Por Omar López
“…volver a ser de repente / tan frágil como un segundo…”
En un par de versos de una bellísima canción Violeta Parra nos incita y nos conmueve, ya que pretende devolvernos a una juventud ya lejana e irrepetible aunque este escape dure una milésima de tiempo o lo que nuestra profundidad de ser y de sentir, alcance. Porque creemos que cada ser humano posee un laberinto interno de pasajes secretos y otros tantos túneles desconocidos que día a día o noche a noche exploramos, a veces con una pequeña velita y en otras ocasiones, desde el faro potente que brinda la luz de la alegría.
Cuando viajamos en metro, en un carro repleto de ciudadanos y mundos diversos, es útil afinar el ojo y el ánimo de gato en celo: pero es el celo de investigador preciso, fino y asertivo en misión de rescate y recolección de gestos, de miradas, de muecas, de silencios, de palabras, de bostezos, de ropajes, de cicatrices y venganzas latentes que se ocultan en las actitudes frías de aquellos que atropellan, de aquellos que empujan, de aquellos que gritan. También, una atención especial con aquellos seres mutilados, ciegos o indefensos y con otras limitaciones físicas que se desplazan como sombras dolientes y soledad de gestos dentro de la vertiginosa intemperie que los rodea. No se trata de ejercer una compasión pasajera y “bien vista”; se trata de admirar esa calidad de resistencia y en algunos, casos de dignidad humana.
Sin embargo, uno vuelve a sus divagaciones íntimas, a sus diálogos internos que, ya intuimos como un laberinto particular y denso en emergencia permanente. La epifanía de la Viola chilensis, (según su hermano Nicanor) tiene de encantadora la certeza del instante pleno. Esa fragilidad efímera de tiempo simboliza en nuestro parecer, toda la brevedad de vida y circunstancias que tenemos como pasajeros de este mundo en el ya manoseado eslogan del “aquí y ahora” que, de todos modos bien aplicada, es una receta para líderes limpios y audaces…aunque suene a utopía.
Lo cierto es que en el quehacer cotidiano, asumido como pauta de costumbres, necesidades, trabajo, descanso, trámites, vencimientos, contratos, aniversarios y otros imprevisibles escenarios, la conexión interna debiera ser una guía competente. Algo así como un dron articulado desde la raíz misma de nuestra esencia pura, plena: no contaminada de miedos o especulaciones y más allá de nuestras heridas o cicatrices que existen en cada historia de vida. Un dron que enviara fotografías cada minuto de nuestra geografía interior y que nos ayudara con amor y eficacia, a movernos en esa multitud de aciertos y contradicciones que encierra la oportunidad de un nuevo día.
¿Dibujar el mapa interno?… “es como vivir un siglo”.
Omar López
Santiago, 13 de mayo de 2025
Como siempre, Jorge Lillo Genial!