Por Felipe De la Parra Vial
¡Voy a echar al agua a Cecilia Palma!
En estos días, la lluvia golpea las ventanas cerradas por si se abren. En estos mismos momentos, el mar se revela y amenaza con un tsunami su discordia con la tierra temblante. Así y todo, en medio de la borrasca, solo se me ocurre inundar el imaginario poético de la escritora Cecilia Palma, por su último libro, “Geografía del Agua” (Eutôpia Ediciones, mayo 2025).
Trabajo para que su palabra deje de ahogarse en el silencio y no se pierda en el alcantarillado de la indiferencia lectora. Dejo que la lluvia hable con su constancia de picapedrero en el techo de las casas y que el mar cumpla con su ir y venir durante su fiesta nocturna.
Escribo como ella escribe, en voz alta, hasta que se haga agua la boca.
Dejo que las palabras naden río abajo, mar por meta, para que rieguen el campo de la ternura. Aunque las alegorías no lleven paraguas y los enamorados se besen con la sal del océano, todavía en sus labios.
Abro las llaves, el caño del agua fría, con cada una de sus señas, de sus poemas de La Lluvia y El Mar. Dejo que las páginas de su libro se salven de los lectores atrasados -deshidratados- que solo entienden la poesía con la regla del juego del sonsonete y la rima anticuada y previsible. La poesía coja que une a la fuerza las palabras por su cola de ruido y obligación.
Por eso, Palma elige lluvia y mar para decir temporal y marea alta.
A no engañarse, ella no viste el vestido de la complacencia. Al contrario. Es un libro que esconde la desnudez de la metáfora en el cuchillo que se queda a vivir en el pecho.
¡Voy a echar al agua a Cecilia Palma!
Escribe desde el agua bendita, con los dioses y los desterrados. Hace que la poesía de amor se entienda como poesía política.
Mira debajo del agua cuando todo está perdido y sus palabras nos devuelven el coral y la estrella de mar. Se zambulle en una poesía con reglas propias, sin copiar, ni pegar. Sus patrones literarios están levantados por años de oficio y sus versos la delatan desobediente. Se salta las reglas establecidas en el reglamento de la obviedad, hasta incomodar al lector. Sus versos no reconocen pertenencia a escuelas y reglamentos de la gramática española. Mas bien responden al ingenio y al talento. A sus propios desalientos y a sus propias esperanzas, de su eco de lluvias y de su oscuridad de océanos.
¡Voy a echar al agua a Cecilia Palma!
Al sur de La Lluvia
Hace frío y los nubarrones llevan al diluvio. Es La Lluvia de Palma. Escribe desde el amor. Desnuda. “La lluvia presiente mi sueño / indaga a mis demonios y los / somete / hay un pecho abierto en / cada esquina /soy libre de volverme la piel”.
El rocío invade la poesía “…una noche de lluvia detiene el reloj / pulsa un encuentro de collares falsos / ama a un vidrio prisionero en / cuatro varillas de aluminio”.
“… Húmeda la tarde / disimula una lengua fresca / abraza racimos de notas y / balbucea por las rendijas / otra historia de arcas. / ¡Ah! si pudiera beber del / líquido que fermenta entre sus raíces”.
Uno no sabe si son los nubarrones o sus dolores. O ambos. Palma camina por la cornisa de la metáfora lesionada. “No hay aguacero que ahuyente / a las heridas de la tierra / millones de socavones se / abren paso por sus entrañas / magullando, vulnerando, rasgando / la médula de lo único que / ha existido desde siempre / …Ergo: / El ser humano es una especie asesina”.
En su poesía llueve a chuzos en las poblaciones populares. “El agua es una ofensa en / las poblaciones pobres / un atentado húmedo y macilento / un cuento de terror que / infiltra delgadas maderas y cartones”.
Llueve soledad y seducción. Sus versos la delatan. “Un manto cae sobre las paredes / de la ciudad una tela espesa y húmeda que / cubre las vergüenzas en estas horas … la lluvia y sus miserias salen a / corretear lombrices / mientras tú tocas mi mano debajo de la mesa / … El agua resbala / lento / por esta piel que aún habito.”
Escribe y llueve. Solo se le ocurre encender la luz.
El Mar del planeta azul
El Mar de Cecilia Palma se reconoce como un planeta azul milenario, de pocas palabras y perenne. Su brújula lo ubica siempre en el fin del mundo y cuando descubre el continente. Es su norte y es su oriente.
Vive (muere) a favor de la vida y de la lucha social: “…la inmensidad del océano / el mar llora su desdicha / rechaza con vehemencia la complicidad / en las tormentas que se levantan / desde entonces / están las voces de los muertos / las olas gritan desesperadas sus señas al / viento, a los barcos que se quedan atrapados / entre sus abrazos …Marta Ugarte escapa de su prisión de agua / huye de las lóbregas celdas … denuncia con su cuerpo torturado / y quemado la ruta del espanto. / Levanta su voz desde un silencio inerte”.
Cecilia no intenta siquiera caminar por sus aguas. El mar es su amante y cruza los continentes de sal para besarlo. Se atreve a amar y baila sola. “Un susurro me trae voces de / los ausentes / ¡que sepan que los / espero! / que los recuerdo / que no están olvidados / que los llevo arrimados como a /mis muertos / y a mis ancestros /esas voces entre el viento / y yo las oigo”.
La poesía de la Geografía del Agua es una escalera en espiral que sube y baja. No pide permiso, lo dice, no más. Su sentido común es el contrario. No tienes reglas. Corrijo. Reglamenta la insubordinación.
Hay que leerla en orden y desorden. Solo así se podrán descifrar sus amores y sus desdichas. Al final, es una cascada, un despeñadero al revés, que sube por la montaña de la poesía hasta alcanzar las preguntas. Y esa es mi delación de la obra de esta poeta aguamarina: su desobediencia.
¡Voy a echar al agua a Cecilia Palma!
Créditos: Lluvia. Katherine Hrdalo, artista chilena / Lluvia. Chagall.
Como siempre, Jorge Lillo Genial!