Por Gonzalo Garay Burnás

En la eterna búsqueda del valor e integridad estética de las creaciones literarias, algunos autores han debatido acerca de la relación de estas con el compromiso político, si acaso son compatibles o se trata de cuestiones que debiesen transitar por mundos distintos, fundamentalmente para no comprometer la libertad del autor.

Hace algunos años, en una tendencia que en Chile ha permanecido casi intacta, ser escritor significaba abrazar ideas de izquierda. Recordemos lo que ocurría en la década de mil novecientos cuarenta, época en que los creadores se aferraban al sueño soviético, a pesar de la hambruna que afectaba a Ucrania, las farsas judiciales y el pacto germano-soviético. Para George Orwell, que por aquellos tiempos se hacía estas mismas preguntas en el ensayo En el vientre de la ballena, ese tipo de compromiso político era un espacio sobrecalentado y sofocante donde imperaba la mentira.

Orwell, un activo combatiente del fascismo que se impuso en España, allá por la década de 1930, cayó en el pesimismo y la desilusión al haber sido testigo en su propio bando de la crueldad y el cinismo de los estalinistas. Así lo grafica Ian McEwan en su notable ensayo El espacio de la imaginación, en que expone una particular referencia de la obra de Orwell y la contrasta con el pensamiento de Albert Camus, otra de las grandes figuras de las letras, ambos antiestalinistas, antitotalitarios, antirrusos, que instalaron su narrativa fuera de la corriente general de la ortodoxia de la izquierda.

No puede descartarse, como tampoco admite censura -en ningún caso-, que la afinidad política y el compromiso literario de muchos escritores tenga su germen en las necesidades cotidianas del artista o en su propia historia de privaciones o miserias. La pérdida de una subvención o la adjudicación de fondos concursables puede comprometer su lealtad y/o reafirmar su postura. A menos que la identificación se sumerja en una soterrada e infantil guerra de ideas en que prevalezca la imagen por sobre el pensamiento, bajo el subjetivismo simplón de considerarse “mejores” por obra y gracia del espíritu santo.

McEwan sostiene que Camus, en su ensayo El artista y su tiempo, es especialmente brillante cuando habla del deseo del escritor de decir las cosas en voz alta y del modo en que la conciencia política puede poner en peligro o causar daño estético a una novela. Al respecto, agrega que Orwell también valoraba lo que Camus denominaba “libertad divina”, que puede perderse frente a la “obligación constante”. En su ensayo, leído como conferencia en Suecia en 1957, el argelino sostiene que “Los tiranos saben que hay en toda obra de arte una fuerza emancipadora; toda obra hace que el rostro humano sea más admirable y rico”.

Es quizá Henry James, el genio creador de ficciones como Retrato de una dama y Otra vuelta de tuerca, quien según McEwan podría reunir a Camus y Orwell bajo el concepto de libertad divina que desarrolla en su ensayo El arte de la ficción, especialmente cuando recomienda a los artistas captar el color de la vida misma. Para que el arte que pretende reproducir la vida de manera tan inmediata goce de buena salud, debe exigir ser totalmente libre, agrega el norteamericano. McEwan razona en la misma línea, la urgencia moral o política puede estrangular la vida de una novela, dice. Aunque admite que la libertad de expresión se está convirtiendo en un privilegio cada vez más reducido, tanto como la abolición de la soledad, como ya lo denunciara Orwell en su novela 1984: MIL NOVECIENTOS OCHENTA Y CUATRO, en la que describe un mundo en que es ilegal apagar la televisión. Quizá valga preguntarse si hoy no ocurre lo mismo con las redes sociales y todo el desarrollo del internet.

Más allá de la policía del pensamiento, de las energías que se concentran en el efímero y tedioso panfleto y el aburrido mitin, como escribe Auden en su poema España, en un lugar lejano donde la imaginación es libre siempre habrá espacio para lo que James denominó “la vida sentida”, una inmersión en los vulgares asuntos cotidianos, para acariciar los detalles y dar a lo mundano la belleza que le corresponde.

Gonzalo Garay Burnás (Concepción, Chile, 1973), abogado, Ejerció la judicatura civil y penal en las ciudades de Chillán y Temuco hasta el año 2015. En paralelo, se desempeñó como profesor universitario. Autor de los volúmenes de cuentos Conociéndonos y otros cuentos (2019) y El sueño de los justos (2021), de las novelas Vicente (2020), Cocina de autor (2021) y Candy, Candy, Candy (2022), del ensayo El Griego (2023) y de la crónica novelada La vida de los otros (2023), en la actualidad combina su actividad literaria con su trabajo como Notario y Conservador de Bienes Raíces en Nueva Imperial, además de ser columnista habitual de diarios de la región de La Araucanía, Chile, abordando temáticas políticas y sociales.