector, el almirante Alfonso Swett, él tomaba partido por nosotros defendiéndonos de los carabineros o de las autoridades, apelando al diálogo, consiguiendo aplacar muchas veces la ira y el rencor entre las partes, llegando a una solución pacífica que, aunque momentánea, lograba calmar los ánimos y alcanzar un momento de paz.
Me contó que muchas veces se reunió con el rector en su casa, porque eran cercanos ya que una prima de Gastón estaba casada con él y conversaban de la situación en la universidad, haciendo que los que no teníamos voz, hablásemos a través de él, contando nuestra versión de la historia.
Así era nuestro querido “sabio de la tribu”.
Personalmente, desarrollé con él una amistad profunda, lo quise y él me quiso, un pequeño grupo y yo formamos su familia de la Católica.
Cuando participé en la Huelga de Hambre de 1984, estaba en los últimos de los treinta y ocho días que duró dicho ayuno y eran momentos inciertos, me fue a ver a la habitación, en la Posta Central, me despedí de él con cariño, por si acaso la muerte llegaba de improviso, él me abrazó y lloró silenciosamente, esto me conmovió profundamente.
Luego salió de allí, buscando con ahínco la resolución del conflicto. Conversó con Eduardo Bousquet, el líder de la Huelga y llegaron a un acuerdo que nos permitiría levantar el ayuno. La valentía de Gastón y la orden de la dirección del Poder Popular nos permitió dejar la huelga.
Este hecho nos unió para siempre.
Cuando me accidenté y quedé tetrapléjico, Gastón me visitó en el hospital, no sólo eso, sino que fue el principal orador en el lanzamiento de mi primer libro, al cual no pude asistir.
Así fue como fuimos entrelazando nuestras vidas.
En los últimos años, Gastón disfrutaba de mi lectura para él de una novela inédita, en donde aparece como protagonista en parte del libro. De esta manera disfrutábamos el uno del otro.
La última vez que lo vi, me dijo que estaba cansado, estaba sordo, no podía escuchar música y esto era un suplicio para él. Hablamos del último viaje, ese que ya emprendió.
Estoy en paz, está descansando de su cuerpo anciano, su espíritu se ha liberado, ha viajado a una nueva morada. Ahora estará lleno de luz para iluminar a las nuevas generaciones con sus enseñanzas, que reconocerán en él, al Maestro sencillo, que eligió a los marginales y marginados como a sus amigos, quizás porque el Salvador trajo su evangelio para consolar a los más pequeños, los pobres, los que se han perdido.
Gastón hizo que la vida tuviese sentido para todos aquellos que fuimos tocados por su espíritu.
Hasta pronto, mi querido amigo, ya nos veremos en la casa del padre.
A propósito de la pregunta. De la Voz de Maipú: https://lavozdemaipu.cl/jose-baroja-escritor-maipucino-en-mexico/