Por Omar López
Santiago, jueves 28, noviembre 2024

El sábado recién pasado, regresamos a casa luego de once días de estadía habitando los paisajes de El Tabo y como siempre, ese retorno tiene algo de reencuentro amable con las cosas y el acontecer que uno abandonó en el ejercicio de alternar la visión de una inalterable cordillera contra el infinito ritmo improvisador del mar. Existe a mi juicio, un olor intransferible de la casa o de sus habitaciones al volver y encontrar cada objeto hundido en el silencio de un tiempo y unas sombras que, curiosamente, parecen nuevas.

Sin embargo, siempre hay un hecho, un acto o una noticia que está fuera de programa y dentro del catálogo feliz del asombro: la fotografía que se incluye en este diario corresponde a un naranjo ubicado en el patio trasero de nuestro hogar y solo al segundo día de llegada, descubrí un nido en medio de su cuerpo de árbol. Un nido que, presenta un huevo como otro sol de maravillosa, aunque todavía precaria vida. No tengo idea si es de paloma, zorzal o gorrión y precisamente, ese anonimato y ese misterio lo enaltece como objeto poético y circunstancial. No sé a qué hora ni cuando, su eventual “madre”, lo visita o persiste en el proceso de su maduración y cuál será el resultado de este acontecimiento pero, en sí, es un extraordinario ejemplo de supervivencia y explico por qué.

Desde hace varias semanas en un terreno colindante que hasta hace poco estaba con un campo de arboleda considerable, están talando dichos árboles. Para nosotros, un triste e irreparable accionar que esperemos no se convierta en terreno “apto” para la invasión de esas enormes torres de departamentos que hoy por hoy, lapidan el espacio, los cielos y sus vientos. El capital, es cierto, manda y embrutece y es un depredador de libertades naturales y necesarias para hacer de este planeta algo todavía sano y habitable. Por eso, los pajaritos, las aves, los perros, los gatos, se están quedando literalmente, sin sus aliados y sus refugios.

El nido que acoge a este huevito está hecho con ramitas secas cortadas con cierta precisión de longitud que representan el trabajo del sujeto palomo o “papá pájaro” que aportó lo suyo y luego, la pajarita, puso también su parte y ahí está en medio de ese puente incierto entre la espera luminosa o un final desgraciado. Porque en la estatura de esa indefensión, nosotros espectadores humanos y torpes, no podemos ni sabemos cómo intervenir. Si llegar a nacer el ser que late en la fragilidad de su cáscara será un vigoroso triunfo de la vida como si fuera el primer llanto de una guagua y no solo eso, será un acto de resistencia ante el implantador feroz del cemento y del ruido.

Todas estas mañanas salgo a mirar con una felicidad anticipada de encontrar el nido vacío y una firma elocuente de restos blancos esparcidos. Debiera ser entonces, un amanecer único de heroísmo alado.