LA URGENCIA DEL TESTIMONIO

Por Iván Quezada

Marchaos, dejadme solo, entes sumergidos,
largaos. Yo no le quité nada a nadie,
no robé el pan de ninguno.
Nadie murió en mi lugar, nadie.
Volved a vuestra niebla.
No es culpa mía que viva y respire,
y que coma, beba, duerma y me vista.

Estos versos pertenecen al poema El superviviente, y a quienes les habla Primo Levi es a sus compañeros de presidio en el campo de concentración de Auschwitz, durante el último año de la Segunda Guerra Mundial. No es un dato menor que de los 650 judíos italianos que con Primo Levi fueron enviados al Lager –como él llama a dicho campo en su Trilogía de Auschwitz– sólo sobrevivieron veinte. El resto murió en las cámaras de gases, o de hambre, enfermedad o por las golpizas de sus guardianes.

Pese a su negación, Primo Levi sufrió de una culpa incierta por salir vivo de la cárcel nazi. Quizás este remordimiento y su creencia de haber fracasado al tratar de testimoniar y comprender la maquinaria del genocidio determinaron su decisión de suicidarse el 11 de abril de 1987, a la edad de 68 años, arrojándose al vacío por el hueco de la escalera de su casa. Sin embargo, al cumplirse 38 de su fallecimiento, su literatura se ha convertido en un faro en la difícil labor de dilucidar la alianza entre el racismo, la industrialización y el poder.

Desde luego, es un aniversario que se asemeja a un minuto de silencio. Pero sus libros hablan en voz alta, como se verifica en sus cuentos de Historias naturales (1966), los cuales señalan un contraste con su Trilogía de Auschwitz —ambos en las librerías chilenas—, por su tratamiento irónico del avance de la tecnología que no respeta ética alguna.

Sin ir más lejos, el relato «Algunas aplicaciones de la Mimete», se refiere a una máquina que permite la copia exacta de cualquier objeto o ser viviente, y que en manos de un técnico inescrupuloso le posibilita «crear» una réplica de su esposa, desarrollándose la trama como una comedia de enredos. «Estos cuentos los he escrito de un tirón —explicó Primo Levi—, tratando de dar forma narrativa a una intuición que en la actualidad no es rara: la percepción de una falla en el mundo en que vivimos, de una grieta».

Dicha fisura adquiere otro cariz en su Trilogía de Auschwitz, integrada por los libros Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. Se trata de un alegato de más de 600 páginas contra su reclusión en el campo de concentración nazi y funciona como un esfuerzo por hallarle sentido a una experiencia absurda de tan cruel. La primera parte relata el día a día de su año en el presidio, exponiendo el egoísmo y la violencia de reclusos y cancerberos, que debió asimilar para sobrevivir. El hambre y la humillación lo llevan a cuestionarse el valor de conservar la vida. A continuación, en La tregua, narra las peripecias de su liberación y el viaje de regreso a Italia, que por decisión de sus salvadores soviéticos lo lleva primero a internarse en las estepas rusas y después retornar en un destartalado tren.

El cierre del ciclo, con Los hundidos y los salvados, marca un cambio de rumbo en sus recuerdos: deja a un lado la técnica narrativa y adopta el ensayo para tratar de descubrir el origen del mal que ha padecido. Es importante considerar que la escritura de la Trilogía le tomó cerca de 35 años, y esta última parte fue publicada póstumamente, en 1989. Al inicio de sus rememoraciones, Primo Levi afirma sin tapujos que nunca hubiera sido escritor de no ser por Auschwitz. Su primera vocación fue la ciencia, de hecho, obtuvo su licenciatura en química por la Universidad de Turín en 1941. Fue apresado por los fascistas italianos como integrante de la resistencia antifascista, pero al ser entregado al ejército de ocupación alemán, declaró su estirpe judía y gracias a ello no fue fusilado en el acto.

Tras su retorno a Italia, volvió a ejercer su profesión de químico, alternándola con sus trabajos literarios y numerosas conferencias que impartió con el objetivo de mantener viva la memoria de las víctimas del nazismo. Sólo cuando se jubiló de sus labores científicas, pudo dedicarse exclusivamente a la literatura. Como declara en Si esto es un hombre, el motivo por el que no se dejó morir en el presidio, fue dar un testimonio de cuanto ocurría a su alrededor y dentro de él mismo. Esta necesidad espiritual lo impulsó a escribir vertiginosamente, sin cuestionarse el estilo ni la estética. Su prosa revela una memoria signada por el pesimismo y el anhelo de encontrarle una salida a las fuerzas que, a su juicio, conducen a la humanidad a la autodestrucción.

En Los hundidos y los salvados, da la impresión de darse por vencido en sus esmeros. Atribuye la responsabilidad de los horrores del nazismo a la mayoría de los alemanes, pero al concluir apunta más allá y sugiere que las bases de esa ideología fueron rehabilitadas “por un juego político vergonzoso”, aludiendo a la Guerra Fría que comenzó tras la caída del Eje. Sin embargo, su testimonio se ha fortalecido con los años, como lo demuestran las muchas reediciones de sus obras.

Primo Levi Trilogía de Auschwitz
Primo Levi Trilogía de Auschwitz