Por Omar López
Mirar el mar todavía es gratis: aunque casi todo el año se paga estacionamiento a veinticinco pesos el minuto, la belleza siempre elocuente y amable de su paisaje nos invita a la meditación y también, a ciertos rumores de nostalgia inevitable. Debe ser que la mejor historia individual se escribe con tinta de resignación tranquila y suele usar una pluma parecida a un corazón con alas. Alguna vez pensé en realizar un cuestionario colectivo que incluyera a todo el mapa de mis amistades más antiguas y otro cuestionario selectivo que explorara personajes circunstanciales y anónimos insertos en el cotidiano laberinto de calles, ferias y mercados. Inspirado en una profunda curiosidad gatuna, deseaba establecer mundos y experiencias de vida que me enseñaran a conocer al ser humano y en la misma medida, conocerme a mí mismo en mis limitaciones y fortalezas. Al final, hice algo así pero solo con tres o cuatro personas y esas respuestas cada vez que las leo, secuestran mi tiempo presente y se convierte en un ejercicio de autoafirmación oportuno y concreto.
Con el mar sucede algo distinto: él me interpela… siempre me está preguntando y yo respondo con un silencio de acero tratando de eludir un interrogatorio que es asertivo y muchas veces, hasta impertinente. A veces, cuando le contesto desde el pozo de mis contradicciones, el irónico oleaje se ríe con su blanca sonrisa que danza y ruge con maestría de siglos. Yo, en este trance, vuelvo a mi niñez remota buscando abrigo y así escucho la voz y encuentro la mirada de mi hijo Vladimir que habita el mismo patio, la misma cama de sombras y peces donde mis cenizas se fundirán con las suyas y seremos otra vez, canto dormido. El tiempo y su barba ya frondosa y cada vez más otoñal, escribe lento pero seguro. Escribe sus cartas sobre nuestra piel, sobre nuestros ojos y en el interior de nuestros oídos y es sano, recomendable y oportuno abrazar a nuestros muertos estableciendo distancias o espacios de una silente convivencia con todos y cada uno de ellos.
Así el mar es una ventana abierta a nuestros pensamientos y el hecho de compartir emociones con el frío, con el viento, con la soledad de sus playas y una acuarela de nubes vagabundas y felices nos transporta sin apuro, al centro de uno mismo. Por eso, la cercanía con el más allá y el dibujo incipiente de una futura ausencia que se comienza a palpar también con lentitud de musgo. Es simplemente otra belleza captar con humildad la finitud de la existencia luego de una prolongada vida: no es amargura, depresión ni aburrimiento. Es de todas maneras, una incitación para renacer en cada gesto, en cada huella de abrazo, en cada sensación de libertad personal y sobre todo, en cada acto de intimidad plena con nuestras alegrías.
Cada vez que una luna llena se baña en el nocturno mar, creo que es inútil toda poesía. Pero también enciende un camino de agua para ir despejando dudas antiguas.
Omar López
El Tabo, sábado 12 de abril 2025
Me gustó el relato detrás de lo leído invitando al lector a ser parte del mismo por parte de la…